El templete lo quitaron. Volvió: no como el de antes, le achacan, pero volvió. Y la fuente luminosa de Carlos Buigas (1898-1979, el de la fuente de Montjuïc), terminada el 30 de abril de 1977, ahí está, hablándole en agua a los paseantes: chiquillería, padres, ancianos… y una amplia representación de la adolescencia y la preadolescencia estudiantiles que, llegada la preceptiva hora, inunda el lugar de interjecciones con maquineos al móvil. Un quiosco, de los de horchata y café, más los de prensa y chuches, adoba la estampa.
La plaza de Navarro Rodrigo (la «de Benalúa») como quintaesencia del «verdadero» Alicante crecido a la vera sur de la Serra Grossa (al norte nació una turística urbe paralela proyectada hacia el mar): una ciudad anclada a plazas de parroquia cercana; glorietas donde antaño se llenaban cántaros y cubos y se calmaba la sed. Algunas, como ésta, crecieron asociadas a un aledaño mercado (éste del 1947, con zoco jueves y sábados). Un Alicante, eso sí, que durante décadas vivió de espaldas al Mediterráneo, quizá recordando ataques venidos del mar —pero sedienta de agua para regar, beber, vivir—, a pesar de sus playas: San Juan (la más grande), Almadraba, Albufereta, Postiguet, Saladar (Urbanova) y de la isla Tabarca.
El mecenas de esta plaza brotada el 7 de julio de 1884, José Carlos de Aguilera (1848-1900), cuarto marqués de Benalúa y tercer abonado del teléfono en la ciudad, pretendía un barrio (Benalúa), diseñado por el arquitecto José Guardiola Picó (1836-1909), para la clase media trabajadora, refrescado con flores y agua y sombreado por pinos, acacias, eucaliptos, palmeras y ficus, porque aquí triunfan las palmeras datileras y otras arecáceas como las palmeras canarias (de fruto semejante, más rojizo y menor calidad), y los ficus (de misma familia que la higuera): el gomero y el laurel de la India.
Es además portalón del crecimiento meridional de la ciudad, extendida desde su centro, a las faldas del Benacantil, un cerro o cantil que corona el castillo de Santa Bárbara, ciudadela fraguada en Plena Edad Media (XI-XIII) sobre el espíritu de una alcazaba de finales del IX, con restos que retrotraen hasta la Edad del Bronce.
Plazas desde las que degustar una cocina ecléctica en territorio del sofrito y el ´bollitori` (hervido), y ante todo arrocero: la paella como instrumento fundamental en fogones capitalinos, como el arroz alicantino, mixtura de mar y montaña.
Irradió la hoy metrópoli por tres de los cuatro puntos cardinales (al Este, el mar), rodeando también otro castillo, el de San Fernando (fortín de vigilancia ultimado en 1913, con parque, el Conservatorio Superior de Música Oscar Esplá y el Centro de Desarrollo Turístico) y sembrando el mapa de evocadores nombres: Altozano (barriada, con Moros y Cristianos en agosto, surgida de una burguesía dedicada al autóctono vino fondillón), San Blas (con Moros y Cristianos a mediados de julio), San Gabriel (pequeña villa en sí), El Palmeral (cuyo parque, hoy con cascada, auditorio y lagos con barcas y patos, fue diorama cinematográfico) y Urbanova (miniciudad playera). Casi todos ellos participantes, a últimos de junio, en las internacionales Fogueres de Sant Joan, donde la sana crítica a la realidad arde en efímeros monumentos, como sortilegio de fuego, pólvora y marcha nocturna.
La urbe se abrió al mar
Alicante necesita del líquido elemento, que arriba como agua corriente el 18 de octubre de 1898 (del 3 de agosto es la Societé Anonyme des Eaux d’Alicante). Acontece en la plaza de Isabel II, hoy de Gabriel Miró, con fuente-estatua de La Aguadora, de Vicente Bañuls (1866-1935, padre de Daniel, 1905-1947, autor de la céntrica fuente de la plaza de los Luceros); el lugar, alejado ahora del mar (una hilera de edificios, calles y el paseo de la Explanada, con suelo de dibujo oceánico, entre ella y la Marina Deportiva), antaño lo acogió: fue la «plaza de las barcas».
Esto sucedía extramuros. Intramuros, ese Alicante que ninguneaba la costa se abrirá al centro, cerca del Ayuntamiento, cuyo tercer escalón de la escalinata de acceso, la «cota 0» española, se encuentra al nivel del mar. El barranco de Canicia y la calle del Muro, al interior de las desaparecidas murallas, se convertirán en la céntrica Rambla de Méndez Núñez (cuyo vientre guarece un gran colector de aguas pluviales), antes con paseo interior y sin vistas al mar, hoy abierta a la Explanada.
Los 7 metros de altitud media y sus 201,27 km² (331.577 personas en 2018) dan para mucho, aunque sus gentes sueñen con habitar una ´pequeña ciudad` (que crece deglutiendo caseríos circundantes y barrancos, como el de Benalúa, hoy avenida de Óscar Esplá), que usan tranvía y no metropolitano. Y que no van al centro: «bajan a Alicante». La sierra de San Julián (Serra Grossa), 161 metros como cota máxima, divide el Alicante «de toda la vida», con animado centro que combina museos, monumentos (catedral de San Nicolás, basílica de Santa María, Palacio Provincial, Ayuntamiento), el segundo origen de la ciudad (barrio de Santa Cruz, a las faldas de Santa Bárbara y dibujo árabe) y modernismos con brochazos contemporáneos; y un Alicante más turístico con el primer origen de la ciudad, la Albufereta (el Tossal de Manises, donde asientan los íberos, unos 350 años a.C., y fundan los romanos en el I a.C. Lucentum), y la antigua huerta de la Condomina, hoy casi totalmente urbanizada.
Alicante soñaba con abrirse al mar aquí, por playa de San Juan y cabo de las Huertas, con proyecto de mediados del XX de Pedro Muguruza (1893-1952): hotel-balneario, aeropuerto, amplias avenidas salpicadas con dobles hileras de palmera, chalés de lujo. Pero llegó un brutalismo arquitectónico que ahora bebe de los bocetos originales. Y la extensión urbana dedicada al sol y tortilla se convirtió en otra metrópoli anexa a la original, donde se convive con la masificación veraniega y el retiro privado.
Y al fondo, lindante con El Campello, un antiguo humedal marino contiguo a la costa: el parque inundable La Marjal. Estanques, catarata, paseos, flora mediterránea y anátidas varias que señorean un astuto sistema de almacenamiento y drenaje hídricos, inaugurado el 27 de marzo de 2015, para una zona de una ciudad que es una inmensa y jubilosa desembocadura al Mediterráneo.