Es, al cabo, una cuestión de turismo. Las gentes de la provincia, desde antaño, con la ‘neverita’ (portátil) en el maletero, han venido a Santa Pola por sus playas, por la gastronomía.
Porque, te traigas o no la neverita, qué menos que un ‘aperitivito’, y ya que estamos, pues lo que caiga, que quién le dice que no a un gazpachito de mero o una caldereta de langosta, o un ‘arròs negre’ o a banda. Que hay que disfrutar, caramba.
Lugar de reproducción
Pero estos visitantes de agradecida cercanía disfrutan visualmente, de entrada, de la observación involuntaria de otro turismo, volátil, que, tras invernar mucho más al sur se decide por muy determinados parajes en la provincia; a lo turista joven, con las hormonas a tope pero sin dinero para profilácticos.
Vamos, que elige la zona como lugar de reproducción. Y, ya que estamos, entre puesta y puesta, qué tal tomarse un poco de fauna piscícola o flora de humedal. Que hay que alimentarse, caramba.
La cerceta pardilla está considerada como especie vulnerable
Turismo aéreo
Tomemos un ejemplo paradigmático. Las cercetas pardillas se han convertido con el tiempo en parte de esa fiel tropa turística a tierras santapoleras e ilicitanas, e incluso disfrutan de su peculiar digamos que ‘urbanización’ para ello: a algunas les gustan más las tierras interiores y elegirán el humedal de El Hondo…
Mientras que las que prefieren Santa Pola pueden escoger nada menos que dos parques naturales; que, eso sí, habrán de compartir con otros turistas emplumados. En general, anátidas (patos, cisnes y demás) y zancudas (cigüeñas, garzas, grullas…).
El valor de las cercetas
Las cercetas pardillas –‘pájaros verdeazulados’, por traducción directa de su nombre en inglés, ‘marbled teal’, o ‘verdeazulados jaspeados’, en una muy ajustada definición visual- están incluidas en la actualidad en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (IUCN por sus siglas, también en inglés).
Ostentan la clasificación de “vulnerables”, a un paso de “en peligro de extinción”, pero uno más de “casi amenazados”. Por lo que su -ahora muy cuidada- estancia en tierras santapoleras posee un enorme valor biológico.
Las salinas son el icono de la industria de la zona
Desde lejanos humedales
Buenos músculos poseen en las alas, porque lo de invernar les lleva al centro y sur del continente asiático, Turquía, el valle del Nilo o el Sahel, la zona entre el Sáhara y la sabana sudanesa. Gustan de humedales poco profundos, dulces o salobres.
Y para reproducirse, qué bien viene el sureste de la Península ibérica, en especial la provincia alicantina, aunque haya que recorrer tantos kilómetros aupadas por las corrientes aéreas, esas mismas que pueden trastocarse a causa del desastre en otras, las marinas, tan tocadas ahora por deshielos.
Visitando las salinas
Ponen de cinco a una veintena de huevos -nidifican entre abril y junio: tenemos a unos turistas primaverales–, según condiciones climáticas en un ave muy apegada a la humedad.
Y desde luego le tienen un especial cariño al complejo salinero santapolero, esa estampa tan típica que hasta lanzó una peculiar moda para las hoy periclitadas postales: las chicas en bikini, o casi sin él, pertrechadas como si fueran a esquiar y fotografiadas sobre una montaña de sal, allá por los setenta u ochenta del pasado siglo.
Ecos de una vieja albufera
Las salinas de Santa Pola, siglos atrás, formaron parte, junto con El Hondo, de la desaparecida albufera de Elche, por lo que no habrá que extrañarse de las concomitancias entre ambos humedales. Pero las santapoleras poseen su propia especificidad: el alma salobre.
Declaradas Parque Natural de las Salinas de Santa Pola el 27 de diciembre de 1994, incluyendo las playas y dunas dentro del área por la que se distribuyen (2.470 hectáreas), aún hoy cuentan como icono con la muy activa industria de la sal, responsable en el fondo de buena parte de la orografía del lugar.
Las aves eligen los parques santapoleros para reproducirse
Los flamencos
En tal entorno, el flamenco común y la cerceta pardilla son las especies que arrastran mayor fama mediática, aunque aquel, a ojos de chavalería tras la ventanilla trasera del coche, de camino por la N-332, que atraviesa el parque, resulta como más característico.
A destacar, también, todas esas inmensas balsas y la antes desterronada torre del Tamarit, de 1552 (restaurada en 2008), parte de aquel Internet de la época que avisaba de peligros varios procedentes del Mediterráneo.
Rincones más íntimos
Quizá ocurra, eso sí, que algunas cercetas que deseen anidar por aquí prefieran un tanto más de intimidad. Para eso, qué mejor que el Clot de Galvany u “hoyo de Galvañ”, al norte. Menos publicitado, aunque muy visitado a humano pie turístico de fin de semana (“¡No meteros por allí, que es peligroso!”, “¡No, mamá!”).
Son 366,3 hectáreas entre las pedanías ilicitanas de Balsares y Los Arenales del Sol y la santapolera Gran Alacant, declaradas paraje natural desde el 21 de enero de 2005. Playas, dunas y -por lo que le importa al ave de turismo reproductor, tan necesario para su supervivencia-, charcas y saladares. ¿Que más se puede pedir después de volar tanto y desde tan lejos?