El deporte, el de alta competición, es muy propenso a crear leyendas. En el sentido literal y metafórico del término. Alrededor de los logros de los atletas de cualquier disciplina se han creado siempre historias que, en ocasiones, han cruzado la línea que divide la realidad de la ficción, con el objetivo final de hacer todavía más grandes las gestas de sus protagonistas.
Pero el deporte también genera otro tipo de leyendas. Las de aquellas personas cuyos logros trascienden a su actividad profesional y son recordadas por su calidad humana y por todo lo bueno que, cuando ya no están, dejan atrás.
Este último caso es, sin duda alguna, el de Eduardo Martín. Como deportista, rozó la gloria en un campeonato de Europa en el que no se le permitió participar en el combate final por una cuestión burocrática. Como entrenador, conoció el éxito de la mano de, entre otros muchos, Eva María Naranjo, a la que llevó a la cima del kick-boxing.
Un viaje a los Países Bajos le puso en el camino para ser una leyenda de las artes marciales
De la calle al gimnasio
Pero, por importantes que hayan sido sus logros sobre y junto a un cuadrilátero, todos ellos se irán borrando con el paso de los años. Otros deportistas y entrenadores llegarán y lo superarán, pero no tantos conseguirán alcanzar ese grado de leyenda que sí corresponde a Eduardo Martín, fallecido a mediados del pasado mes de agosto, que deja tras de sí un sinfín de anécdotas y, sobre todo (y literalmente) de vidas salvadas.
La llegada de Martín a los deportes de contacto fue casi por casualidad. O por consecuencia natural, depende de cómo lo queramos ver. Su hijo, también Eduardo Martín, lo explica. “Siempre fue un poco bastante peleón. Cuando era joven ya hacía lucha libre en Valencia. Posteriormente se marchó a los Países Bajos a trabajar en una plataforma petrolífera y, por meterse en una pelea, conoció el taekwondo”.
Revés burocrático
Durante esa aventura, “se apuntó a un gimnasio en Róterdam y acabó compitiendo en el campeonato de Europa de taekwondo. Ya entonces llegó a la final, pero el equipo rival protestó porque se dieron cuenta de que ese luchador, que participaba representando a los Países Bajos, no era neerlandés sino español. Así que no le dejaron pelear una final que, seguramente, hubiese ganado”.
Revolucionó los deportes de contacto con nuevas disciplinas desconocidas en España
De los Países Bajos a Valencia
El hijo del Maestro, que ha seguido sus pasos y es practicante, entrenador y árbitro de artes marciales, prosigue explicando que, ya casado y padre de una hija, “en 1975 deciden volver a Valencia y mi padre monta un gimnasio. Una de esas locuras que tenía él y que supuso el inicio del Gimnasio Maeng-Ho de Valencia, que tuvo una época dorada con el taekwondo”.
Ese fue, como recuerda un orgulloso Eduardo Martín, “el inicio de toda su historia, la de todos los campeones que han pasado por sus manos y la de aquellos que han podido entrenar con él. Personas todas en las que, de una forma u otra, dejó huella por su forma de ser”.
Ganarse el respeto
Fue una época en la que, poco a poco, el impulsivo Eduardo Martín de las peleas callejeras mutó en el respetado y venerado Maestro que muchos lloran estos días.
Su hijo contextualiza todo aquello: “Hablamos de épocas distintas. En aquel tiempo, salir de fiesta a una verbena y buscarse las cosquillas con los del pueblo de al lado era lo más normal. Ahora las peleas que hay son absurdas. Entonces eran dos puñetazos y acababan todos tomándose una cerveza juntos. Eso sí, mi padre siempre fue el que tuvo la mecha más corta. No es que le gustaran las broncas, pero si le buscabas, le encontrabas”.
Tocó el cielo en 1987, cuando se le reconoció como el mejor preparador del Mundial
La calma del Maestro
El salto al gimnasio le ayudó a “entender que hay que aguantarse, tener mucha paciencia, morderse la lengua… Eso lo pudo canalizar a duras penas (ríe). Tenía un temperamento muy fuerte. Hablo siempre a nivel competitivo. No le gustaba perder y quería estar siempre delante. En la vida, si hay que perder, se pierde; pero en el deporte debes salir a ganar y, si no se consigue, tienes que trabajar para mejorar. Esa fue su mentalidad y eso es lo que nos transmitió a todos”.
Con el paso de los años, Eduardo Martín iba dejando atrás a aquel joven impetuoso que no rehuía una buena pelea y se convertía, poco a poco, en el Maestro que ha dejado ahora un hueco irreemplazable. “Mi padre tenía esa capacidad de apretarte, de llevarte al máximo, para sacar lo mejor de ti mismo. Era capaz, ya no de hacerte superar tu propio límite, sino de hacerte llegar al suyo”.
Adelantado a su tiempo
En aquella España de los años setenta que iba cambiando del blanco y negro al color de forma apresurada, los deportes de contacto se vivían, con la salvedad del boxeo -y no siempre-, como una suerte de cultura ‘underground’ y con cierta imagen de marginalidad. El salto a la normalización tiene en Eduardo Martín a uno de sus principales hacedores.
“En la época en la que mi padre empezó, los deportes eran poco más que el taekwondo y el kárate”, explica su hijo. “Él rompió ese tópico porque venía de la escuela neerlandesa, que siempre nos ha llevado más de una década de adelanto”.
La nuciera Eva María Naranjo fue la mejor luchadora salida de sus enseñanzas
Descubriendo nuevos mundos
Ya en los ochenta, cuando mandaban los coreanos, empezó el llamado ‘espíritu Maeng-Ho’. Se creó cierta leyenda de que, si te tocaba pelear contra uno de sus luchadores, lo ibas a tener casi imposible.
Fue entonces cuando las artes marciales en nuestro país dieron un salto de calidad casi impensable. “De aquella época salieron innumerables campeones de España, les ganamos a los coreanos. La fama llegó a tal punto que los propios alumnos de aquel país querían venir a entrenar con él”.
El inicio de la leyenda
Era aquella una época trepidante en la vida del Maestro Eduardo Martín y, por añadidura, en la historia de los deportes de contacto en España. Fue entonces, en aquella década aperturista que fueron los ochenta, cuando “volvió a los Países Bajos e introdujo el full contact a nivel nacional desde Valencia. Ya en el 84, cuando yo tenía 8 años, regresamos allí una vez más y, al llegar, su maestro le enseñó el ahora famoso ‘low kick’, que era una novedad entonces. Así apareció el kick boxing. Después, vendría el muay thai, K1…”.
En el puchero teníamos ya todos los ingredientes: un Maestro hipercompetitivo y nuevas modalidades para dar respuesta a una cantera inagotable y ávida de nuevas experiencias. El resultado fue, sin duda, el inicio de la leyenda. “Mi padre entrenó a innumerables campeones de España, pero la figura más relevante, la que ha obtenido un palmarés más grande ha sido, sin duda, Eva María Naranjo”.
Siempre exigente, sacó lo mejor de todos sus deportistas, llevándoles a superar sus límites
Mejor entrenador mundial
Una historia que tiene una fecha muy especial. “En 1987 consiguió sacar los tres primeros campeones del mundo con Juan José Manzanera, Alberto Sanz y Juan Luis Rejas. Se fueron a California a pelear y mi padre obtuvo el premio de mejor entrenador de ese Mundial”.
Quizás la única espinita que podría quedar en su currículum es haber estado en unos Juegos Olímpicos, el gran escaparate de los deportes minoritarios. Sin embargo, hasta allí también llegó el Maestro, ya que “con Eva María Naranjo tuvo la oportunidad de viajar a Pekín para participar en las Olimpiadas de Artes Marciales. Ella ganó el oro y comenzó la andadura que ha conseguido que el muay thai haya entrado en el programa olímpico ya en París 2024”.
Huella imborrable
Decíamos al inicio que los logros deportivos están solo para servir de motivación para la siguiente generación de atletas. Para ser superados y, finalmente, olvidados.
Las leyendas, en este caso la de Eduardo Martín, se forjan más allá de los límites del cuadrilátero. Allá donde un Maestro es capaz de influir en las vidas de sus pupilos y dejar sobre este mundo una huella que ya jamás podrá ser borrada.
«Muchos que pasaron por su escuela me han dicho, llorando, que les salvó la vida» E. Martín
Salvar vidas con el deporte
Una de las grandes virtudes de los deportes de contacto reside, precisamente, en esa capacidad que tienen -siempre que se cuente con un buen Maestro- de enseñar a canalizar la agresividad y los malos pensamientos. Eso resulta especialmente importante cuando el que entra por primera vez en un gimnasio es un joven con una vida complicada, caminando siempre en el filo de la navaja.
“Mi padre ayudó a muchos”, arranca Eduardo Martín hijo antes de que se le quiebre la voz, por primera y única vez en los más de cuarenta minutos de conversación; buena muestra de lo que realmente es importante al repasar la historia de un coleccionista de títulos y medallas. “Tantas personas pasaron a despedirse de él… La gente le quería porque, literalmente, salvó la vida de muchos chavales”.
De la cuneta al cuadrilátero
“En estos días me he encontrado con muchas personas que pasaron por su escuela que, llorando, me han dicho que les salvó la vida; que si no fuera por él estarían en una cuneta o enganchados a la droga. Eso es algo que me produce un profundo orgullo. Ver cómo una persona tan dura y exigente como él fue capaz de ayudar y canalizar a tanta gente”, sentencia su hijo.
Un legado que no se borrará
Todo ello, y otras tantas anécdotas e historias para las que haría falta un libro -quizás de varios tomos- a fin de darles cabida a todas, deja un legado deportivo y humano que “abarca a todo el país. Él siempre estará ahí. No creo que jamás muera su estela. Siempre estuvo ahí y son muchas las personas a las que ha tocado. El tenía ese ‘defecto’: para bien o para mal, influía en todo el mundo. Incluso a aquellos que tocó para mal, a la larga se han dado cuenta de que era para bien”.
Y así, un día luminoso y caluroso de verano, nublado solo por las crueles nieblas de la memoria, el viejo Maestro colgó los guantes de la vida. Rodeado de los suyos. Amado y respetado por sus hijos y su familia. Llorado por centenares de alumnos, pupilos y compañeros.
Descansa, Maestro.