Aquí arriba, encaramados hacia el Mediterráneo en la fortaleza de la sierra Calderona, al norte provincial, en la comarca del Campo de Murviedro, resulta fácil fantasear sobre el porqué de la llegada de tantas civilizaciones al Levante valenciano.
El castillo, Monumento Nacional desde 1931, es hoy baluarte testigo y matriz de poblamientos íberos, romanos, godos y árabes; macedonia de recuerdos de cada una de las sociedades a las que poseyó, o que lo usufructuaban.
Pero ahora nos interesa la huella romana, con la que nos topamos tan pronto entramos. El patio de armas fue el foro. Aún podemos ver, al entrar o salir, preferentemente andando, los contrafuertes que sustentaron su terraza artificial. También abundan, como recuerdo, las inscripciones latinas, como en la puerta de la Almenara, y escalinatas, muchas escalinatas.
El teatro romano de Sagunto es Monumento Nacional desde 1896
Las pretensiones de Aníbal
Por estas cuestas se deslizó la historia, hoy armada de legajos y fechas, antaño escrita con armas. Así, uno de los momentos más críticos previos a la segunda guerra púnica, y quizá su desencadenante: Aníbal Barca (247 al 183 antes de Cristo) quebró relaciones con la todopoderosa Roma para atacar, hacia el 218, a la ibérica Arse, bajo protectorado romano. Ganó entonces el caudillo cartaginés, aunque siete años después la recuperaba Roma para transformarla en Saguntum.
Hoy, siglos después, Sagunto es una pujante metrópolis bifronte, con el núcleo poblacional Puerto de Sagunto. Censaba 67.043 habitantes en 2021, y sigue registrando más recuerdos latinos.
Bajamos ahora a visitar un teatro romano de los clásicos, con ‘scena’ (escenario), ‘cavea’ (las gradas, con aforo para unas ocho mil personas) y ‘orchestra’ (el semicírculo entre los anteriores elementos).
Teatro, circo y templo
Unos polémicos intentos de modernización de la obra del siglo I después de Cristo se suman a un montón de actuaciones que, al menos, han conseguido popularizar este recuerdo que fue declarado Monumento Nacional en 1896. Sigue activo, gracias al festival ‘Sagunt a escena’, que el pasado año llegaba a su trigésimo octava edición.
¿Más huellas romanas, aparte del Museo? La iglesia de Santa María, templo gótico ojival sembrado a partir de 1334 sobre el espectro de la antigua mezquita principal, en plena plaza Mayor, adosa a sus muros lo que queda de un templo dedicado a Diana, la divinidad cazadora.
Y en la calle de los Huertos, todavía aguanta en pie un cacho de la puerta mineral del circo romano que divirtió a la sociedad saguntina a partir del siglo II después de Cristo.
Los últimos ensanches urbanos de Llíria descubrieron un conjunto termal
Defendiendo los cerros
Continuemos el recorrido: pasamos por la Valencia capitalina para marchar a Llíria, con 23.648 habitantes registrados en 2021. Los 25 kilómetros que separan ambas ciudades los podemos recorrer por la autovía del Turia.
Por entonces, la población íbera (que no eran etnia alguna, sino una suerte de gentilicio) de la hoy Comunitat Valenciana se dividía en los norteños ilercavones, los sureños contestanos y los centrados edetanos. A Edeta-Lauro le tocó capital edetana.
Hoy es conocida por su orquesta fundada en 1819, la Banda Primitiva de Llíria, antes lo fue por su fiereza para defender un territorio que incluye los cerros de las Umbrías (de 881 metros) y Agudo (668). Ello no fue óbice para que el político y militar Quinto Sertorio (122 al 72 antes de Cristo) desterronara la villa en el 76 antes de Cristo, no mucho antes de fallecer en un banquete a manos de varios de sus detractores.
Los últimos restos
La ciudad fue levantada de nuevo según planificación latina, que es la huella romana más visible hoy a simple vista. Pese a los posteriores trazados árabes y cristiano medieval. La mayoría de restos romanos el tiempo los devoró más que consumió. El Museo Arqueológico conserva algo. Para buscar lo romano más o menos intacto, el término municipal aparece salpimentado por masías fortificadas, reminiscencias del pasado belicoso.
No obstante, uno de los últimos ensanches urbanos descubrió un gran conjunto termal, y nombró el lugar: plaza de las Termes Romanes. Y si salimos del núcleo urbano y marchamos al imponente Reial Monestir de Sant Miquel, sembrado en 1319 y declarado Bien de Interés Cultural el treinta y uno de agosto de 1983, a su parte oriental podemos adivinar entre chumberas vestigios íbero-romanos.
El acueducto de Peña Cortada cruza treinta metros de barranco
El acueducto del pasado
Sigamos el mismo vial, carretera CV-35 más adelante, hasta Chelva (en la montaraz comarca los Serranos), pintoresco municipio de 1.583 residentes cuyas calles en pendiente sacian la sed del Tuéjar, afluente del Turia, al absorber las torrenteras pluviales como por ensalmo. Pero no nos quedamos aquí: buscamos rastros de la Antigua Roma.
Una carretera nos llevará al acueducto de Peña Cortada, para convertirnos en senderistas y asomarnos al abrupto barranco de la Cueva del Gato. Una acequia de 28 kilómetros, hoy seca, se convierte en un camino que bordea tan vertiginoso precipicio.
Tras cruzar el puente acueductal sin barandillas, sobre unos treinta metros de vacío, accederemos a las entrañas de la montaña, donde todavía apreciamos el cincel romano. Estamos en las mismas tripas de la civilización que nos occidentalizó.