El Castillo de Santa Bárbara es el vecino más antiguo de Alicante, con más de mil años a sus espaldas cuando fuera construido por los musulmanes (obviamente, sin su actual nombre).
Entre sus muros se esconden múltiples historias: Guerras, rebeliones, leyendas de fantasmas, amores… En esta ocasión quiero contar uno de sus episodios más sonados. Ya no solamente por la importancia del hecho para Alicante (e incluso para España), sino porque todavía sigue arrastrando consecuencias hasta hoy en día para nuestro turismo local.
Invasión inglesa
Nos retrotraemos a la Guerra de Sucesión, que en los inicios del siglo XVIII enfrentó a los Borbones contra los Austrias por la corona de España. Aquella contienda se convirtió en un conflicto bélico a escala europea, entrando en ella Francia para defender al candidato Felipe de Borbón e Inglaterra para apoyar al candidato Carlos de Austria.
Alicante en un primer momento se puso de parte de los borbones. Por tanto, la ciudad se convirtió en objetivo militar de los austracistas. Más aún teniendo en cuenta que el Castillo y la Bahía la convertían en una de las plazas más cotizadas del Mediterráneo.
No habían pasado ni unos meses de guerra, cuando Alicante fue bombardeada por la flota naval inglesa. En julio de 1706 los soldados británicos desembarcaban en Aguamarga. La toma de la ciudad se prolongó durante los dos meses siguientes, hasta que las tropas borbónicas se rindieron después de una larga lucha que destrozó gran parte de las murallas.
Llegan los franceses
Una vez los ingleses ya ondearon su bandera sobre Alicante, se apresuraron rápidamente a reconstruir las murallas y preparar las defensas temiendo una contraofensiva de los borbones.
El general encargado de proteger la ciudad fue el londinense John Richards, quien llegó incluso a plantear la idea de quemar el barrio de San Antón para así llenar de escombros la ladera del Benacantil y dificultar su conquista. Afortunadamente, el total rechazo de la población local le obligó a desistir en su propósito.
Richards no se equivocaba en sus temores, pues en diciembre de 1708 nuevas tropas borbónicas llegaron a Alicante capitaneadas por el general francés Claude Bildal D’Asfeld. Lograron tomar la ciudad muy fácilmente, pero los ingleses se hicieron fuertes en el Castillo.
El general francés D’Asfeld excavó una mina en el Benacantil y la llenó entera de pólvora
La gran explosión
Pasaron varios meses, Richards no se rendía y la paciencia de D’Asfeld comenzaba a agotarse. Ambos sabían que el tiempo corría a favor de los ingleses, pues se esperaba que un batallón austricista llegara a auxiliarles de un momento a otro.
Harto de la situación, D’Asfeld ordenó escavar un túnel en las faldas del Benacantil para luego llenarlo de pólvora. Antes de encender la mecha, ofreció en reiteradas ocasiones una rendición pacífica a Richards e incluso le invitó a bajar para que viera con sus propios ojos los explosivos colocados. No sirvió de nada. El general londinense continuó negándose a ceder el Castillo.
Los franceses cumplieron sus amenazas, y el Benacantil sufrió la que probablemente fue la peor explosión de toda su historia. Gran parte del Castillo saltó por los aires. Muchos soldados ingleses fallecieron, incluido el propio Richards.
Los ingleses resistieron varios meses recluidos en el Castillo, esperando la llegada de tropas de apoyo
Rendición
Irónicamente, la explosión dificultó todavía más la toma del Castillo pues destrozó los senderos que subían hacia la cima del Benacantil. Los austracistas supervivientes, aún sin su líder militar, continuaron resistiendo y esperando la llegada de las prometidas tropas de auxilio.
Sin embargo, cuando al fin llegaron no pudieron ayudarles. La buena defensa sobre el terreno planteada por D’Asfeld, unida a una mala meteorología que dificultó el ataque naval, evidenció que los ingleses no podrían recuperar la ciudad. Finalmente ambos bandos llegaron a un acuerdo, los soldados recluidos bajaron del Castillo sin represalias y abandonaron pacíficamente Alicante.
La Guerra de Sucesión ya estaba próxima a terminar. Los Borbones ganaron aquella contienda y desde entonces (sálvese ciertas interrupciones) han ostentado la Corona de España hasta la actualidad. Aquella historia se quedó como una anécdota más de la ciudad, que se fue perdiendo con el paso de los siglos.
El alcalde franquista Agatángelo Soler aprovechó el hueco de la explosión para instalar el actual ascensor del Castillo
El ascensor del Castillo
Muchos años más tarde, a mediados del siglo XX, ocurrió que el Ayuntamiento de Alicante se dio cuenta que el Castillo de Santa Bárbara ya no servía para ganar ninguna guerra, pero sí constituía un enorme potencial turístico para la ciudad.
Sin embargo, para los turistas no era nada fácil subir andando hasta allá arriba, y menos aún con el calor que nos gastamos en estas tierras. Fue entonces cuando a un alcalde muy espabilado, Agatángelo Soler, se le ocurrió instalar un ascensor que lo conectara con la playa del Postiguet. ¿Y adivinan que hueco aprovechó para hacerlo funcionar? Han acertado, el de la explosión provocada por los franceses 250 años atrás. El dicho de ´no hay mal que por bien no venga` demostró una vez más ser cierto.
Este verano a buen seguro miles de visitantes volverán a utilizar el citado ascensor para subir a nuestro Castillo. La mayoría de ellos probablemente desconocerán que es gracias a un militar francés llamado D’Asfeld del siglo XVIII que se están ahorrando una buena caminata montaña arriba.