Entrevista > Pascual Maciá / Palmerero del año
La primera vez que Pascual se subió a una palmera tenía solo ocho años, desde entonces no ha dejado de hacerlo. Incluso ahora se atreve a sus 79 años para recoger dátiles para su familia, porque es lo que lleva haciendo toda la vida.
Reconoce que los tiempos han cambiado mucho desde entonces, cuando las condiciones de trabajo eran muy precarias. Cuenta que de la palmera se aprovechaba prácticamente todo, incluso un café que se hacía tostando y moliendo el hueso del dátil.
Un oficio que necesita años de experiencia
Desde tiempos muy lejanos el palmerero ha sido quien ha trabajado y cuidado las palmeras, un oficio que necesita años de experiencia, que no solo supone cortar hojas o recoger dátiles, sino saber podar, recolectar o polinizar. Y que ya por fin recibe el reconocimiento y la cualificación que se merece.
Los trabajos que tienen que ver con la palmera y con la artesanía de la palma blanca nos permiten comprobar cómo, año tras año, seguimos cumpliendo con el desarrollo de una tradición ligada a nuestro municipio. Pascual Maciá ha dedicado toda su vida a algo tan nuestro como la palmera, y este año ha tenido el reconocimiento de su ciudad que le ha nombrado palmerero del año.
¿La palmera ha sido su vida?
La mía y la de mi familia desde siempre. Yo mis huertos los heredé de mi madre que lo había heredado de mi abuelo. Siempre hemos tenido huertos y los hemos trabajado, tanto recogiendo dátiles como haciendo las palmas del domingo de ramos. De la palmera se aprovechaba todo; los troncos se utilizaban como vigas o para hacer muebles.
De las palmas se hacían también escobas e incluso café. Cuando yo era muy joven recuerdo que se vendía café de dátil, te estoy hablando de hace casi 70 años. Recogíamos los dátiles que caían al suelo y sacábamos el hueso, y nos lo compraban a 2 pesetas el kilo. Había dos empresas que tostaban el hueso, lo molían y se extraía un polvo oscuro que se usaba como café y era muy apreciado. Lo vendían en unos paquetitos en los que ponía ‘Sabor D’Elig’.
¿Cuándo se hizo palmerero?
De pequeño yo no quería ser palmerero por nada del mundo, pero entonces en aquella época hacíamos lo que nos decían los padres. A los ocho años era el mayor de cuatro hermanos, mi padre me dijo coge la soga y ‘pa arriba’. Me temblaban las piernas de miedo y le dije que yo prefería dedicarme a otras cosas, pero no hubo nada que hacer; empecé a subirme siendo un niño por obligación.
«Me acostumbré muy deprisa y era casi como un juego porque era muy pequeño»
¿Y después?
Me acostumbré muy deprisa y era casi como un juego porque era muy pequeño.
En el Hort de la Manchona, vivía don Julio el médico y un día esperando en su consulta que la tenía en un huerto muy bien cuidado y muy bonito, me di cuenta de que yo lo que quería era vivir en mi huerto rodeado de palmeras; comprendí el valioso patrimonio que tenía mi familia.
¿A sus 79 años aún se sube a las palmeras?
Mis hijos no quieren, pero yo en cuanto puedo me subo a por dátiles y porque me gusta y lo llevo haciendo toda la vida. No subo a la altura que subía cuando era joven como es lógico, pero subo a 5 o 6 metros de altura y como me enseñó mi padre, con la soga como única protección.
«Me caí de espaldas desde una altura de casi 10 metros e inexplicablemente no me hice nada»
¿Ha sufrido algún accidente?
Solo una vez cuando tenía 20 años, pero tuve muchísima suerte. Me caí de espaldas desde una altura de casi diez metros e inexplicablemente no me hice nada. Me llevaron al médico y vieron que no tenía nada; al día siguiente ya estaba subiendo otra vez. Lo demás, han sido resbalones sin importancia y algún rasguño. Y mis hermanos lo mismo, hemos tenido siempre mucha suerte.
¿Por qué cree que han tardado tanto en reconocer el oficio de palmerero?
Tenía que haberse reconocido hace mucho tiempo. Cuando antes nos caíamos de una palmera teníamos que ir al médico de paga; muchas veces había que aguantar los dolores porque no había dinero para el médico.
La mayoría trabajaba sin contrato y con malos sueldos a pesar de que nos jugábamos la vida. Ahora las cosas son muy diferentes en todos los sentidos. Si al final se reconoce además el oficio con un título, es lo que se merece esta profesión. Ahora ya no corren los riesgos de mi época.
«Antes el oficio se aprendía de padres a hijos y no tenía más que una soga para subir»
¿Cómo aprendió a subir a las palmeras?
Antes el oficio se aprendía de padres a hijos. Mi padre me dio una soga de esparto y unas alpargatas de cáñamo, aunque una vez aprendí subía descalzo y tenía los pies perfectos, sin un rasguño; porque los pies acababan acostumbrándose a la dureza de la palmera.
¿Le ve futuro laboral al oficio de palmerero?
Yo si volviera a nacer volvería a ser palmerero, y eso que al principio no me gustaba. Si hay gente joven que quiere ser palmerero y trabajar lo veo muy bien, pero son otros tiempos. De mis hijos solo uno ha seguido el oficio.