Las postales clásicas, reeditadas mil y dos veces si hacía falta, ponían ‘Recuerdo Benidorm’, con una ya buscada ambigüedad (podía ser un ‘recuerdo de’, un ‘souvenir’, pero también una rememoranza, un deseo de volver). Y dividían la parte a color, en cuatricromía excesiva, en dos pares de imágenes que mostraban las principales playas benidormenses. Había una con cabriola: seis cuadriláteros con uno o dos lados en diagonal.
Se trataba de combinar playa y otros elementos, como el casco antiguo, el mirador, reservando el hueco poligonal del centro, arriba, para señalar, aquí sí, ‘Recuerdo de Benidorm’. Pero las más buscadas, aunque fueran menos ‘familiares’, son las que comenzaron a editarse a partir de mediados de los setenta: mostraban a mujeres sin el sujetador del bikini, o sea, las ‘top less’ o, popularmente, “en tetas”.
Incorrecciones políticas
Vistas desde los ojos políticamente correctos de la sociedad actual, nos aparecen como muestra intolerable de machismo, pero observado a lo histórico y antropológico sirven para constatar que el modelo turístico benidormense, en sus mejores momentos, ha sabido latir al compás de la realidad contemporánea. Lo hizo ya en sus inicios, como ya comprobamos con aquel folleto de 1893.
Anunciaba el “Grande Establecimiento de Baños de Mar de la Virgen del Sufragio en el pueblo de Benidorm” y abría la espita, en una publicación de letras negras sobre entonces blanco o grisáceo papel, para las sucesivas publicidades del lugar. Estábamos en pleno aposentamiento, a finales del siglo diecinueve, del sistema de clases liberal que iba a desarrollarse hasta la actualidad, tras dejar atrás el Antiguo Régimen, la época de las monarquías absolutistas.
El turismo local sabe latir al compás de la realidad contemporánea
Una nueva clase social
A mediados de dicha centuria, la consumación de la Primera Revolución Industrial iba a crear y consolidar una nueva clase social, la burguesía. Mercaderes, artesanos, industriales… Tomaban el nombre de los “burgos”, las partes nuevas de las ciudades, que comenzaban a sacudirse el feudalismo del alma, y buscaban nuevas formas de ocio, como lo de irse a “tomar las aguas”, generalmente en un balneario.
El establecimiento benidormense fundado hacia 1870 ponía el acento en las gentes “de Madrid, Alcoy y otras poblaciones del interior de España”, o sea, donde la industria (y con ella la burguesía) se establece. Pero este primer empellón publicitario no acabó por sentar cátedra quizá porque aún faltaba la entrada en escena de alguien que encauzase el asunto. Quedaba por llegar Pedro Zaragoza (1922-2008), quien ejerció de alcalde de Benidorm entre 1950 y 1966.
Pedro Zaragoza apostó por un modelo masivo, familiar
Planes, canciones y bikinis
Zaragoza, también político en Madrid, apostaba por un turismo masivo, familiar, basado en apartamentos y hoteles construidos en vertical (ocupa menos terreno, cabe más gente y permite respetar parajes naturales convertibles también en referencia turística). Desde Madrid le llegaban las noticias de lo que sería el Desarrollismo, los Planes de Desarrollo Económico y Social (desde 1959), que buscaban crear una clase media que generase infraestructuras de ocio.
Esto se hacía pensando en un controlado aperturismo para la entrada del turista foráneo. Pedro Zaragoza lo rubricó, adelantándose con el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de 1954 (del arquitecto Francisco Muñoz, 1921-2005), y sumando el Festival de la Canción (1959, y desde este 2022 Benidorm Fest) y el viaje en Vespa al Pardo en 1953, entre la mítica y la realidad, para que se permitiera aquí el uso del bikini.
A mediados de los setenta aparecerán las fotos en ‘topless’
Estampas mediterráneas
Contó además con otra arma, la postal, que ya existía en el mundo desde el uno de octubre de 1869 gracias a la administración de Correos de Austria-Hungría, y desde el doce de octubre de 1892 (‘Recuerdo de Madrid’) en España. Las benidormenses, que circularon alegremente por medio mundo desde los años sesenta, sacrificaron la estética decimonónica del paisaje ensoñado por el colorido que promete disfrute (para ensoñar entre verano y verano).
No podían permitirse el lujo de quedarse atrás: ofrecían a cada época, año, moda, la imagen correspondiente, partiendo, eso sí, de unos modelos fáciles de transformar e interpretar. La postal era el ‘e-mail’ de la época: en el reverso se escribían breves textos que llegaban a cualquier rincón de España o del planeta. Unas se compraban como ‘souvenir’, y otras muchas para comunicarse. Las costas mediterráneas adoptaron el modelo turístico benidormense, y el postal.
El destape setentero
Cuando, en las postrimerías del franquismo (1936-1975), llegó el “cine de destape” (en definición del periodista Àngel Casas, 1946-2022) o “del despelote”, el asunto iba a impregnarlo todo, hasta la prensa de la transición: “tetas y muertos”, que decía el escritor Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003); es decir, todo aquello que no pudo contarse o verse hasta entonces.
Desde las postales, los ‘top-less’ comenzaban a brotar en esos cartones a todo color. Con ejemplos como este: tres imágenes; a la izquierda, una rectangular en vertical, con un mapa indicativo; a la derecha arriba (comparte el escudo de la ciudad con la anterior), una imagen nocturna de la ciudad (se lee: “Benidorm”); derecha abajo, una joven de aspecto extranjero tomando el sol “en tetas”. Puros años setenta-ochenta.