La fama, lo saben bien –dicen- quienes viven de ella, suele tapar la realidad. A Torrevieja le pasa eso sobre la existencia de zonas verdes. Que si al margen de las salinas (zona ecológica pero no verde, si acaso rosa) poco más hay, que si es todo ladrillo. En realidad, en Torrevieja sí existen estas por doquier: parques, plazas, jardines, parterres, árboles en las calles.
Respira bien Torrevieja a lo largo y ancho de sus 71,44 kilómetros cuadrados (7.144 hectáreas), a los que sumar la vegetación circundante (sobre todo pino carrasco) o inmersa (ante todo, carrizales y juncales) del parque natural de las Lagunas de La Mata y Torrevieja, con sus buenos 37, 43 kilómetros cuadrados (3.743 hectáreas) compartidos con Guardamar del Segura, Los Montesinos y Rojales.
Ecos de ultramar
Para empezar, en el centro torrevejense macera una cultura clásica de plaza o plazoleta reproducida, leyes urbanísticas mediante, por el mundo del pareado. Como ejemplo de plaza de ‘las de siempre’, puede servirnos la de la Marina Española, bordeada por las calles Goleta, Ramón Gallud, Bergantín y Capitán García Gea. Palmeras y árboles, más banquitos o espacio para jugar a la petanca.
Preside la fuente el ancla del bergantín Frasquito. Como toda plazoleta, recibe sus quejas a causa de los usuarios, pero esto no tiene que ver con el espacio en sí (abierto a chicos y grandes, e incluso a mascotas). En cuanto a la homenajeada embarcación de dos palos y bauprés (el mástil que empitona), fue una de las que conectaron Torrevieja con el continente americano.
En el centro torrevejense se macera una cultura clásica de plazoleta
Rondas junto al mar
El espíritu ultramarino también habita en las cercanías, en la concatenación de parques marinos que bordean el litoral de norte a sur: avenida de la Purísima, de los Marineros, Juan Aparicio (antes, de las Rocas), Dique de Levante (del 2000, en él desembocan el de la Libertad, de Atracciones y el mercadillo de la feria), el de Vistalegre (lindante a la marina turística y continuación a la vez del anterior y el de la Libertad), calle Salero.
Tras cruzar el canal del Acequión (caudaloso río a ojos de visitante despistado), contiguo a la playa existe el parque enrejado de Doña Sinforosa, con senderos, jardín, templete (procedente del paseo de Vistalegre). De sabor decimonónico, abierto de diez de la mañana a nueve de la noche, fue una generosa finca de principios de la pasada centuria regentada por una no menos dadivosa señora.
Es el parque de las Naciones el mayor espacio urbano
Salvando a Doña Sinforosa
Casi se convierte, en 1991, en cimentación de torres de apartamentos, ya con los propietarios en los reinos del recuerdo (como relata el cronista Francisco Sala Aniorte: el murciano Antonio Gómez, fallecido en 1964, y la madrileña Sinforosa Moreno Covos, fenecida en 1950, quienes compraron aquella ‘Casa de los Portales’ en los años veinte del pasado siglo), y la finca en manos de un banco. La presión social salvó el lugar.
Sus diez mil metros cuadrados de superficie (una hectárea), en un oasis que Doña Sinforosa concibió como disfrutable por toda la población, sobre todo chavalería, contienen una gran biodiversidad biológica por la que fueron declarados de interés científico ambiental. Hay otro parque también de generosas hechuras, y relativamente cerca: si volvemos a la avenida de Gregorio Marañón (el doctor que atendía a Sinforosa) y enfilamos la calle Villa Madrid, allí está.
El del Molino fue declarado Paraje Natural Municipal
Loa a lo europeo
El parque-jardín de las Naciones, ultimado en mayo de 1999, constituye el mayor espacio de este tipo en la ciudad, con más de treinta y cinco mil metros cuadrados (tres hectáreas y media) guarnecidos por un vallado y que pueden visitarse de diez de la mañana a nueve y media de la noche. En un municipio tan multicultural, se dedica a los estados europeos, representados icónicamente por sus banderas.
En torno a su lago de más de seis mil metros cuadrados con forma del perímetro europeo: nutrida fauna piscícola y avícola con tortugas y embarcadero, entre pinos, olivos, palmeras o robles. Contamos también, desde el ocho de febrero del 2004, con una ermita en honor a San Emigdio (279-309). Patrón de la pedánea Torrelamata o La Mata, se le considera protector contra los terremotos.
Pinos entre dunas
Pero que tan generosos jardines no nos impidan reparar en muchas más céntricas plazas y en que el municipio posee más espacios verdes, como, al norte, en La Mata, el parque del Molino de Agua. 172.300 metros cuadrados (17,23 hectáreas) que funden con la playa de Torrelamata. Gramíneas y achaparrados pinos esconden un respiro entre la civilización, rodeados de urbanizaciones que a su vez poseen sus plazas y parques particulares, más los públicos.
Declarado por la Generalitat Paraje Natural Municipal el veinticuatro de febrero de 2006, fue un molino de agua, del que se tiene constancia escrita desde 1797, el que generó este alivio que incluye paseos entre dunas, lagunas, canales de agua, puentes, sillas y mesas de obra, palmeras y hasta, en un extremo, restaurante como barco del Misisipí que por allí derivase. Puro ocio verde.