Las causas más conocidas son los vertidos de las industrias, los plásticos o los derrames de petróleo, entre otros; pero pequeños gestos que realizan miles de personas en sus hogares cada día, terminan repercutiendo en la salud de nuestras aguas.
Otras formas de ensuciar nuestros mares:
Inodoro
Tenemos muchos ejemplos de muestra, como la profunda inconsciencia de quien arroja por el inodoro papeles, plásticos, líquidos que le molestan en su casa y no sabe cómo deshacerse de ellos (por supuesto, sin tener en cuenta si son tóxicos o perjudiciales para el medio ambiente o los seres vivos).
Fregadero de cocina
Algo muy común es utilizar el fregadero de la cocina para verter lo que sobra de aceites de cocina, u otros compuestos líquidos, que podrían ser los usados para el coche. Es bastante frecuente observar este tipo de acciones en personas mayores que no han tenido ninguna educación medioambiental, sobre todo si han vivido en ciudades. Parece que la población mayor que habita en el campo, tiene otra perspectiva diferente: la que le ha dado el contacto con la naturaleza y el haber vivido en tiempos de guerra o de posguerra (lo que les hace valorar más lo que tienen y el cultivar o conservar sus propios alimentos, además crear sus productos de higiene).
Lavabo y lavadora
Pero no termina aquí todo, hay que sumarle lo que se vierte por el lavabo de los baños o incluso lo que termina desaguando nuestra lavadora. “Cerca del 85% de los materiales de origen humano que encontramos en las costas son microfibras”, asegura Nicholas Mallos, director del programa de basura marina de Ocean Conservacy. Estas microfibras provienen de los tejidos sintéticos, especialmente de esos que sueltan pelusilla en cada lavado aunque no nos demos cuenta, como son los comunes forros polares (creo que no hay persona en el mundo occidental que no tenga uno). Se terminan introduciendo en los pulmones y el estómago de los peces e invertebrados y después pasan al torrente sanguíneo dañando, con lo que pueden alterar al sistema inmunológico y endocrino, alterando su fertilidad o produciendo cambios de sexo.
A esto se le añade toda la amalgama de pinturas, purpurinas o apliques decorativos, que suelen llevar muchas prendas infantiles, que casi nunca resisten los distintos lavados, y finalmente pasan a nuestros ríos y mares. Esos peces de los que nos alimentamos se terminarán comiendo nuestros “desperdicios” textiles o la “sopa” de plástico que hemos producido, y luego pasarán de nuevo a nuestro propio sistema digestivo. En ese ciclo está el ser humano, a no ser que dejemos de alimentarnos de animales marinos o que suprimamos nuestra costumbre de arrojar al agua lo que estorba, todo continuará como está, o mejor dicho degenerará hasta nuestra propia extinción.
Nos quedamos con el dicho: “Quien traza el mal, lo padece”. Podría ser el resumen de lo que nos sucederá, sino tomamos otro tipo de alternativas en nuestros hábitos diarios. En la naturaleza nada se desperdicia, se transforma y pasa a formar parte de otra vida. Tendríamos que tomar ejemplo de ella.
Vía: Conciencia Eco