Durante décadas existió un discurso esnob, que vivió su momento álgido en la boyante España del cambio de siglo, que, sin fundamento y alimentado por buena parte de aquella mentalidad que explotó con el también injusto “el país ha vivido por encima de sus posibilidades”; se dedicó a denostar y criticar el llamado Modelo Benidorm.
Sin entrar en profundidad en el término, lo que aquella corriente venía a criticar no era otra cosa que todo aquello que convirtió a la capital del turismo en el buque insignia de la democratización de las vacaciones.
Benidorm toma la delantera
Antes de que se inventara el Benidorm actual, las vacaciones en la playa eran un privilegio reservado a unos pocos. La planta hotelera de la costa, especialmente ubicada en el norte de la península, se había especializado en el alto poder adquisitivo. Realeza, nobleza y los más acaudalados representantes de la sociedad civil eran los únicos que podían permitirse aquel paraíso terrenal.
Llegó entonces un nuevo concepto. Europa comenzó a viajar y España abrió sus puertas. Benidorm tomó pronto la delantera y su Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de 1957 fue rápidamente remozado para no sólo permitir, sino alentar la construcción en altura.
De una caja de cerillas al mundo
La teoría es simple y, como todo lo simple, llena de matices que han sido objeto de estudios y discusiones por parte de expertos durante años, pero el consenso es, hoy en día, prácticamente unánime. Quizás, la mejor explicación que de este asunto se ha hecho sea, precisamente, la de Francisco Muñoz, arquitecto encargado de redactar aquel PGOU.
Francisco Muñoz, arquitecto responsable del primer PGOU de Benidorm, hizo famosa la teoría de la caja de cerillas
Lo que Muñoz explicaba incansablemente ante los críticos es que, con el mismo volumen de edificación, la cantidad de suelo a ocupar puede ser infinitamente menor si se construye en altura. Para ello, colocaba una caja de cerillas apoyada sobre su lomo más ancho sobre el plano y posteriormente la volteaba para colocarla de pie, es decir, sobre su lado más estrecho. La demostración empírica no daba lugar a la discusión.
Cuando el modelo turístico comenzó a diversificarse y llegó el momento de dar cabida al llamado turismo residencial, es decir, aquellas personas que, en su mayoría extranjeras, compraron propiedades en la costa para pasar largos periodos de tiempo –en ocasiones, más duraderos que en su propia casa–, la apuesta se hizo todavía más evidente.
El resultado, a vista de pájaro
Mientras la mayoría de competidores de Benidorm apostaron por un modelo extensivo en el que predominaban las casas unifamiliares y las macrourbanizaciones –en muchos casos, con campo de golf anexo–, la capital turística de la Costa Blanca no se desvió de su rumbo trazado y siguió mirando a las alturas.
El resultado salta a la vista a cualquier observador imparcial que tenga la curiosidad de abrir Google Maps. A vista de pájaro se podrá ver como un crecimiento basado en chalets, adosados y demás viviendas unifamiliares requiere de un despliegue de infraestructuras y, por lo tanto, recursos, infinitamente superior al de un rascacielos.
Vivir en la periferia, algo intrínsecamente unido a este tipo de viviendas, implica la construcción de nuevos viales, canalizaciones de agua, gas, electricidad…, el uso excesivo de medios de transporte privados y la ocupación de enormes cantidades de suelo; además del esfuerzo municipal en aspectos como la limpieza o seguridad.
Más personas con menos recursos
Los números hablan por sí mismos. En 1975 Benidorm tenía una población de poco más de 15.000 habitantes y hoy en día, con poco menos de 70.000 personas censadas y generando más del triple de pernoctaciones que en aquella época, su consumo de agua, uno de los medidores más fiables en cuanto a la racionalización del uso de recursos naturales, es prácticamente el mismo.
Cada habitante de Benidorm consume una media de 400 litros de agua al día frente a los más de 1.100 de 1975
La concentración de infraestructuras, incluidas las canalizaciones que deben llevar esos recursos hasta los hogares, permite también un mejor control y conservación de las mismas. Eso es, entre otros avances técnicos que han ido llegando con el tiempo, que cada benidormense consuma hoy en día algo menos de 400 litros de agua al día frente a los más de 1.100 de 1975.
Esa misma comparativa puede ser extrapolada a un sinfín de factores que influyen de forma directa en la sostenibilidad de una ciudad. La producción de residuos sólidos urbanos, la necesidad –no confundir con comodidad– del uso del transporte privado en los desplazamientos, la generación de zonas verdes, el aprovechamiento de los recursos naturales de la zona… Todos ellos se ven enormemente favorecidos por un modelo urbano como el de Benidorm.
Aire puro y agua al mar
Evidentemente, siguen existiendo detractores hacia este modelo de crecimiento, pero las cifras y datos oficiales hablan por sí mismos. Recientemente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó a Benidorm en uno de sus informes sobre salud climática como una de las diez ciudades españolas con mejor calidad de aire.
Un estudio de la OMS incluyó a Benidorm entre las diez ciudades con mejor calidad de aire de España
Además, en una zona que tradicionalmente –como, por desgracia, se ha visto hace pocas semanas– sufre de episodios de gota fría, la apuesta urbanística de Benidorm ha permitido minimizar el impacto de las mismas. Tal y como explicaba en una de sus conferencias el Premio Nacional de Arquitectura de 2009, Carlos Ferrater, “los edificios no han sellado el territorio y se han construido sobre la topografía, por lo que las aguas siguen yendo al mar”.
Los edificios no han sellado el territorio y se han construido sobre la topografía, por lo que las aguas siguen yendo al mar
El mismo Ferrater, en un ejemplo simplista como el de la caja de cerillas usado por Muñoz, evidenciaba las ventajas de la concentración de habitantes en altura al explicar, en relación a los desplazamientos necesarios por parte de los habitantes de Benidorm, que “todo el mundo está a diez minutos de la playa”.
Un urbanismo «amable y respetuoso con el territorio»
Otro arquitecto con especial renombre que ha defendido el Modelo Benidorm es Óscar Tusquets. El catalán aseguraba, en una conferencia impartida en la capital turística hace dos años, que “el modelo urbanístico de Benidorm es más amable y respetuoso con el territorio” que el urbanismo expansivo de otros lugares.
En este sentido, Tusquets explicaba que “incluso en otros lugares se ha tratado de replicar el modelo vertical, pero no la densidad, por lo que se han convertido en ciudades desagradables”. Y es que, efectivamente, una de las señas de identidad de la verticalidad de Benidorm es su uso residencial u hotelero frente al comercial de la mayoría de este tipo de construcciones.
Los redactores del primer PGOU ya tenían un planeamiento urbanístico mientras en España no había siquiera una Ley del Suelo
Tusquets, uno de los responsables de la construcción de la Villa Olímpica de Barcelona, elogió el carácter pionero de aquel PGOU benidormense, de cuyos responsables aseguró que “ya tenían un planeamiento urbanístico mientras en España no había siquiera una Ley del Suelo”. Algo en lo que coincide con su colega y miembro del Consejo de Escena Urbana, José Manuel Escobedo, que explica que “el Modelo Benidorm es completamente pionero, porque era un modelo para toda la ciudad y con gran visión de futuro, cosa no habitual en la época. Más apreciado, como suele ocurrir, fuera de España que dentro”.
Un decálogo sinónimo de éxito
José Luis Camarasa, arquitecto municipal de Benidorm, explicó hace ya tiempo que el modelo de la ciudad turística se basaba en un decálogo que había hecho posible que, con el paso del tiempo, acabara por quitar la razón a sus críticos más recalcitrantes.
Según Camarasa, ese decálogo se resume en unas “óptimas condiciones geográficas, tejido empresarial emprendedor, gobernanza urbanística amistosa, modelo territorial de bajo impacto, planeamiento urbanístico sencillo pero ambicioso, mínimo consumo de territorio, actividad turística exportadora, movilidad peatonal interna intensa, infraestructuras urbanas adaptadas con marchamo de máxima eficiencia y modelo de eco-ciudad sostenible de alta eficiencia energética y absoluto respeto al medio ambiente”.
Un decálogo que ahora, ante una época de nuevos retos, debe demostrar su vigencia. Las nuevas formas de movilidad –Benidorm ya ha dado pasos firmes con la implantación por toda la ciudad del carril bici– y la cada vez mayor urgencia de afrontar la emergencia climática planetaria debe propiciar que Benidorm, tan pionera hace algo más de 60 años, vuelva a ser un referente, y demuestre que crecimiento y prosperidad no son incompatibles con respeto y cuidado del medio ambiente.