Los mayores del lugar avisan. El agua tiene escrituras de propiedad y, cuando las esgrime, no hay diques que valgan. La cuenca del Segura resulta un ejemplo especialmente claro al respecto, inundación tras inundación, nos esforcemos como nos esforcemos cuando queramos impedirlo. Pero, además, la Vega Baja posee un añadido de peligrosidad, al ser una zona donde hace siglos hubo agua: el Sinus Ilicitanus o Golfo de Elche por un lado, y la multitud de lagunas endorreicas, de agua que no desemboca al mar, por otro. Demasiadas escrituras.
El Segura no es precisamente un río amable. Alimentan sus 14.936 km² de cuenca y 325 km de longitud a una feraz huerta con las sales y minerales que lleva esta agua que nace en una cueva natural inundada en Fuente Segura, aldea jienense trifásica, con tres núcleos poblacionales: las Fuentes Segura de Arriba, Enmedio y Abajo, tal cual. Pero está sometido al régimen climático peculiar del sur de España, alternando profundos estiajes, sequías, con destructoras crecidas.
El afluente principal
El Segura no es un uadi o wadi, es decir un río seco salvo cuando llueve en su nacimiento, pero está condicionado por episodios semejantes a los que transforman los deshidratados uadis en incontenibles torrenteras. Y no valen súplicas: los ríos no tienen abogados, pero saben cuáles terrenos reclamar. En el caso del Segura, además, ve sus aguas aumentadas hasta cubrir 18.870 km² por el aporte en Murcia y Alicante de multitud de ramblas, aparte de su principal afluente, el Guadalentín o Sangonera.
Nacido en la misma Murcia, con aguas procedentes de allí y de Almería, sus 121 km presentan caudales muy cambiantes, desde puro lecho hasta desbordar sus márgenes. Se une al Segura en Beniaján, tierra de cítricos en la Huerta de Murcia, a pie de serranía. Así que, desde estos ríos, ya tenemos a los actores principales dispuestos a inundarnos los bancales y arruinarnos casas, cosechas y vidas a la que haya una gota de más.
El caudal está sometido a múltiples estiajes y desastrosas crecidas
De crecida en crecida
La Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) arranca su registro catastrófico entre agosto y diciembre de 1259. No es que no hubiera antes, es que se trata de la inundación más antigua sobre la que existe documentación suficiente. Las consecuencias fueron un tanto aterradoras: “Gran diluvio con muchas crecidas. El río Sangonera (Guadalentín) y el Segura se desbordaron inundando la huerta y destruyendo la Contraparada (912-976) y cegando todos los cauces de acequia, quedándose de secano la huerta durante 80 años”.
Los dos siguientes registros centrados ambos en el Segura, no mejoraron mucho el asunto. Así, en 1292 hubo una “inundación que originó la destrucción del puente de Murcia. Causó grandes destrozos en la Vega”. Por su parte, en 1320, teníamos una “crecida del río Segura que cubre el puente viejo de Orihuela”. Es lógico que este municipio reciba los primeros empellones alicantinos del Segura: tras dejar atrás la murciana Beniel, llega a la provincia por las pedanías oriolanas de Las Norias y Desamparados.
La más destructiva fue la del 15 de octubre de 1879
Con grabados de Doré
Saltemos desde la de 1356, con un alto en 1528 porque según la Confederación esta gozó de grabado de Gustave Doré (1832-1883), hasta 1592, cuando “se produjo una inundación en Orihuela por lo cual se resolvió cambiar de sitio el convento de Santa Teresa”. Sucedieron más desbordamientos, como el del 10 de mayo de 1758, “una avenida conjunta del Segura y el Guadalentín. Las aguas arruinaron las acequias de Barreras y Aljufía y causaron mayores estropicios en las vegas de Orihuela”.
Pero en la memoria colectiva la que ha quedado fue una que devino apocalíptica y, lo principal, segó, según los cálculos más optimistas, más de un millar de vidas. Sucedió el 15 de octubre, día de Santa Teresa, de 1879. El texto de la Confederación la califica de “espantosa y luctuosa”, y señala que consiguió que se redactase “el primer plan global de defensa contra las avenidas que se hizo en España”. Doré también mostró sus consecuencias.
Albatera, Cox o Redován orillaron las aguas mediterráneas
El golfo de Elche
¿Y el Sinus Ilicitanus? Prueba que donde hubo agua, el agua siempre vuelve, aseguran los mayores. Y la Vega Baja de hace más de 2.000 años era muy diferente a la actual. Baste decir que los mapas que nos retrotraen a ese pretérito ¡nos muestran a localidades como Albatera, Granja de Rocamora, Cox o Redován como posibles puertos de mar!, asomadas al golfo que con el tiempo iba a convertirse en el actual Parque Natural de El Hondo.
¿Se puede contrarrestar? Para el ingeniero hidráulico y bloguero (‘Es el agua’) Raúl Herrero Miñano, según escribe en su página, “no es posible evitar las inundaciones, especialmente en una llanura de inundación. Pero sí que es posible reducir sus efectos, estar mejor preparados y adoptar medidas para protegerse”. La CHS está en ello.