Las imágenes hagiográficas que nos inundan, los textos panegíricos, la historia convertida en pura alabanza, nos devuelven una estampa de Jaume I como héroe imbatible, titán creador de pueblos e identidades a mandoble y tentetieso, gritando: “Mossegueu la pols, malandrins, que no hi haurà borinot a qui no vença!” (“¡Morded el polvo, malandrines, que no habrá tonto al que no venza!”). Vamos, la repanocha.
Pero no nos vengamos tan arriba. En principio, Jaume nos llegaba desde Montpellier. Vale: “Mordez la poussière, méchants, il n’y aura pas un imbécile que je ne pourrai vaincre!”. Pues posiblemente tampoco. En realidad, puede decirse que en aquel momento de donde venía Jaume no era realmente de Francia en sí, sino de una región que pudo ser país, y que aún existe: Occitania.
La vil gallofa
Antes de campar por tierras occitanas, entendamos de modo muy resumido eso del feudalismo, sistema socio-político que predominó en toda Europa durante la Edad Media, que a su vez duró entre los siglos cinco y quince. Para empezar: se trató de una estructura piramidal de vasallaje. Como siempre, todo descansaba sobre una base sobreexplotada, en este caso los esclavos o siervos.
El autor Pedro Muñoz Seca (1879-1936) los apostilló de una manera muy gráfica en su obra cómica ‘La venganza de don Mendo’ (1918), utilizando la palabra para definir la verdura de ensalada o la comida para pobres: “De tan baja estofa / que hasta con la vil gallofa / tuvo lances y escarceos”. Pero a este último estamento lo protegían los siguientes escalones, en un continuo ascendente de ‘contratos’ de vasallaje (vínculos de dependencia y fidelidad de una persona hacia otra).
Occitania llegó a ser un país dentro de un país
De vasallo en vasallo
El Tercer Estado, un estrado más arriba, aún carecía de privilegios jurídicos y económicos, pero pagaba impuestos. Se les llamaba la plebe, por los plebeyos (frente a los patricios) romanos, quienes no podían demostrar sus orígenes en las familias fundadoras de Roma. Subimos el escalafón y nos topamos con el bajo clero y la baja nobleza. Y más alto, la alta nobleza y el alto clero. En la cúspide, el rey.
Pirámide hacia abajo, unos protegen a otros a cambio de trabajo; desde la plebe hacia arriba, toca impuestos. El sistema utilizaba para su pervivencia, entre otros anclajes, la imposibilidad de cambiar de estamento. Los territorios se distribuían así en señoríos (alta nobleza y alto clero) que casi funcionaban como ciudades-estado, con ferias para el intercambio comercial. Un rey no dejaba de ser un señor de señores.
Fue hijo de rey aragonés y noble occitana
Señoríos de señoríos
Lo de los señoríos agrupados resultaba normal, puesto que guerreaban entre ellos para aumentar territorios y áreas de influencia: entonces las OPAs (ofertas públicas de adquisición) se hacían empuñando armas o a golpe de matrimonio. Y ocurría que alguna agrupación de estas crecía mucho. Occitania, hoy una región francesa de 72.724 kilómetros cuadrados, llegó a ser un país dentro de un país.
Un señorío de señoríos que en el siglo trece disfrutaba aún de su máximo esplendor. Hablamos de la época de Jaume, quien nacía un dos de febrero de 1208 en la occitana Montpellier, hoy una ciudad de casi trescientos mil habitantes, capital del departamento de Hérault (en occitano, Erau), que orilla el Mediterráneo. Sus padres fueron el oscense Pedro II de Aragón (1178-1213) y María de Montpellier (1180-1213), quien sustituyó a la amante de su marido para tener a Jaume.
Lo amortajaron con los hábitos cistercienses
Territorio a territorio
Occitania, por la época, comprendía buena parte del sur francés, el Principado de Mónaco, un cacho del noroeste de Italia y el hoy Val d’Aran. Jaume tiró para abajo: llegó a ser rey de Aragón, de Mallorca y de València, conde de Barcelona y de Urgel y señor de Montpellier, además de gobernar varios feudos occitanos. Le apodaron El Conquistador y, así, los aragoneses hablan de Chaime lo Conqueridor y los occitanos de Jacme lo Conquistaire.
Desde Girona hasta Alicante lo conocemos como Jaume el Conqueridor. Aunque sus conquistas no siempre fueron fáciles, en un territorio dominado por los almohades, corriente integrista musulmana que se sumaron a las de otros poderosos gobernantes. Al final del siglo, los señores cristianos habían hecho retroceder a las huestes muslimes hasta el emirato o sultanato nazarí de Granada (1238-dos de enero de 1492), cuyos artistas crearon la Alhambra.
Los últimos hábitos
Jaume I el Conqueridor ya no pudo verlo: mediaban unos siglos y el proceso posterior a la Conquista, la Reconquista. Fallecía el veintisiete de julio de 1276 en la valenciana Alzira, plena Ribera Alta del Xúquer. Lo hacía más o menos plácidamente, en la residencia real, donde descansaba de su última aventura, cuando intentó en 1269 partir desde Barcelona a Tierra Santa.
El mal estado del mar, y también ser sesentero, lo llevó a tierra, cerquita de Montpellier. Se retiró a tierras valencianas y abrazó aún más la fe, en concreto la de la orden del Císter, surgida al centro-noroeste de Francia en 1098. Al morir, de hecho, lo vistieron, por deseo suyo, con los hábitos cistercienses.