Llevaba ya algunos años sobre la cómoda, hasta que un renuncio la fracturó en mil pedazos. Una pena, tenía mucha gracia, una hucha cerdito que decía en su lomo: “El meu 1º cerdet de Xàtiva”. Recuerdo de un día en una de las más antiguas ferias del país, con permiso de la de Albacete (1375) o la de Cocentaina (Fira de Tots Sants, 1346).
Nacida en 1250, por privilegio especial de Jaume I (1208-1276), expedido en Lleida el diecisiete de agosto, puede que su verdadera semilla nos retrotraiga hasta la época musulmana, con aquella Šāṭiba desarrollada sobre la Saitabi, o Saetabis, romana, a su vez surgida del poblado íbero Saiti. Se celebra en la actualidad entre el 15 y el 20 de este mes, aunque hubo otra opción.
Del zoco al festejo
El zoco árabe y su regateo entre puestos callejeros se mezclaron con el concepto de las ‘feriae’ o ‘feriarum’ romanas, para desembocar en estas periódicas concentraciones de mercadeo que transformaron el feudalismo medieval en la vena comercial de la Edad Moderna, del siglo quince al dieciocho: desde la caída de Constantinopla (1453) y el descubrimiento de América (1492) hasta la Revolución francesa (1789).
En España, la Fira de Xàtiva, de Interés Turístico Nacional (2001), se convirtió en una de las citas que contribuyeron a esa paulatina transformación sociopolítica en el país. Y no ha parado. Hubo ausencias puntuales, como en 1855 por una epidemia de cólera, y entre 1936 y 1938 por otra de odio fratricida, la Guerra Civil. También, claro, durante el reciente confinamiento. Pero siempre retorna.
Declarada de Interés Turístico Internacional en 2001
Faraones y privilegios
El polémico periodista republicano federal y valencianista Blai Bellver (1818-1884), también impresor y tipógrafo, de nacimiento y crianza setabenses, le dedicó unos versos, en valenciano de la época, que hoy se orgullosean desde el municipio: “La més gran fira del món, / la més antiga quiçà, / puix diuen quel Faraó / un haca en ella comprà”. Bueno, ya vimos que no es la más antigua, que quizá por aquí ningún faraón comprara nada. Eso sí, años tiene.
El privilegio de Jaume I era confirmado en València el uno de marzo de 1217 por Jaume II de Aragón (1267-1327), y sería refrendado casi década a década. Sin embargo, la fecha elegida, como en bastantes agrícolas de la Comunitat Valenciana, fue rondando el invierno. En este caso, en noviembre. Hubo primeros intentos de cambio, y ya en 1306, el correspondiente privilegio permitía que se celebrase cuando mejor cuadrase.
Con la Edad Moderna pasó de noviembre a este mes
Un milagro para un traslado
Los registros hoy resultan pobres, casi inexistentes, al respecto, pero fijan entre finales de la Edad Media (siglos cinco al quince, puede que más allá por tierras levantinas) y principios del diecisiete el traslado a la segunda quincena de agosto de la, a partir de entonces, Fira d’Agost. Quizá porque no quería toparse con la de Tots Sants (Xàtiva está hermanada con Cocentaina y con Lleida).
O por acercarla a las fiestas patronales: la Mare de Déu de la Seu, el cinco de agosto (Sant Feliu, el uno, ha ido perdiendo protagonismo). Un cinco de agosto, pero del 1600, acontecía el Milagro del Lirio: en plena pandemia de peste, la mano que sostiene un lirio en la figura de la Mare de Déu, sacada en rogativa, giró a la altura del Real Monasterio de la Asunción o de Santa Clara, y la enfermedad comenzó a remitir.
En 2019 tuvo más de doscientos mil visitantes
Poblaciones y huertas
En un municipio que según censo de 2021 acogía a 29.459 residentes (y según el primero conservado, en 1707, 12.000), cuya ciudad es cruce de caminos y domina una inmensa llanura de sedimentos cuaternarios, cortesía del río Albaida, que la convierten en huerta feraz, era normal que hubiese feria, desde tiempos de los faraones o cuanto menos la dominación árabe.
A solo 59,3 kilómetros de la capital, en los setenta contaba con un 52,5% de superficie labrada y una importante industria papelera rescatada en 1930 pese a los temores huertanos de contaminaciones acuosas. Se elaboraban dulces y se criaban vides, olivos, almendros, naranjas. Se tejía. Hoy es más ciudad de servicios, pero mucho queda (aunque las imponentes instalaciones de la Papelera San Jorge, 1932-1992, se desterronan).
Imán de visitantes
En este contexto, la Fira d’Agost es cita obligada que en el prepandémico 2019 atrajo a más de doscientos mil visitantes. No sorprende que con el tiempo se le proporcionasen más aires que los de la Plaça del Mercat, de planta irregular y con soportales. O que los cronistas señalen que se celebra cuando mejor toca: en periodo vacacional, dispuestos todos a vaciar los bolsillos en lo que sea, como otra hucha cerdito.
Con un programa nutrido en ocio y actuaciones como las de Mayumana, Muchachito Bombo Infierno, La Habitación Roja o Emilio Solo homenajeando al setabense Bruno Lomas (1940-1990), la Fira trasciende la feria agrícola, con productos, ganado y cada vez más ocio. Ahora, a título turístico resulta un poderoso imán para las gentes de la Comunitat y mucho más allá.