Las guías califican a Sueca “la ciudad más arrocera de España”. No extrañe, pues, que sea aquí cada año, desde 1457, donde se organice una feria, después Festa de l’Arròs, en homenaje a la patrona del municipio, la Mare de Déu de Sales. Esta localidad de 27.617 habitantes en 2021, capital administrativa de la Ribera Baixa (la turística es la costera Cullera, con 22.708 residentes), basa sobre todo su economía en el arroz.
Parece que fue ayer (quizá confunda que el concurso arrocero por excelencia no comenzó hasta septiembre de 1961, en el 600 aniversario de la Troballa de la Mare de Déu o Hallazgo de la Virgen), aunque la gran expansión arrocera por territorio suecano se inició en el siglo dieciséis. Situada en pleno parque natural de la Albufera, tocaba consagrarse a un cereal más importante de lo que parece.
Moneda de cambio
Aseguran los historiadores que en el lejano Oriente el arroz fue incluso moneda. Los expertos en el desarrollo de la gastronomía creen que llegó al Levante feliz que imaginara Joan Fuster, de Alicante a Castellón, e incluso más allá, tanto por Cataluña como por Murcia, cuando cayó el Imperio Romano de Occidente, allá por el 476.
Encima, por estos pagos se gestó un plato emblemático: la paella, por el utensilio o cacharro de cocina en que cuece (no paellera, que es una señora que hace paellas, según la RAE). Y es que en la Comunitat Valenciana el arroz arraigó hasta convertirse en metáfora. Algunos aseguran que antes hubo ‘fideuás’, ahora están después: primero el arroz.
Solo se permitía el cultivo del arroz en los marjales
La semilla provechosa
Estamos en tierras donde, de las clases existentes (resumiendo: ‘basmati’, glutinoso, grano largo, medio y redondo, integral, salvaje, tailandés y vaporizado), aquí triunfó el de grano medio. Aunque la paella no es el único plato que cuece en nuestros fogones, es cierto que aquí el habitual se usa incluso en platos donde nos aseguran que funcionaría otro. Nada de grano redondo para el arroz con leche.
Al margen de caídas imperiales, que pudieron traer una semilla que también viaja en las alforjas árabes hacia el siglo octavo, Sueca, la Swayqa (‘mercadillo’) musulmana, debió de participar ya en el primer aprovechamiento agrícola de los pantanales. De hecho, a la llegada de los aragoneses, con el montpellerino Jaume I (1208-1276) en cabeza, solo se permitía este cultivo en los marjales, baldíos para cualquier otro cultivo.
En 1457 se concedía la celebración de una feria anual
La Virgen enterrada
Sueca consigue su Carta Puebla en 1245, pero habrá de vivir su gran expansión junto al arroz. En concreto, en 1457 no solo el monarca Alfonso V de Aragón (1396-1458) concede la celebración de una feria anual (inicialmente en octubre), sino que se construye la Acequia Mayor. Ya teníamos el elemento comercial, el que iba a transformar lo medieval, el puro trueque, en Edad Moderna, comercio.
Nos faltaba, claro, el elemento religioso. En realidad, ya había aparecido. En medio del campo. Fue encontrada enterrada. ¿El responsable del hallazgo? El labrador Andrés Sales. Quedó sepultada su biografía, no su apellido, que heredó la figura encontrada, que pasó a llamarse la Virgen de Sales. Apareció un catorce de febrero, así que el segundo mes tocó adorarla. Pero ambos festejos estaban llamados a juntarse.
La veneración a la Virgen pasó de febrero a septiembre
El año de las uniones
El ciclo del arroz iba a determinar precisamente esto. Aunque no es igual en todas las latitudes, digamos que se siembra en los acuosos bancales en junio, crece hasta mediados de agosto, se secan entonces los campos y, a primeros de septiembre, se recolectan los frutos. La feria se adelantó, y los honores a la Mare de Déu de Sales se trasladaron al ocho de septiembre, la fecha que marca la Iglesia católica para las vírgenes ‘encontradas’.
Estábamos en 1776. Se declaraba la independencia de Estados Unidos, Carlos III (1716-1788) creaba el Virreinato del Río de la Plata (Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay) y en València se desborda en otoño el río Turia. Sueca, ribereña al Júcar, encara septiembre con los festejos que ya habrán de permanecer inalterables en fecha y en fondo, pero adaptando la oferta a los tiempos, apuntalando aquellos que triunfan, conservando el recuerdo de los que lo hicieron durante un tiempo.
Perspectivas de futuro
El concurso de paella, bandera internacional de este encadenado de festejos, llegará este año a su edición número 61 con un sólido prestigio y el apoyo moral de que en 1990 se certificara a la paella suecana como la auténtica paella valenciana. La Festa de l’Arròs o Firarròs obtenía en 1966 la declaración de fiesta de Interés Turístico de la Comunitat Valenciana y en 1990 la de Interés Turístico Nacional.
Y el fervor a la Mare de Déu de Sales no parece haber decaído un ápice. El ocho, tras el paréntesis pandémico, se espera que la solemne procesión de la Mare de Déu de Sales, con el acompañamiento de la Societat Unió Musical de Sueca, vuelva a concitar una muy numerosa participación ciudadana. Y todo arrancó con el arroz, en el siglo quince.