Todo consiste en llegar, entre bosque montaraz, hasta las construcciones de piedra seca (sin argamasa) de la Font (fuente) del Baladrar (por la adelfa o baladre), restaurada en 1993. Un incendio en mayo de 2015 por una quema descontrolada en la vecina Vall (valle) d’Ebo (afectó también a la Vall de Gallinera) devastó 975 hectáreas de Pego, un 20% del municipio. Con la colaboración de Hidraqua, se repobló una floresta con especies autóctonas como coscojas y encinas, por donde también medran el pino carrasco o el secano algarrobo.
Podemos coger la CV-715, que parte desde la ciudad y nos llevará hasta Sagra, otra de las 33 poblaciones de la Marina Alta. Contiene la derivación hacia el paraje con zona de pícnic (antaño picoteo o merienda en la naturaleza). No son, eso sí, muy generosas las montañas pegolinas en fuentes. Anotemos la ruta senderista que abrocha la visita a esta con las de Rupais (con balsa incorporada) y de l’Asbeurà, alcanzables desde la misma carretera. Pero antes echémosle otra vista al lugar.
La herradura montaraz
El municipio pegolino, que limita, además de con la valenciana Oliva, con las alicantinas Dénia, Orba, l’Atzúbia, Ráfol de Almunia, Sagra, Tormos y Vall d’Ebo, posee una peculiar estructura. Ubicado en un valle rodeado por una herradura montañosa abierta al noroeste, al mar, y cerrada por los montes de Ebo (al interior) y las sierras de Mostalla (al norte) y Segaria (al sur), el elemento más evidente allá abajo, en el llano, es la marjal (terreno bajo y pantanoso) de Pego-Oliva.
Este tipo de formaciones acuosas comprenden albufera (laguna litoral) y restinga (cordón arenoso). El de la marjal posee unos nueve kilómetros de longitud y quince kilómetros de anchura (Les Deveses o dehesas y Les Bassetes o estanques), pero no pertenece a Pego: se lo reparten Oliva y Dénia.
Desde las montañas es fácil abarcarlo todo, en un paisaje salpimentado de ladrillo aunque, sin embargo, sigue orgulloseando naturaleza. Y eso que, hasta que fue declarada la marjal parque natural, el 27 de diciembre de 1994, hubo intentos de desecar o dañar un pantanal que también permite producir el típico arroz ‘bomba’ para paellas (de grano redondo mediano) y el ‘bombón’ (redondo perlado), que hasta su recuperación casi había desaparecido.
Toca bajar, aunque antes de llegar a la ciudad podemos enlazar con la CV-712 y asomarnos a las ruinas del Castell (castillo) d’Ambra, fortificación árabe del XIII que, sobre una cresta rocosa, controló antaño el acceso a Vall d’Ebo. Amplio, fue poblado fortificado, alcazaba en toda regla. Las montañas pegolinas están repletas de testigos del pasado, como las cuevas del Asno, del Chical (Potastenc) o la Negra, además de, en el valle, El Llano. Retrotraen hasta la Edad de Piedra (el Neolítico, del 6000 al 4000 a.C.) o la del Bronce (4000 al 2000 a.C.).
La creación en 1280 de lo que hoy es urbe, sobre lo que fue alquería de Uxola, repoblada por colonos barceloneses, aceleró la decadencia de la ciudadela del monte Ambra. Vale, bajemos por fin, sumerjámonos entre bancales de naranjos y hasta de frutos tropicales y subtropicales, y acerquémonos a una ciudad sembrada de recuerdos medievales, como las antiguas murallas de fines del XIII, el llamado ‘siglo de los castillos’, Plena Edad Media.
La siembra urbana medieval
El arbolado Passeig (paseo) de Cervantes, que integra el Plá de la Font y se ubica en lo que fue la alquería de Atzaneta, cercana a la de Uxola, constituye uno de los centros neurálgicos pegolinos. Lo acompaña la ermita de Sant Josep (1677), antigua mezquita rural, y el instituto Cervantes (detrás, el campo de fútbol del mismo nombre). En el casco histórico, la plaza del Ajuntament, presidida por un caserón nobiliario de 1857 que sirve de edificio consistorial, la ‘Casa de la Villa’, desde la que accedemos a la calle Vallet; y por la renacentista iglesia arciprestal de Nuestra Señora de la Asunción, del XVI, con arte de entre el XV y el XVIII. Ofició de mezquita de Uxola.
Si cogemos la calle Ecce Homo, llegamos a una plaza a la que saluda la capilla de igual nombre, en realidad un templo barroco de 1776 ubicado en el antiguo hospital de peregrinos. Guarda al patrón del municipio, un Ecce Homo (Cristo doliente) del XVI. Paralela, en la de Sant Llorenç (Lorenzo), otra capilla, de igual nombre que el vial y gestada en el XV, entre estrechos callejones. Por la de San Agustín llegamos hasta el arco ojival del portal de Sala, la antigua puerta de la muralla.
Entre aquel y la Asunción tenemos una visita más, entre las muchas que necesariamente quedarán fuera por falta de espacio: la Casa de Cultura del XVIII, con museo etnográfico: historiados balcones, activa programación y, en su patio interior, parte de un lienzo de la antigua muralla. Lo rústico del corazón se moderniza hacia un exterior que se dilata para que quepan los 10.240 residentes de 2021, buena parte de allende los Pirineos.
El parque inundado
No está ayuna de festejos Pego, como las patronales entre junio y julio, la Fira o Feria, dedicadas al Santísimo Ecce Homo y que desde 1969 incluye Moros y Cristianos. O las fallas en marzo, desde 1951, aunque sembradas en 1947: la Font, Plaça i Natzarè y del Convent. O la carnavalesca Baixada (bajada) del Riu (río) Bullent (hirviente). Porque este caudal, junto al del Racons (rincones), genera el parque natural de la Marjal de Pego-Oliva, alcanzable desde la ciudad por la CV-678. 1.255 hectáreas por donde, entre carrizales de juncos, bucean ‘gambetes’ y ‘petxinots’ (gambitas y conchitas), más samarugos o anguilas. También reptan galápagos comunes y leprosos. Y pescan cercetas pardillas, garzas o cigüeñelas.
No ha de extrañar que la gastronomía del lugar aparezca como esencialmente acuática, de aguas salobres o dulces: anguilas en ‘all i pebre’ (ajo y pimienta, más aceite de oliva, azafrán, clavo, pimentón, pimienta negra y sal), ‘espardenya’ (pollo, habichuelas y anguilas), ‘figatell’ (redaño o ‘mantellina’ de cerdo, más tocino magro e hígado), ‘granotes’ (ranas) o ‘torradetes’ de anguila (a la parrilla). Y arroces, en paella, con costra, con anguilas. El agua, por estos lares, es pura vida.