El año 2019 toca a su fin, gracias a Dios. Un ejercicio que en el plano agrícola ha estado marcado por bastantes más sombras que luces. Todas ellas, producto de una incompetencia y dejadez política que claman al cielo y detallo a continuación.
Arrancamos con el peso de la peor campaña citrícola de los últimos 15 años, en la que vimos como nuestras mandarinas, naranjas y limones se quedaban sin precio por culpa de la sobreinundación en el mercado que provocaron las exportaciones masivas de Sudáfrica. Cuántas veces tuve que escuchar, “que pase este año rápido”, cuántas veces tuve que ver campos repletos de fruta sin recoger, pudriéndose en el árbol o en el suelo, en plena temporada de comercialización, porque al agricultor no le compensaba económicamente hacer frente a los gastos para recoger la fruta y prefirió dejarla perder. Hemos contabilizado pérdidas económicas del sector citrícola en la provincia para la campaña 2018-2019 de 123 millones de euros, lo que supone un 30% menos de ingresos que en la campaña anterior. Por supuesto, este “cataclismo citrícola” tuvo responsables y, a pesar de que algunos de ellos quisieron escudarse en la confluencia de factores como el exceso de producción, calibres pequeños o falta de organización del sector… los productores tenemos claro que mucho tuvo que ver la política que ha adoptado la UE con respecto a las producciones mediterráneas, que nos utiliza por sistema como moneda de cambio para todos sus tratados e intereses comerciales con terceros países, con la tranquilidad de que nuestros representantes en Bruselas no muestran ni un ápice de resistencia.
Pocos meses después llegaba el acuerdo entre la UE y Mercosur, por el que estos países van a poder exportar sus frutas y hortalizas a la Unión Europea con aranceles irrisorios. Unas producciones que, de nuevo, no cumplen con los estrictos protocolos fitosanitarios y laborales que se exigen a los agricultores europeos creando más competencia desleal. Todavía no sabíamos que en octubre llegaría la broma pesada de Trump, que nos eligió como verdugos para pagar el castigo de una guerra comercial aeronáutica en la que nada tenemos que ver (imponiéndonos el 25% para determinados productos), mientras Europa, de nuevo, se cruzaba de brazos y mostraba la tibieza a la que nos tiene acostumbrados en los últimos acontecimientos internacionales.
Como se suele decir, las desgracias nunca vienen solas. Y así ha sido. Muy, muy, tocados, a mediados de septiembre la peor DANA que se recuerda en 140 años barrió la Vega Baja del Segura. 500 litros por metro cuadrado caídos en dos días, sumados a la dejadez política por parte de la CHS de un río que lleva años sin limpieza ni mantenimiento alguno, hicieron reventar el Segura en su último tramo. Es cierto que esos litros son inasumibles para cualquier territorio, pero todos vimos como la catástrofe en la Vega Baja vino de la mano de las múltiples roturas del cauce y los canales anexos que transportan el agua. De hecho, lo peor de la DANA llegó cuando ya no llovía, cuando se rompieron varias motas y la Vega quedó sumergida durante más de una semana, causando unas pérdidas agrícolas de alrededor de 550 millones de euros. Hoy, tres meses después, los agricultores han recibido 0 ayudas por parte de Gobierno y Consell.
Pero el Annus horribilis no se queda aquí. Después llegaron unos presupuestos de la Generalitat en Agricultura vergonzosos, en el que se suben las partidas a gastos de personal o a medio ambiente, en detrimento directo de esferas estrictamente agrarias como las de infraestructuras, gestión de recursos hídricos o sanidad vegetal.
La guinda al 2019 la puso, de nuevo, el Gobierno Central, cuando, tras las Elecciones Generales, la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, nos cerró del grifo del trasvase Tajo-Segura tomando la “inexplicable” decisión de no autorizar caudales para el regadío este mes, a pesar de que los informes técnicos lo avalaban y que había reservas en los embalses de cabecera del Tajo para hacerlo. Una vez más, constatamos que los intereses del trasvase Tajo-Segura están más sujetos a cuestiones político-territoriales que técnicas.
Dicho esto, cerramos con gusto el 2019 y lo mandamos al último cajón del desván, para afrontar un 2020 lleno de esperanza, oportunidades y trabajo para recuperar nuestra Vega Baja y volver a ponerla guapa. Sí tenemos un deseo para el próximo año: la formación de un Gobierno estable, un Gobierno que deje de desmantelar la agricultura en España, que tenga, al menos, un poco de empatía con sus conciudadanos y que entienda que nuestra única finalidad es poder trabajar y obtener un precio justo por lo que producimos. Feliz Navidad y muy próspero año 2020.