ENTREVISTA> Marina Iborra / Artista plástica
Se recupera de una afección, y medita: “Ahora me he dado cuenta de algo que olvidamos: la felicidad es la ausencia del dolor, físico o emocional; y cuando no te duele nada, descubres que entonces eres feliz”. Sigue joven, jovial, perseverante, no se rinde a nada. Prepara exposición en breve, ‘La segunda mirada’, que arrancará en la galería alicantina B.Art.
Sus pinturas pueden admirarse a ambas orillas del océano, y aquí, mientras crea, combina sus clases de pintura con su “colaboración”, como profesora, con la escuela de moda Virma. No para.
«La mirada del pintor requiere empatía»
Has participado en muchas muestras solidarias. Y sigues en ello. ¿Los artistas han de estar comprometidos con el mundo?
Yo considero que sí, la mirada de un pintor es posarse sobre el otro. Esto requiere empatía porque el otro, el prójimo, tiene que estar en el centro del mundo. Y de hecho, sí, he participado en diversas muestras solidarias, con el Rotary Club, también por los países de África, con ‘Artistas por Togo’, en 2019, que coordinó la doctora Carmen Nofuentes.
Al final, colaboramos todo el colectivo de la antigua galería Blau Art. Morán Berrutti, Roser Caballé, Carmen Miso… Yo creo que ser solidario y el arte han de ser lo mismo.
Cómic, diseños, caricatura, retratos, dibujos en blanco y negro hiperrealistas; y luego tu pintura, sin renunciar al figurativismo, recompone las imágenes a partir del color, en pinceladas cada vez más libres…
En el fondo, ya llevo treinta años con ese lenguaje, pero variando siempre. Empecé en València con el hiperrealismo. Era la época. Antonio López y tal. Pero me di cuenta que el arte tenía que trascender, que había que retratar el subconsciente, y el subconsciente son los colores. Sigo siendo figurativista; personalmente no me interesa, como creadora, la abstracción, pero digamos que estoy en los códigos del fauvismo (empleo provocativo del color).
Me han dicho que mi pintura tiene que ver también con el jazz (fue una de sus colecciones), con el tema recurrente, el estándar, y los solos del color, como los solos del jazz. Me gusta el color como reflejo de las emociones.
«El arte tiene que trascender»
Pero ese uso del color a veces se malinterpretó: con la exposición ‘Eros’, la crítica utilizó, para definir ese uso, el término de “agresivo”.
Y desde entonces dicen que soy una pintora erótica, y fíjate que solo usé ese motivo una vez, una sola colección en mi vida. Que tuvo muchísimo éxito, aunque muchos se escandalizaron. Un señor estuvo diez minutos o más viendo un cuadro, con una masturbación masculina (‘Carpe Diem’), y me preguntó: “¿Es usted la autora?”. “Sí”. “Pues esto debería estar prohibido, es una vergüenza”.
Tengo la teoría de que fue una cuestión de género. Si esto lo pintaba una mujer, se trataba de colores extremos, agresivos. Si lo hubiese pintado un hombre, sería una reflexión valiente, de colores intensos. La celebración de la vida es el color, ¿y qué mejor celebración a la vida que nuestro propio cuerpo?
Empezaste a crear escribiendo: literatura, poesía, incluso ganaste varios premios, ¿hoy solo creas desde la plástica?
Bueno, estudié Filología porque me gusta leer, y también la pintura. Mi padre era pintor, pero también trabajaba en el mundo editorial. Así que tenía acceso a los libros y jugaba con los pinceles de mi padre. Hasta pinté en las paredes de mi habitación. Y mi padre tenía una edición en casa del ‘Quijote’ ilustrada por Gustave Doré: me flipaban tanto la historia como los grabados.
Pero poco a poco fui centrándome en la plástica. En la pintura, en técnica mixta: acrílicos y óleo. También algo de acuarela.
«La celebración de la vida es el color»
Participaste en el mundo del cine, en cortometrajes sobre todo, con ‘story-boards’ (el cómic que sirve como guía de rodaje), dirección artística…
El tonteo con el cine fue cuando estudiaba Filología, y conocí al cineasta Javier Cabrera, que empezaba. Aquello era por amor al arte, y era muy divertido. Y todo lo que aprendes sirve, claro. Pero no he vuelto a tener relación. También conocí a Vicente Sala Recio, que llevaba Obra Social en la CAM (la extinta Caja de Ahorros del Mediterráneo) y la asociación de cine Acada.
Recuerdo que cuando venía un cineasta invitado a la CAM, acabábamos en el Barrio todos de marcha. Ahí le hice una caricatura muy chula a Berlanga, que se quedó, claro. Y a Aute. El Barrio, el Casco Antiguo, era entonces un caldo de cultivo cultural: exposiciones, reuniones, gente que hacían revistas autoproducidas, como ‘Moco’ o ‘Tropos’, en las que colaboré.
¿Y tu nueva exposición?
¿‘La segunda mirada’? Parte de una reflexión: nuestra visión del mundo se produce siempre desde una determinada cultura, mi yo es un producto histórico. También, cuando eres observado, es cuando eres. Y está la profecía autocumplida: si alguien desconfía de ti, te ve inferior, crecerás con problemas, pero si alguien confía en ti, estás creando una persona más fuerte. Para plasmar eso, el arte, ¿ves?, es una herramienta que ayuda a canalizar emociones, a ver las cosas.