Dejando aparte los cada vez más recurrentes episodios de pertinaz sequía, la historia de la Marina Baixa como, en realidad, la de cualquier región del planeta, está íntimamente ligada a los recursos naturales y, entre ellos, especialmente el agua.
Durante milenios, algo tan evidente hoy en día como trasladar el líquido elemento de un punto a otro de la geografía requería de obras de ingeniería civil que, en muchos casos, desafiaban de tal manera los conocimientos técnicos de la época que propiciaron avances muy significativos que, con sus modificaciones correspondientes o incluso intactos, han sobrevivido hasta nuestros días.
La Marina Baixa, con casi 40 kilómetros de costa, es hoy en día, empujada por el todopoderoso Benidorm, uno de los destinos turísticos por excelencia de Europa. Enmarcada por el mar Mediterráneo y las montañas del interior de la provincia, cuenta con un microclima que antaño fue un quebradero de cabeza y que hoy en día permite garantizar el buen tiempo y, con él, mantener abierta la industria turística los 365 días del año.
Todo un mundo en sólo una comarca
Imponentes edificios, parques temáticos, vida nocturna, playas de aguas cristalinas, paisajes de montaña al lado del mar, paraíso de senderistas y excursionistas, parques naturales… la Marina Baixa ofrece, en apenas 580 kms2, lo que en otras latitudes se precisa de largas kilometradas para visitar. Pero todo ello tuvo un origen. Un inicio. Y, como todas las historias que merecen ser contadas, no todo fue fácil, rápido y bonito.
Habitada desde tiempos inmemoriales, el primer paso, fundamental a la hora de comprender el desarrollo que en los siglos posteriores vivió la comarca hasta convertirse en el motor económico de la marca turística Costa Blanca, se puede datar en 1666. Los libros de historia de todo el mundo recogen que aquel año estuvo marcado por la chispa que, originada en la panadería de Thomas Farriner, causó el Gran Incendio de Londres.
Aquel fuego arrasó más de 13.000 viviendas de la capital británica, y propició la refundación de la misma en la metrópoli moderna que sobrevive hasta nuestros días.
La Sequia Mare, la arteria que dio vida a la comarca
Pero aquel año de 1666 nos dejó otro episodio de vital importancia para el desarrollo de la comarca. Un hecho que, como suele ocurrir con estas cosas, apenas es conocido y pasa desapercibido para la inmensa mayoría de los habitantes de los 18 municipios que conforman la Marina Baixa.
Beatriz Fajardo de Mendoza impulsa, en 1666, la ´Sequia Mare`, primera gran infraestructura de vertebración comarcal de la Marina Baixa
Aquel año, Beatriz Fajardo de Mendoza no sólo otorgó la carta puebla a Benidorm, sino que promovió el inicio de una de las infraestructuras más importantes, dinamizadoras y vertebradoras que conoció la comarca hasta bien entrado el siglo XX: la Sequia Mare o Riego Mayor de Alfaz.
Con ella, Fajardo de Mendoza garantizó que las poblaciones costeras de la Marina Baixa tuvieran acceso al agua y, por lo tanto, a la creación y explotación de nuevos campos de cultivo que, unidos a la pesca, potenciaran la economía de la zona, dominada entonces por los más fértiles municipios de los valles interiores.
La importancia de esa infraestructura hídrica fue capital no sólo en la época de su construcción, sino durante los decenios y siglos siguientes. Sin embargo, en la costa, en un todavía minúsculo –comparado con su realidad actual– Benidorm, los antepasados de los emprendedores que inventaron el turismo de sol y playa para todas las clases sociales, ya daban buena muestra de su particular empeño por demostrar que, puestos a hacer algo, había que ser los mejores en ello.
Los mejores almadraberos del Mediterráneo
El mar Mediterráneo, cuna de civilizaciones y, como cantaba Joan Manuel Serrat, un lugar con “alma profunda y oscura”, fue fuente de riqueza para todos aquellos pueblos e imperios que lo llenaron de sangre e historia, a lo largo de las miles de batallas que en sus aguas y sus costas se libraron para dominarlo y explotarlo.
La práctica totalidad de almadrabas del Mediterráneo estuvo, durante siglos, al mando de arráeces benidormenses, grandes maestros almadraberos
El atún siempre fue uno de sus productos más codiciados y la almadraba, vocablo de origen árabe cuya traducción más fiel sería algo así como ´lugar donde se golpea`, el arte de pesca más eficaz y extendido para su captura. Y en ese arte, en la almadraba, los benidormenses eran los grandes maestros.
Si los romanos bautizaron el mar por el que se movían a sus anchas como el ´Mare Nostrum`, los arráeces benidormenses hicieron suyas las almadrabas que se calaban en todo el Mediterráneo. De sobra conocidos por su buen hacer, aquellos capitanes almadraberos estuvieron al mando de esos recintos de lucha entre el hombre y la naturaleza, hasta que aquel arte entró en desuso y poco a poco fue desapareciendo. Mediado el siglo XX, sólo la memoria de los más viejos del lugar recordaba aquel pasado pescador.
Los dubitativos comienzos de los balnearios
De nuevo, el rico y fértil interior de la Marina Baixa parecía prosperar a una velocidad muy distinta a una costa ingrata y complicada que comenzaba a mirar a Europa, pese a la realidad política y social de la época, como la solución a una situación más que complicada.
Llegó el turno entonces de otra figura clave en la historia de la región. Benidorm ya había dado sus primeros e inseguros pasos hacia la conversión turística. A caballo entre los siglos XIX y XX, el Balneario Virgen del Sufragio, de la mano del éxito del ´Tren Botijo`, comenzó a atraer a los primeros turistas que, provenientes mayoritariamente de Alcoy y Madrid, querían imitar a la realeza y las clases más altas del país, que aprovechaban los veranos para ´tomar los baños` en Santander, San Sebastián o Biarritz.
Aquello, que no terminaba de despegar, se vino abajo, como todo en este país, con la Guerra Civil. Benidorm no iba a ser una excepción y, pasada la contienda, divisiones y heridas no cerradas durante aquel largo enfrentamiento tardaron en sanar, pero cuando lo hicieron la realidad social había cambiado. En 1952 cerró la almadraba del Rincón de Loix, sólo dos años después de que un todavía desconocido Pedro Zaragoza Orts fuera nombrado alcalde del municipio.
Al turismo a través de la planificación urbana
Visionario, ambicioso, incansable y, sobre todas las cosas, tenaz, Zaragoza no tardó ni un año en impulsar el que fue su legado más importante: el plan de ordenación urbana (PGOU) que permitió a Benidorm convertirse en el abanderado de la industria turística española que es hoy en día, y que fue aprobado definitivamente en 1956.
Pedro Zaragoza Orts impulsó, en 1950, su legado más importante: el plan de ordenación urbana que permitió el desarrollo del Benidorm turístico
Un PGOU que, de alguna manera, volvió a poner negro sobre blanco el carácter innovador de este municipio ya que, con ese documento, estamos hablando del primero de ese tipo redactado en España.
Avenidas anchas, un trazado en cuadrícula –inspirado en el Plan Cerdà de Barcelona– y, sobre todo, el aprovechamiento –a base de su destrucción ecológica– de toda la zona de Levante, tierra prácticamente inservible que, con los años, se ha convertido en la gallina de los huevos de oro turísticos.
Pensado inicialmente para permitir un urbanismo más extensivo, Zaragoza y los suyos pronto se dieron cuenta que el futuro pasaba por edificar en altura, y aquel PGOU no tardó en retocarse para permitir levantar edificios de hasta once plantas y, casi sin periodo de adaptación, a dar el beneplácito a la libertad absoluta en cuanto a los metros verticales.
La transformación turística de Benidorm y la comarca se produjo a una velocidad asombrosa, cambiando por completo la Marina Baixa en apenas una década
Una reinvención en tiempo récord
Desde ese momento, las manecillas del reloj comenzaron a moverse más rápido que nunca. Benidorm entró en una carrera desenfrenada por atraer el turismo nacional e internacional. Conocidísimas son las anécdotas de aquel pleistoceno turístico de Pedro Zaragoza viajando en Vespa a El Pardo, para conseguir que Franco permitiera el uso del biquini en sus playas, la inauguración de la embajada de Benidorm en Laponia o la creación del Festival Internacional de la Canción, que merece –y lo tendrá– un capítulo aparte en la historia del municipio y la comarca.
El tiempo, decíamos, se convirtió en algo relativo a partir de esa década de los 50. La vida, que durante siglos había venido marcada por las estaciones, las cosechas, las almadrabas y el tranquilo pasar de los días, se aceleró. Visionarios, los habitantes de Benidorm no tardaron en subirse a ese tren en marcha y hoteles, restaurantes, discotecas, oficinas de cambio de moneda, tiendas de ´souvenirs`… todo fue apareciendo de la noche a la mañana. Casi como setas tras las lluvias.
Época del destape
Era la época del destape. El primer franquismo, el aislacionista, había dado paso a un régimen –puro maquillaje hacia el exterior– más amable y Benidorm era su mascarón de proa. Llegaban turistas de todas partes. Tan altos, tan rubios, tan distintos. Algunos, vieron la oportunidad crematística y se quedaron ayudando, con sus ideas y sus divisas, a fortalecer y desarrollar todavía más aquella nave que viajaba ya a velocidad de crucero.
Otros, se enamoraron y se quedaron, convirtiendo en algo normal lo que hasta sólo unos años antes era impensable: niños de apellidos impronunciables que se manejaban por igual en español, valenciano e inglés, o francés, o alemán, o… y cambiaron el paisanaje del lugar.
Aparecieron las luces de neón, los guateques dieron paso a las discotecas, los turoperadores entraron en el negocio, el aeropuerto de El Altet –aquello de Alicante-Elche vendría mucho después– era un hervidero continuo de personas. Apenas había pasado una década desde que todo arrancó y Benidorm ya se había convertido en el referente de una comarca cuyos municipios no tardaron en subirse al carro y aprovechar aquel tirón salvador.
Años de luces y sombras
Fueron años de desenfreno y cierta locura y, con ello, claro está, de excesos. Poco importó entonces el daño ecológico y/o patrimonial que aquella transformación estaba causando. Como todo proceso histórico, aquello no puede ser juzgado con una mirada actual.
Los años del gran cambio de la comarca fueron, también, los de los grandes excesos en términos de destrucción ecológica y patrimonial
Estamos hablando de una España que salía de la posguerra, en la que muchas familias todavía se tenían que conformar con sobrevivir y en la que la emigración era la única salida para muchos. En la que la autarquía ahogaba al sector industrial y en la que la pertinaz sequía acababa con el campo. En la que las ciudades no eran capaces de dar cabida al inmenso e incesante flujo de nuevos habitantes provenientes de lo que hoy conocemos como la España vaciada.
Eran tiempos, en definitiva, en los que había que aprovechar la oportunidad en el momento y forma en que se presentaba. Y, por supuesto, en los que la conciencia social hacia la ecología y el patrimonio no existía o era, a lo sumo, incipiente. Fueron tiempos, quizás, necesarios para aprender de los errores y formar nuestro punto de vista actual sobre estos asuntos.
El reto de la sostenibilidad
Y por ello, sólo entendiendo lo que sucedió en aquellos años 60 y 70 locos, podemos comprender mejor la Marina Baixa que salió del cambio de siglo y se enfrenta ahora a un mundo nuevo. A una realidad tan cambiante como la de aquella época de Pedro Zaragoza.
El mundo vive hoy un cambio de paradigma. Lo que sirvió durante décadas ya no es una realidad viable. Ya no existen las vacaciones de un mes y las familias ya no se conforman sólo con el sol y playa. Internet y las nuevas tecnologías abren un sinfín de nuevas posibilidades a destinos y visitantes.
El turismo se enfrenta ahora a una reinvención completa, que obligará a un nuevo esfuerzo innovador del mismo calado que el de aquellos pioneros de los 60
La sostenibilidad de la industria (turística en este caso) es un reto real. Los viajes ´low cost` han traído parejo un nuevo tipo de turista. Son tiempos, en definitiva, de cambio y reconversión y Benidorm, y en general la Marina Baixa, tiene que volver a demostrar que sigue siendo un lugar innovador y pionero. El punto de partida del que nazca el nuevo turismo del siglo XXI que luego, como siempre hicieron en el pasado, sigan y copien los demás.
La Marina Baixa hoy
Extensión: 579 kms2
Habitantes*: 165.001
Municipios: 18
Municipio más poblado: Benidorm (67.558 habitantes*)
Municipio más extenso: Relleu (76,87 kms2)
Municipio menos poblado: Benifato (158 habitantes*)
Municipio más pequeño: Benifato (11,9 kms2)
*Datos obtenidos del INE a 01 de enero de 2018