Por la noche, se escuchan los pasos. Tap, tap, tap. Abajo, música y alegría de la Costa Blanca; arriba, generalmente tranquilidad, en la Altea retrepada sobre un otero frente al mar. Un silencio que consiguió que la población se convirtiera en refugio de poetas, artistas plásticos, músicos, cantantes. Tierras que abrazaron a gentes como el gaditano Rafael Alberti (1902-1999), el eldense Antonio Gades (1936-2004) o el albaceteño Benjamín Palencia (1894-1980).
Fue el lugar, también, desde el que creó, desde 1956, el dibujante, grabador y profesor de artes plásticas alemán Eberhard Schlotter (1921-2014). Es fácil retrotraerse a esta época si tenemos en cuenta que la Fundación Eberhard Schlotter, para “la exposición, desarrollo y conocimiento de las artes plásticas”, fue instituida en 1995 por el propio creador en una casa del siglo diecisiete.
Silencio en las calles
La vivienda, museo y centro educativo y divulgativo (la ‘Casa de Toni el Fuster’), se encuentra, esquinando ambas, entre las calles Santa Teresa y Calvari, con la subida del Portal Vell justo enfrente. Pleno arranque, a sus espaldas, del Casco Antiguo. Cuatro plantas (almacén, oficinas, talleres y espacio para exposiciones, más una sala para conciertos y otra para conferencias) en la misma entrada de un paraíso para anglosajones y centroeuropeos.
Restaurantes por doquier, fiestas, incluida una subida portando un chopo (álamo), más la presencia imponente de la iglesia de Nuestra Señora del Consuelo, a pocos pasos de la Fundación y cuya paciente reconstrucción comenzó en 1607. Algo de algarabía ha de haber, pero lo normal, tap, tap, tap, es que la barriada firme con los sucesivos habitantes un pacto de tranquilidad.
«Quería estar tranquilo en un lugar adecuado»
Niño prodigio bajo sospecha
El propio Eberhard Schlotter, en septiembre de 2001, con motivo de una retrospectiva de su obra organizada por la hoy extinta Caja de Ahorros del Mediterráneo, nos lo resumía así a la tropa periodística: “Quería estar tranquilo en un lugar adecuado”. Pero a poco que rascases, aparecían otros motivos con mayor fuerza vital: “Buscaba la luz tras el horror de la Guerra Mundial”.
A Schlotter, nacido un tres de junio en Hildesheim, en las interioridades de la Baja Sajonia, le tocó sufrir en primera persona la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Este joven con inquietudes artísticas desde pequeño, que en 1934, a los trece años, ya había publicado un dibujo en la prensa, no fue bien visto por el partido nazi: su participación en la Gran Exposición de Arte Alemán de Múnich (1941), con veinte años, arrugó gestos.
Los nazis le castigaron mandándolo a luchar al frente ruso
Los horrores de la guerra
Ese mismo año, fue movilizado y enviado al peligroso frente del este (contra Rusia y Ucrania). En 1944 sufrió heridas graves y acabó en un hospital. Allí conocía a la que fue su esposa, Dorothea von der Leyen (1922-1993). Contrajeron matrimonio ese mismo año, y en 1947 nacía su hija Sibyla. Pero los contrasentidos son los que tocan: en 1945, tras finalizar la conflagración, el Ejército de Estados Unidos lo hace prisionero.
Estuvo solo unos meses encarcelado, quizá trascendió que no era precisamente amigo de los nazis, y comenzó una búsqueda de “la luz, la forma: todos son regalos para un pintor que viene del norte”. Anotó Grecia, Italia y Turquía como estaciones de paso en esa peculiar cacería de claridad y luminiscencia. Aunque paradójicamente en algunas de sus obras, como la serie de ‘pinturas negras’, también asomó la oscuridad.
Llegó por primera vez en 1952 para establecerse en 1956
Encuentros mediterráneos
Fondeaba en puerto alteano por vez primera en 1952, de camino hacia Andalucía, hasta que unos cuatro años después anclase definitivamente. Aunque las tierras de la Marina Baixa tuvieron que compartirlo con otras localidades, debido a la actividad docente desplegada por el artista. Así, en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia desde 1980 y diversas instituciones sudamericanas. Con todo, desde 1972 fija el buzón definitivo en Altea.
Anotemos aparte la creación en 1981 de la otra Fundación Schlotter, en la natal Hildesheim. Pero tras fallecer su esposa, en 1993, los fondos se trasladaban al Bomann Museum en Celles, localidad también en la Baja Sajonia. La alteana sufrió su propio síncope cuando esta institución sin ánimo de lucro, aproximadamente un año después de la muerte del creador plástico, un ocho de septiembre en su domicilio alteano, tuvo un parón hasta septiembre de 2019.
Ilustrando libros
La exposición ‘Nombre, raíces, tierra natal y familia’ suponía el retorno de la Fundación, que el rico poso cultural alteano aferró a su acervo. Y cuyos fondos abarcan buena parte de la obra de un polifacético autor plástico al que asociamos a sus grabados para ilustrar obras literarias, gracias a su amistad con escritores como el premio Nobel (1989) padronés Camilo José Cela (1916-2002) o el alicantino Alfredo Gómez Gil, nacido en 1936.
Aunque quizá su obra más mediática fue para el curioso acto del ‘Quijote leído por Camilo José Cela’ (1980-81), donde Schlotter, lejos de convertirse en un mero ilustrador de las frases de Cervantes (1547-1616), propuso en aguafuertes una relectura visual no exenta de ironía y que alcanzaba la misma molla del texto. Aplicando luz, pero también sombras.