El pueblo más colorido de la provincia de Alicante se convierte en el mejor atajo a la nueva normalidad; a una vida llena de nuevos colores. Paseamos por la siempre inspiradora Villajoyosa/La Vila Joiosa.
Durante meses hemos vivido en un mundo en blanco y negro. A veces, tapizado de un gris etéreo que a veces mutaba en gris oscuro. Y unas pocas ocasiones, incluso diríamos que vivimos una cierta oscuridad en la que nuestras emociones y sueños quedaron dormidos. Y pasó el tiempo, y un rayo de sol se cuela entre las grietas mientras buscas el color como la luna al sol, como las barcas al mar.
En algún lugar entre Benidorm y Alicante, en una costa tapizada de calitas de ensueño, yace la fantasía cromática que vinimos a buscar a la Costa Blanca. Un pueblo de Villajoyosa que se eleva entre casitas de colores, balcones de ropa tendida mecida por el salitre y playas donde convergen azules que no sabías ni que existían.
Los colores del regreso
Villajoyosa es un pueblo de gran herencia marinera cuyos pescadores podían pasar largas jornadas en alta mar. A su regreso, confundidos por los caprichos del Mediterráneo y el salitre, muchos de ellos tardaban en reconocer cuál era su hogar de entre todas las casas que se asomaban al puerto. Fue este el motivo por el que cada pescador pintó su respectiva vivienda de un color diferente a fin de reconocerla. Además, cuentan que los balcones de las casas solían actuar como perfecto «telediario» al aire libre, ya que el color de las sábanas colgadas indicaba si al regreso esperaban buenas o malas noticias.
Este cuento marinero es el motor de un casco antiguo de «La Vila», como la conocemos los locales, donde la excusa no consiste en visitar un sinfín de atracciones turísticas. Aquí se estila el arte del flaneur, el de la figura del viajero que buscar vivir el Mediterráneo: basta con dejarse caer entre las callejuelas de colores de su casco antiguo para descubrir una nostalgia futura, como la que rezuma la calle Arsenal o el Callejón del Pal, un estrecho callejón de colores, plantas y ropa tendida; o acercarse a su parque municipal para contemplar el mar en contraste con sus fachadas psicodélicas y tejados mediterráneos.
Sus fábricas de chocolate exhalan aromas de otro tiempo, forjados por generaciones que una vez confundieron La Vila con una fábrica de Willy Wonka junto al mar. Viajar por la historia a través de sus sabores para volver al paseo marítimo, y sentirse niño en una película antigua en la que el verano nunca dejó de ser un viejo amigo. Seguir navegando por sus memorias a través de un casco antiguo designado Bien de Interés Cultural donde toparnos con la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción o la cercana Torre de Sant Josep, una de las torres funerarias romanas mejor conservadas de España.
Una montaña rusa de contrastes que siempre implica una parada para saborear su gastronomía de una forma única: ya en su Mercado Central lucen la gamba roja y el atún, tan característicos de la pesca de este reducto marinero; o bien dejarse caer por algunos de sus restaurantes a fin de saborear las mieles del mar sin renunciar al telón de fondo que vinimos a buscar.
Háblame del azul
El encanto de Villajoyosa no puede entenderse sin el azul de sus playas. Desde su propio casco urbano hasta sus alrededores, La Vila Joiosa engloba diferentes rincones donde dejarse llevar por los caprichos del Mediterráneo. La playa urbana del pueblo supone el mejor punto de partida antes de dirigirnos al norte y descubrir la playa de los Estudiantes, dividida en tres calas diferentes donde el mar abraza su ensenada de grava. Y enlazar con la Torre del Aguiló, una de las torres vigía erigidas para proteger la costa de los saqueos y piratas. Una percepción totalmente atemporal que invita a continuar la línea de playa hasta llegar al Racó del Conill, una cala de práctica naturista donde volver a sentirse un nómada de los años 70.
Si en tu caso, tu aventura se dirige al sur de Villajoyosa, las mejores opciones son la cala de L’Esparrelló, un pequeño edén para los sentidos; la playa del Bol Nou, cuyo chiringuito ya es una leyenda; o la cala Paradís, ideal para aproximarse al icónico hotel Montíboli y descender por sus escaleras al mar.
Puede que, en algún momento, el conjunto de azules te confunda y te sientas como alguno de aquellos antiguos pescadores que volvían a una costa que siempre reconocían. Es la impronta de Villajoyosa y su capacidad para vivir una vida en color, una reconexión con la luz y el Mediterráneo. Porque como sus primeros moradores, también nosotros somos marineros volviendo al hogar.