Una de las mayores debilidades del modelo turístico que basa su éxito en la capacidad de atracción de un enorme volumen de visitantes es que, cuando vienen mal dadas, no es fácil sobreponerse a un bajón en las cifras de llegadas. Los márgenes de beneficio de ese modelo son, casi siempre, muy pequeños y, por lo tanto, no basta con que la maquinaria funcione a bajo, ni siquiera a medio rendimiento, para que las cuentas cuadren.
Esa es la realidad de Benidorm y la Costa Blanca. La ciudad de los rascacielos, la que en la segunda mitad del siglo XX ejemplificó la democratización de las vacaciones, que dejaron de ser un lujo solo al alcance de unos pocos, está siendo ahora, fruto de una pandemia que marcará a toda una generación, rehén de su propio éxito.
Lo fácil, claro está, es llamar a un cambio del modelo. Lo sencillo, en el fondo, es clamar por un negocio más elitista, en el que el café se cobre a siete euros, la caña a diez, la copa a veinte y, por qué no, el menú no baje de cincuenta euros. Pero eso, que tan bien suena en un discurso facilón, no deja de ser populismo turístico. Por mal que vayan ahora las cosas, el éxito y fama de Benidorm –y la Costa Blanca– se sustenta, precisamente, en esa masificación que confiere al destino un ambiente que millones de personas aman y anhelan poder disfrutar más pronto que tarde.
La peor crisis
Hasta ahora, durante más de seis décadas, los mayores riesgos que podían nublar el casi siempre despejado horizonte turístico eran las cíclicas y más o menos conocidas crisis económicas. Baches que, como siempre ocurre, se ceban con unos; pero dejan indemnes –o incluso reforzados– a otros. Crisis del petróleo, del ladrillo, de la deuda, del euro… cualquiera de las que hayamos vivido en el último siglo Benidorm ha sabido superarla con creces.
Sin embargo, esto es distinto. Un ‘bicho’, tan minúsculo que nos lo tienen que presentar a través de un microscopio, ha puesto en jaque, literalmente, a todo el planeta. Unos por miedo y otros, sencillamente, porque las autoridades no lo permiten; pero lo cierto es que los visitantes han dejado de llegar. El maná, la fuente inagotable de ingresos, se ha secado temporalmente y, sin masas a las que acunar o dar de comer, Benidorm sufre.
Albert Einstein, el genio del pelo revuelto al que es casi imposible imaginar enseñando piel a la orilla de la Playa de Levante, dijo aquello de que ‘en los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento’. Y a eso, a olvidarse de todo lo aprendido en tiempos que nada tienen que ver con los presentes y a imaginar soluciones, por descabelladas que puedan parecer, se han puesto los empresarios benidormenses.
Se trata de una idea que, de puro simple, roza la genialidad: convertir toda la ciudad en un gran ‘todo incluido’
Una simple genialidad
Rechazada la idea por los hoteleros en un primer momento, los hosteleros y los apartamentos turísticos de la capital turística de la Costa Blanca se han sacado de la manga una idea que, de puro simple, roza la genialidad: convertir toda la ciudad en un enorme resort ‘todo incluido’.
Quizás, hay que admitirlo, describirlo de esa manera sea simplista y algo exagerado, pero sirve para hacerse una idea de una iniciativa que, si funciona en estos tiempos pandémicos, bien podría –convenientemente reformada– suponer una buena herramienta para pelear contra los paquetes ‘all inclusive’ con los que los touroperadores llevan años asfixiando a la hostelería local.
La idea, insistimos, es simple. Hosteleros (representados por Abreca y Cobreca) y un inicialmente pequeño número de empresarios inmobiliarios (a los que se irán uniendo más en las próximas semanas), han firmado un acuerdo ofreciendo a los visitantes un paquete que incluye: alojamiento en los apartamentos turísticos incluidos en el programa y manutención en alguno de los 35 restaurantes de Benidorm que se han sumado. Todo por un precio cerrado. O sea, sí, un resort de pensión completa.
Los precios se han ajustado de tal manera que permitan atraer turistas para salvar la temida temporada baja
Precios competitivos
Sin intención de reinventar la rueda, el modelo propuesto le da una vuelta a lo que mejor saben hacer los empresarios turísticos de la ciudad de los rascacielos: engatusar y atraer a un enorme número de visitantes por un precio tan asequible como para que nadie tenga que renunciar a unos días de vacaciones. O sea, a insuflar las calles de Benidorm de volumen de turistas.
En ese sentido, dada la actual situación, se ha apostado por bajar los precios y, de esa manera, tratar de salvar la temporada baja. La opción más barata ofrece seis noches de alojamiento por 125 euros por persona, pero en este caso no se puede disfrutar de comida incluida. Si el visitante quiere añadir el desayuno a su menú diario lo podrá hacer por unos muy competitivos 140 euros por persona.
Más allá, la media pensión se ha marcado por 205 euros por persona, mientras que la pensión completa asciende a 271 euros por esos mismos seis días de estancia en la ciudad. Precio, este último, sujeto a rebajas ya que, si el apartamento es ocupado por dos personas, el precio se reduce a 252 euros por cabeza, a 230 si los visitantes son tres y a 209 euros por los seis días de alojamiento y pensión completa si el número de alojados asciende a cuatro.
Cancelado el IMSERSO y con los emisores europeos recomendando no viajar a España, el turismo nacional ha acogido la propuesta con los brazos abiertos
Y la idea, claro está, ha gustado. Cancelado el IMSERSO y con la mayor parte de los emisores europeos todavía recomendando no viajar a España, el turismo nacional a acogido la propuesta con los brazos abiertos, aumentando ya en los primeros días de vigencia de la oferta la curva de demanda que venía experimentando el sector.