Los teatros de Alicante van reabriendo el telón tras meses de parón forzoso. Sobra decir que ahora los asistentes deben cumplir con las clásicas nuevas normas de seguridad que ya se han hecho habituales en nuestras vidas tales como el uso de mascarilla, toma de temperatura o el lavado de manos con gel hidroalcohólico.
Pero lo más importante es que al fin podemos volver a disfrutar de obras de teatro, musicales, conciertos, monólogos, óperas o zarzuelas en el Principal, el Arniches y demás locales de nuestra ciudad donde se practica este clásico arte.
Para celebrarlo en este periódico hemos querido rendir homenaje al que probablemente haya sido la gran figura alicantina que más ha aportado a la historia del teatro. Hablamos por supuesto de Carlos Arniches, de quien este 11 de octubre se cumple el 154 aniversario de su nacimiento.
Fue el villenero Ruperto Chapí quien introdujo a Arniches en el mundo del teatro
Inicios
Nuestro protagonista vino al mundo en la calle de San Francisco cuando ésta aún se llamaba Sagasta. Su padre trabajaba en la antigua Fábrica de Tabacos, que hoy en día conocemos como Las Cigarreras.
Ya siendo niño destacaba por su facilidad para la escritura. Empezó con algunos poemas y luego colaboró en varios periódicos locales. Se fue a vivir a Barcelona cuando tenía 14 años, puesto que su padre encontró un empleo en la banca de la ciudad condal, aunque el cambio radical en su vida fue cuando se trasladó a Madrid con 19 años para estudiar la carrera de Derecho en la Universidad Complutense.
En aquel Madrid castizo de finales del siglo XIX Carlos Arniches encontró todo un padrino en el célebre compositor de zarzuelas villenero Ruperto Chapí. Su paisano de la misma provincia le ayudó a entrar en el mundo del teatro madrileño, debutando con la obra ‘Casa editorial’ que se estrenó en 1888.
Sus obras solían parodiar la vida de las clases bajas, aunque también ridiculizaban a la burguesía y las altas esferas
Un referente del teatro madrileño
Si quisiéramos mencionar todas las obras salieron de la pluma de Arniches desde entonces, nos faltaría periódico. El alicantino se convirtió en uno de los principales dramaturgos de España, hasta el punto que muchos le identifican como inventor de su propio estilo: la tragedia grotesca.
Las piezas del alicantino se caracterizaban sobre todo por caricaturizar (e incluso pariodar) a personajes propios de las clases populares. Buscaba inspiración recorriéndose los barrios más humildes de la capital de España, para así recrear el ambiente callejero que encontraba. Sus personajes solían utilizar un lenguaje muy coloquial e incluso chulesco, captando la esencia de los bajos fondos. De hecho durante sus épocas de mayor éxito, algunas de las expresiones dichas en sus obras se convirtieron en coletillas habituales en las calles madrileñas.
Por destacar algunas de sus funciones con más exito: ‘El santo de la Isidra’ (1898), ‘El puñao de Rosas’ (1902), ‘Alma de Dios’ (1908), ‘La Señorita de Trevélez’ (1918), ‘Don Quitín el amargao’ (1924), ‘El solar de mediacapa’ (1928) y un larguísimo etcétera. Aunque su sello particular era reírse de los aspectos mundanos de la prole, tampoco ahorraba críticas y burlas hacia la burguesía o las clases sociales dominantes. Dicen algunos entendidos teatrales que el género chico (subgénero de la zarzuela más corto y popular) alcanzó su máximo esplendor con Carlos Arniches.
Durante la Guerra Civil se refugió junto a su familia en el Hotel Palas y en una finca de San Vicente
Sus reencuentros con Alicante
A pesar de convertirse en todo un símbolo del teatro madrileño, Arniches nunca olvidó su tierra natal. En uno de sus habituales regresos dedicó a Alicante una de sus obras más celebres, llamada ‘Doloretes’. También fue declarado Hijo Predilecto por el Ayuntamiento y presidente de honor en la hoguera de Calvo Sotelo.
Cuando estalló la Guerra Civil se refugió junto a su familia (estaba casado y tuvo cinco hijos) en el Hotel Palas y luego en la finca de un familiar en San Vicente del Raspeig. Falleció con 76 años.
Su filmografía (casi toda póstuma) también es inmensa, pues muchas de sus obras fueron llevadas al cine en la Posguerra. En 1956 se construyó un nuevo teatro en la avenida Aguilera que todavía lleva su nombre.
Decía Charles Chaplin que “la vida es una obra de teatro que no permite ensayos”. Lo cierto es que el sector escénico ha sido uno de los más perjudicados por esta epidemia. Desde la pasada primavera cientos de funciones y giras han estado suspendidas. Si bien ahora la vida ya va regresando a los escenarios, aún parece que nos tocará esperar un tiempo para volver a ver los teatros llenos. Recordemos mientras tanto a los grandes referentes históricos como Arniches, que conseguían colgar función tras función el cartel de ‘No quedan entradas’.