Llega octubre, ese mes que, para la Iglesia católica, está dedicado a la Virgen del Rosario (el día siete) y a los ángeles de la guarda, y en varios amaneceres de la Vega Baja alicantina se escuchan los Rosarios de la Aurora (la aurora, al cabo, es la luz sonrosada que precede inmediatamente a la salida del sol). Las guías, según preferencias, recomiendan una u otra población: Albatera, Almoradí, Benferri, Bigastro, Callosa de Segura, Catral, Orihuela…
Pero la costumbre impregna prácticamente todas las huertas regadas por el Segura. Más tarde o más temprano, irradiada desde Orihuela, la devoción introducida por la Orden de Predicadores (los dominicos: los fundó en 1215 el burgalés Domingo de Guzmán, 1170-1221) iba asentándose. Y así, los auroros desgranan estas composiciones religiosas aquí y allá. El dominico San Vicente Ferrer (1350-1419), de hecho, se aplicó en su difusión por la hoy Comunitat Valenciana.
Evangelización diaria
La Iglesia, para su labor evangélica, disponía de salterios (libros de salmos: cánticos de alabanza o invocación a Dios), para la gente instruida. Pero lo normal es que pocas personas supieran leer y escribir. Destinadas a ellas, tres oraciones para su memorización: el ‘Padrenuestro’, el ‘Avemaría’ y el ‘Credo’. Los rosarios aumentaban la información (hasta 150 ‘Avemarías’ y 15 ‘Padrenuestros’, por ejemplo).
El hecho era acompañar, como veremos, casi todos los momentos de la vida (o sea, evangelización las 24 horas). Recitados a modo de letanía (invocaciones en una numeración ordenada), faltaba la música. Con la inspiración de las ‘laudes’ (gozos) latinas, las oraciones fuera de la misa, la ‘liturgia de las horas’, iban a desarrollarse precisamente los rosarios.
La orden admirada por Fernando Loaces introdujo el Rosario
Los momentos de la vida
El Rosario de la Aurora, al alba de festivos y fiestas de guardar, es uno de los muchos rosarios que San Vicente escanció por la Comunitat Valenciana, enriquecida la lista luego. Así, hay para chicos y chicas (en el área de habla valenciana, de fradrins i fadrines), o el de las Rosas (el primer domingo de mayo), o el de la Despertada (antaño en Sábado Santo y luego el Domingo de Resurrección).
Todos los momentos podían tener su rosario, como el de difuntos, para los velatorios. A pesar de su belleza musical (los cantados, claro), no siempre gustaron a todo el mundo, sobre todo al llevarlos a las calles. Grupo anticlericales, o quizá simplemente gente cabreada que había querido dormir, acabaron por generar la frase “acabó como el Rosario de la Aurora”. Después de la época dorada de finales del siglo diecinueve y principios del veinte, tras la guerra civil, decayeron.
El anticlericalismo fraguó lo de «acabar como el Rosario»
El gran patriarca
A orillas del Segura la tradición rasca bastante en el poso de la historia. Nos lleva oficialmente hasta el siglo dieciséis y oficiosamente hasta el anterior. La orden dominica, que ya había llegado hacia 1468, se iba a establecer en la entonces ermita de Nuestra Señora del Socorro en 1512. El templo se convertía en el colegio-convento de Santo Domingo, cuya larga construcción abarcó desde los siglos dieciséis al dieciocho.
El oriolano Fernando de Loazes o Loaces (1497-1568) era a la sazón patriarca de Antioquía, esto es, del principado liderado por la ciudad bizantina (hoy turca: Antakya) de Antioquía, el condado también bizantino de Edesa (Sanliurfa, en la Anatolia suroriental) y el de Trípoli (la actual Tarábulus o Trablos): el norte del Líbano y el oeste de Siria. Vamos, un altísimo cargo de la Iglesia (fue arzobispo de Tarragona y Valencia, y obispo de Perpiñán-Elna, Lleida y Tortosa).
Su época de apogeo fue entre el XIX y el XX
La expansión
El caso es que Loaces, gran admirador de la obra dominica, decidía encargarles la administración, desde el complejo religioso que habitaban, de lo que llegó a ser la primera universidad en la provincia alicantina, donde se impartieron clases de Teología, Leyes, Medicina, Cánones y Arte, aparte de albergar la primera biblioteca pública nacional, que arrancaba también ese siglo dieciséis. Funcionó el centro educativo desde 1552 hasta 1835, cuando marcharon los dominicos.
Su labor formativa, a la par que evangélica, sirvió no solo para transmitir conocimientos. También sus devociones iban a extenderse, entre ellas estas obras musicales. Manuel Pélaez del Rosal, en su publicación ‘Las cofradías y hermandades del Rosario de la Aurora: historia, cultura y tradición’, nos señala que se trata de composiciones anónimas, transmitidas oralmente, aún vivas y conocidas por “la gente del pueblo”.
Distintas clases de canto
Peláez del Rosal distingue entre tres tipos de cantos: monódicos (“todos cantan la misma melodía”), antifonales (“diálogo entre dos coros”) y responsoriales (“diálogo entre coro y solista”). Se desarrollan, según el estudioso, en varios estilos, que define como: ligero, ordinario, repetido, floreado, semifloreado, semipesado, pesado y “dos para las salves de Navidad”.
Pero estas Auroras no solo se han convertido en paraíso para musicólogos y antropólogos incluso de allende nuestras fronteras: cuentan generalmente con una inusitada participación popular y se han usado también como bandera turística, pero no por la vía de una representación artificial, sino vivida por participantes y asistentes. Loaces o San Vicente estarían contentos con esta evolución.