Entrevista> Carlos Blanco Fadol / Caminante (Paysandú, Uruguay, 1946)
Parte para Michoacán, México, a continuar con el proyecto abierto allí para que los ciegos puedan interpretar música en la escuela. Cantautor, poeta, escritor, etnomusicólogo y, como él mismo gusta de definirse, caminante, su fama viene porque, desde que en 1968 decidió marchar por el mundo, ha coleccionado más de cuatro mil instrumentos musicales. Con ellos hay ya tres museos: en Barranda (Caravaca), Busot y Altea.
La entrevista se efectúa en Alicante, en casa de su amigo Vicente Sala Recio (no quien presidió la CAM, con quien no guarda parentesco, sino quien coordinó las Actividades Culturales) y la mujer de este, Marisa Martín. Entre preguntas, este candidato al Príncipe de Asturias, ganador del International Latino Books Awards 2022 por ‘La sonrisa oculta de la música’, se aterra ante la falta de valores de la sociedad actual mientras se ilusiona con la vida.
Me dices que fue Vicente quien en cierta manera te ‘descubre’.
Los caminantes somos muy agradecidos, y desde luego estoy muy agradecido a Vicente. Yo había terminado de tocar con los Valdemosa, ¿te acuerdas? “Esta noche hay una… fiesta / todos a la… fiesta”. A mí aquello me suponía un trabajo de oficina. Tocar todos los días las mismas canciones para los turistas, que se emborrachaban… Vi que no me interesaba el dinero, sino crecer como persona. Y entonces me dije: “Voy a ser algo diferente”.
«No me interesa el dinero, sino crecer como persona»
Y encadenas un proyecto tras otro, como el de que los ciegos puedan interpretar música.
La verdad es que lo que estoy haciendo por los ciegos es algo que para mí es lo más importante que he hecho. Ahora voy a México y hay quinientas personas esperando para continuar con el trabajo. Se trataba de crear una nueva metodología con unos instrumentos especiales del sudeste asiático.
Tú fíjate que con la nueva metodología una serie de personas que no sabía música dieron un concierto en unas semanas. Llevan un guía que tienen atrás y es el que les da pauta. Los sordomudos se integran, ‘cantan’ con las manos. Hicimos un concierto en las cuevas de Canelobre. O el de Morelia, con el proyecto ‘Oír y tocar con otros ojos’.
Todo esto comienza muy atrás: a los dieciocho años te vas a recorrer mundo con una maleta, una guitarra y diez dólares en el bolsillo.
La guitarra era mi fábrica. Así que me fui a recorrer mundo, sin maldad, porque jamás cometí ninguna fechoría. Ser honrado es una buena inversión. Yo entonces estudiaba Veterinaria en la Universidad, con unos árboles enormes, precioso, el sol hacía aros de oro en el suelo…
El caso es que de pronto me digo: “Voy a estar perdiéndome la mejor parte de mi juventud entre libros. Ya los leeré cuando sea mayor”. Es lo que hago ahora, leer sin parar. Así que entonces, tenía dieciocho años, sí, pero era huérfano, así que me voy por el mundo. Dormía en los bancos y me ataba con cuerdas a estos bancos, me ataba la guitarra para que no me la robaran.
«Lo que estoy haciendo por los ciegos es lo más importante»
Y poco a poco, tras recorrerte ochenta países, van generándose las colecciones.
En mi casa ya ni podía pasar. El caso es que sigo teniendo instrumentos, eso lo donaré, me quedaré sin nada, a lo mejor sin mi guitarra (ríe). Mira, he pasado de dormir en un banco, con los vagabundos, y luego ser invitado por la realeza, en palacio. A veces incluso me confunden con un electricista.
Un día iba a dar una conferencia y una señora así con mucho lujo me dice: “Haga el favor de cuidarme el coche, por favor, y luego yo le doy un regalito”. Le tuve que decir: “Señora, lo haría, pero es que tengo que dar una conferencia”.
En el libro ‘Reflexiones a orillas del camino’ dices: “He sentido el impulso de romper toda mi documentación y permanecer quieto, sereno, libre”.
Estoy muy decepcionado por cómo funciona el mundo. Falta empatía, es una sociedad preparada para no comunicarse, para oír la misma canción. Una sociedad dirigida. Cuando me dicen cuál es mi patria, digo que mi patria es el ser humano. Tú, Vicente, Marisa: sois compatriotas míos. Pero ahora hay una sociedad comercial.
¿Tú sabes cómo vivíamos en Uruguay cuando era chiquito? Comíamos a la una y te decían: “Vuelve cuando anochezca”. ¡Qué libertad! La gente nos cuidaba: “¡No subas al árbol, que te puedes caer!”. Hoy ya no hay nada de eso.
«Estoy muy decepcionado por cómo funciona el mundo»
Y vienes aquí y no te apoyaban.
Yo hago música con los cuatro elementos, agua, tierra, fuego y aire. Claro, tú vas con tu proyecto diciendo esto y los políticos no se atrevían. “Esto no da votos”. Demasiado exotismo. Y ahí Vicente ha sido una persona que se atreve, que se viene a Córdoba a ver una actuación mía y decide apoyarme.
Yo soy un caminante y este hombre, Vicente, confió en mí. Quiero que lo pongas, vamos, te exijo (sonríe pícaramente) que lo pongas. Que los caminantes generalmente somos muy agradecidos.