Dicen que a los mediterráneos nos gustan las reuniones en familia, pero que familia, en el Mediterráneo, es quien pase a la hora de comer. Como en los banquetes que mostraba el italiano Federico Fellini (1920-1993), o los escatológicos, en todos los sentidos, de su paisano y colega Marco Ferreri (1928-1997), donde los comensales podían comer literalmente hasta reventar.
Pero con ‘Plácido’ (1961), el cineasta valenciano Luis García Berlanga (1921-2010) hiló muy fina su mediterraneidad, trasplantada a ese Madrid, que podría ser cualquier otra ciudad, recreado en realidad en un plató manresano. La película iba a llamarse ‘Siente a un pobre en su mesa’, pero, claro, esa era una campaña real, destinada a limpiar conciencias. No era la reunión familiar gastronómica con la que se había criado Berlanga.
Acidez cinematográfica
En su capítulo ‘España bajo el franquismo: imágenes parásitas y resistencia crítica’, del noveno volumen de la ‘Historia general del cine’ de Cátedra (1996), el crítico Carlos F. Heredero aporta una buena clave, al hablar de ‘Plácido’, “una obra maestra que desplaza ya definitivamente la idealización ternurista y el humor amable, los registros populistas a cada una de las imaginarias colectividades protagonistas de los títulos anteriores”.
Además, “sus imágenes colocan sobre la pantalla una disección implacable -preñada de humor negro- de la España franquista (retrógrada, subdesarrollada, egoísta y endogámica) dentro de una reformulación en clave moderna de la metáfora implícita en ‘¡Bienvenido, Mister Marshall!’. Bien, pero ¿cómo era, Luis García Berlanga? Un amigo común, Vicente Sala Recio (no quien presidió la CAM, sino quien coordinó las actividades culturales), nos presentó, y nos reunió más de una vez.
Con ‘Plácido’, dejó atrás el ternurismo y el humor amable
A orillas mediterráneas
Le gustaba pasear. En su prólogo del libro de Sala Recio ‘Desde mi rincón, artículos de entretiempo’ (1991), Berlanga se confesaba: “Durante bastantes años, he recorrido la ciudad de Alicante como un escenario ideal para algo que fluctuaba entre un proyecto personal de futuro o el decorado perfecto para la película que uno tiene siempre en la cabeza”.
Y añadía: “Pero desde hace poco tiempo, esos paseos solitarios respirando perfume de mar, recibiendo tibias caricias del sol, sintiendo la ciudad viva, mirando balcones abiertos, han sido enriquecidos con amigos protagonistas que han ido llenando de actividad lo que hasta entonces era solamente un atractivo paisaje”. Volvía a su València natal o a Alicante, tras la recolecta de amistades, siempre que podía, en búsqueda de esa ‘familia’ mediterránea.
«Amigos que llenaron de actividad lo que era solo un atractivo paisaje» L. G. Berlanga
Coincidencias varias
La primera vez que coincidimos fue en la mesa redonda que seguía a la presentación, el lunes quince de octubre de 1990, del libro ‘Catálogo-historia del cine alicantino’, que coordiné. Allí le hice alguna observación que luego simplemente se me perdió por los pliegues del cerebro. Cuando fui a que me dedicara un ejemplar del trabajo, me la recordó en lo que me escribía, como disculpándose.
Nos volvíamos a encontrar más veces: como el jueves 19 de julio de 2001. Eduardo Zaplana venía a la carpa montada en el descampado que debía convertirse en los futuros estudios Ciudad de la Luz. “Dentro de dieciocho meses”, aseguraba el entonces presidente del Consell, “podría estar concluida la primera fase”. Antes, un pequeño revuelo captado incluso por las cámaras: ¡Berlanga se había saltado el protocolo y había introducido a un periodista en la alfombra roja!
«Los últimos símbolos nacionalistas: un hombre y una mujer pegándose palos» L. G. Berlanga
En la alfombra roja
Lo describí así: “Berlanga hizo especial hincapié en su breve discurso en la gente que le ha ayudado, algunos de los cuales no estaban presentes”. Además, “al llegar al lugar, mencionó que había cursado instrucciones para que estuvieran presentes los responsables del instituto Luis García Berlanga. Móvil en mano, intentaba convencer a Vicente Sala Recio, expresidente de la extinta Asociación de Cine de Alicante, para que acudiera”.
En realidad, Berlanga no usaba móvil de ningún tipo: al pasar delante de mí (fuera de la alfombra roja e incluso apartado por los guardaespaldas), me espetó: “¿Dónde está Vicente?”. “No lo sé, creo que nadie le ha invitado”. “Llámalo, por favor”. Alzó el cordón y me metió en el sarao, mientras cogía mi móvil, hablaba en voz fuerte y caminaba en círculo (y yo allí, de convidado de piedra).
De cine en cine
También le centelleaban los ojos contra un grupo de gente apurada que luego me miró con desaprobación cuando, aprovechando la coyuntura, pasé también a la carpa. Nuevo encuentro: el lunes veinticinco de junio de 2001, cuando Berlanga volvía a Alicante, en concreto a Sant Joan d’Alacant, en la zona metropolitana, como presidente del Concurso Nacional de Vídeo de la localidad, en homenaje al profesor del instituto Berlanga, cineasta y actor alicantino Amando Beltrán (1953-1999).
Entrevista de las ‘normales’. Un cansado Berlanga hablaba, por ejemplo, a propósito del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT): “Me gusta en cuanto amplía territorios”, aunque matizaba: “Se va a homogeneizar la globalización que tanto odiamos algunos y a otros tanto les gusta”. Pero rechazaba los localismos de cualquier tipo: “Los últimos símbolos nacionalistas serán un hombre y una mujer pegándose palos”.