Durante los últimos dos años, y muy especialmente desde que quedó claro que la pasada Semana Santa supondría la primera gran cita turística tras el parón pandémico, se ha escrito y hablado mucho de lo que el verano de 2022 supondrá para el principal sector económico de la Comunitat Valenciana y, en especial, para Benidorm, su destino más internacional y potente.
En todo ese tiempo, ante la necesidad de subrayar la extrema importancia que tendrá el estío que arranca a finales de este mes de junio para el futuro económico, laboral y social a corto plazo de la región, se ha insistido en no pocas ocasiones que el de 2022 sería el año en el que el contador turístico se resetearía y todo comenzaría casi de cero.
Los primeros coqueteos
Pero lo cierto es que esa afirmación, además de ser una hipérbole no demasiado acertada, es una premisa falsa y que hace un flaco favor a la historia de un pueblo, convertido ya y desde hace un tiempo en ciudad, que no sólo lleva explorando las posibilidades del turismo desde mediados del siglo XX, cuando se produjo el gran ‘boom’ de ese negocio, sino que ya a finales del XIX ya coqueteaba con lo que acabaría siendo su futuro.
Era entonces Benidorm una ciudad marinera y especialmente conocida por sus oficiales de la marina mercante y los arráeces de almadraba, que eran requeridos a lo largo y ancho del Mediterráneo por su buen hacer. Unos viajes que en última instancia -aunque esta es otra historia-, son los responsables de que las fiestas de la ciudad se celebren en noviembre y no en marzo, mes en el que la Virgen del Sufragio llegó a su bahía.
Se sabe que fue en 1865 cuando nació el Hostal Mayora, quizás el primer establecimiento hostelero ‘moderno’ de la ciudad
Hostal Mayora
Se sabe que fue en 1865 cuando nació el Hostal Mayora, quizás el primer establecimiento hotelero ‘moderno’ de la ciudad. No era aquel un alojamiento pensado para el uso y disfrute de los turistas, un término al que todavía le quedaban varias décadas para alcanzar el significado que tiene hoy en día.
En aquella época, de hecho, el turismo era algo reservado casi exclusivamente para las clases más altas de la sociedad -que en España elegían, siguiendo el ejemplo de la familia real, el Cantábrico como destino- y de intelectuales y aventureros deseosos de publicar sus hallazgos y estudios en sus libros o revistas.
El primer alemán
En ese sentido, existen referencias documentadas a Benidorm como destino -sería exagerado añadirle el adjetivo de turístico- en el libro ‘Cuadro de Valencia’, publicado por el escritor y viajero alemán Christian August Fischer.
En ese monográfico, que relata su visita a la región realizada a lo largo del año 1798, Fischer muestra un claro interés por la almadraba y señala a la que mucho tiempo después sería la capital turística de la Comunitat, como un punto especialmente interesante para profundizar en el conocimiento de ese arte de pesca milenario.
No habla Fischer, que ha pasado a la historia como una de las fuentes fundamentales para conocer y entender las costumbres españolas de la parte final del siglo XVIII, de las playas benidormenses, actual gran joya de la corona de la ciudad, pero que por aquel entonces eran poco más que el lugar de arribada de las embarcaciones.
Existen referencias documentadas de Benidorm como destino en el libro ‘Cuadro de Valencia’, publicado por Christian August Fischer
«Tomar los baños»
Pero las tranquilas aguas del Mediterráneo en los arenales de Benidorm, orientados al sur y, por lo tanto, muy protegidos de los temporales predominantes en la zona, no tardarían en llamar la atención de los primeros ‘influencers’ turísticos españoles.
En 1853, más de un siglo antes de que Benidorm iniciara su conversión definitiva e irreversible, Aureliano Maestre de San Juan, uno de los grandes intelectuales de la época y que Santiago Ramón y Cajal siempre nombró como uno de sus referentes, destacaba al pueblo como uno de los grandes atractivos del litoral alicantino para “tomar los baños” en su Tratado de Fuentes Minerales de España.
El primer folleto turístico
La fama de Benidorm fue poco a poco en aumento a medida que esa nueva costumbre de ‘tomar los baños’ se iba haciendo popular entre la burguesía, que trataba de copiar las actividades de las grandes familias y riquezas de Europa y de España, y ya habían convertido en algo habitual las visitas a Biarritz.
En ese contexto de prototurismo, incluso sin buscarlo de forma consciente, Benidorm ya comienza a estar cada vez más presente en las guías y tratados al respecto.
De hecho, entre aquella publicación de Aureliano Maestre de San Juan y la impresión del primer folleto turístico que como tal se puede considerar en Benidorm, sólo pasaron 40 años. Fue en 1893 cuando los Baños de la Virgen del Sufragio trataba de captar clientes deseosos de aprovechar las propiedades medicinales y curativas de los baños en agua del mar.
En 1853 Aureliano Maestre de San Juan destacaba Benidorm como uno de los grandes atractivos del litoral alicantino para ‘tomar los baños’
El ‘tren del botijo’
Un año, 1893, que acabaría siendo fundamental por otro hito que, esta vez sí, comienza a sentar las bases del turismo moderno tal y como lo conocemos hoy en día: la aparición del ‘tren del botijo’. Impulsado por el periodista Ramiro Mestre Martínez, organizó viajes entre Madrid y Alicante a precios económicos.
Aquel viaje, en el que había que invertir catorce penosas horas, poco tenía que ver con los actuales traslados en AVE o avión, pero supone la primera gran experiencia de un medio de transporte que se piensa y se implementa con la única intención de promover una movilidad directamente relacionada con el ocio y el descanso. O, en otras palabras, con el turismo.
Asignaturas pendientes
Hay cosas, eso sí, que no cambian mucho. Casi 130 años después, los viajeros que hoy en día arriban en AVE a la estación de Alicante, deben buscarse desde allí la vida para llegar a la capital turística. No lo hacen, claro está, en el coche diligencia que existía entonces entre esos dos puntos, pero el gran anhelo de Benidorm, contar con una estación de tren que le conecte con el resto del mundo, sigue siendo eso, un sueño.
Para entonces, Benidorm era, además de la meta de muchos viajes que se emprendían en la capital de España, un destino predilecto para los más adinerados de las zonas ricas del interior provincial como Alcoy, una ciudad muy pujante en la época gracias a su industria.
1893 acabaría siendo fundamental por la aparición del ‘tren del botijo’
El trenet
Fueron aquellos años, los de finales del XIX y principios del XX, una época en la que se produjo una notable mejora de las infraestructuras. Al ya mencionado ‘tren del botijo’ se unió la construcción de la carretera de unión entre Alicante y València. Además, en 1914, se inauguró el tren de vía estrecha entre Alicante y Altea que, por supuesto, también daba servicio a Benidorm.
Las distintas y no poco dramáticas vicisitudes que atravesó España en las siguientes décadas, con la Guerra Civil como punto culminante de todo ello, hizo que aquella incipiente, pero decidida exploración del futuro turístico quedara frenada, sino paralizada, durante mucho tiempo, pero la semilla había quedado plantada.
Una mirada mundial
Benidorm volvió a sus quehaceres históricos, en los que el mar eran el sustento principal. El pueblo contaba todavía con un buen puñado de oficiales de la marina mercante que, a lo largo de sus viajes, fueron capaces de observar el empuje que el turismo estaba teniendo, ya en la primera mitad del siglo XX, en muchos lugares del mundo.
Aquella mirada internacional, acabó siendo fundamental cuando la almadraba dejó de ser rentable y el pueblo llano comenzó a tener las cosas muy complicadas, en un periodo de carestía durante la posguerra, para llegar a fin de mes. Fue entonces cuando algunos de aquellos hijos de Benidorm que habían visto mundo decidieron darle un giro radical al asunto.
En 1952 la Almadraba del Racó de l’Oix cesó definitivamente sus operaciones
Revolución urbanística
Llegamos así a la década de los años 50, un decenio fundamental para comprender cómo Benidorm se ha convertido en el principal destino turístico europeo de sol y playa. En 1952 la Almadraba del Racó de l’Oix cesa definitivamente sus operaciones, una decisión que se veía venir desde hacía tiempo y que llegó producto de la escasez de capturas.
En la desesperada búsqueda por encontrar un nuevo motor económico, Benidorm vuelve a mirar al turismo, y en 1956 el Ayuntamiento aprueba un muy moderno y transgresor ordenamiento urbanístico, pensado como la mejor herramienta para crear una ciudad concebida para el ocio turístico, valiéndose para ello de calles de trazo limpio y ancho y que seguirían, de forma paralela, la línea natural de las playas.
Rascacielos y agua
El Benidorm actual es, en realidad, producto de aquel primer dibujo de 1956. Inicialmente, eso sí, se pensó en edificaciones de poca altura, pero aquella intención primigenia no duraría mucho y ya en los años 60, con el archiconocido ejemplo de la cajetilla de tabaco, se acabó apostando por la altura y los rascacielos.
Fueron aquellos años de auténtica locura. La ciudad crecía. Llegaban los primeros turistas internacionales, el bikini, los hoteles, las estrellas de cine, el Festival Internacional de la Canción… y tantas otras cosas. La ciudad crecía desbocada, pero los que la conocían bien, sabían cuál era su talón de Aquiles: el agua.
Llegó el inglés
Los recursos hídricos propios de Benidorm no eran, ni mucho menos, suficientes para dar de beber a la creciente población de derecho, ni mucho menos a unos visitantes cuyos números crecían exponencialmente verano tras verano.
Como siempre, los benidormenses tiraron de ingenio y de soluciones innovadoras para solventar aquel gran escollo que podría haber dado al traste con toda opción de desarrollo. Aquello permitió que en la segunda mitad de la década de los sesenta se asentaran en la ciudad los primeros turoperadores británicos, que usaban como base de operaciones el aeropuerto de Manises en València y cuyos clientes llegaban atraídos por el buen clima garantizado durante todo el año.
El interés por los suaves inviernos hizo que los empresarios alargaran cada vez más la temporada iniciando la desestacionalización
Desestacionalización
Con la fama de destino estival más que asentada, el interés que mostraban aquellos primeros británicos -a los que se unían miles de centroeuropeos- por los suaves inviernos de la Costa Blanca, hicieron que los empresarios turísticos de Benidorm alargaran cada vez más la temporada, iniciando un proceso de desestacionalización del que hoy en día la ciudad es uno de los mayores exponentes en toda la costa mediterránea.
Algo a lo que contribuyó de forma fundamental la inauguración en marzo de 1970 del aeropuerto de El Altet, que pronto se convirtió en el destino preferente de los vuelos chárter de los turoperadores europeos.
Aeropuerto y hoteles
Aquello fue el último gran empujón que necesitaba el turismo de Benidorm y, con él, del resto de la Costa Blanca, para culminar su desarrollo. Cada vez eran más aviones los que llegaban a la terminal alicantina y, con ellos, las cifras de pasajeros crecían de forma exponencial año tras año.
Por supuesto, para darles cabida, hubo que construir una gran cantidad de hoteles, un proceso que nunca se ha detenido desde entonces, pero que tuvo en los años 1971 a 1973 su mayor explosión, cimentándose también entonces el desarrollo vertical de la ciudad.
El resto, como se suele decir, es historia. Una historia que, como queda claro, sería absolutamente injusto decir que ahora, en el primer verano pospandémico, arranca de cero.