Hay personas conocidas por su biografía, otras por su obra y unas cuantas más por una anécdota. Al gaditano José de la Croix o Lacroix, barón de la Bruère, por lo primero un tanto: no se sabe si nació en 1745 o en 1746, y solo hay fecha de desaparición, literal: 1816. Por lo segundo, fundó periódicos como el ‘Diario Mercantil de Cádiz’ (1802-1852) o el ‘Diario de Valencia’ (1790-1835).
¿Y la anécdota? Precisamente en el año 1792, en el ‘Diario de Valencia’, tenemos una de las primeras menciones a las fallas valencianas, con la queja de un vecino que consideraba que aquellos festejos y algarabías en las calles insultaban a Sant Josep. Dato curioso, puesto que otra de las primeras menciones a los festejos no distaba mucho: en concreto, en 1784. Y también era una queja.
Quejas y respuestas
Se trataba de una carta de un vecino, otro, solicitando la prohibición de fallas en las calles del cap i casal dada la mala imagen y… lo de siempre, hasta el punto de que desde 1870 la cosa llegó al puro ensañamiento contra celebraciones como esta y los Carnavales. Al menos, dio pie a iniciativas originadas por la lógica reacción defensiva desde la calle.
La revista satírica ‘La Traca’, en su primerísima etapa, la que va desde 1884 hasta 1887, se sumó al invento, promoviendo premios a los mejores monumentos de arte efímero (se tienen referencias de que el primero fue posiblemente el de 1789, en el hoy Casco Antiguo). No tardaron muchas décadas en arribar los primeros oficiales: los concedidos por el Ayuntamiento en 1901.
Las primeras menciones a la Fiesta fueron quejas contra ella
En tiempo de los romanos
¿Pero de dónde venía todo esto? ¿Realmente las fallas, dicen que denominadas así por la palabra latina ‘facula’ (diminutivo de ‘faxcis’, ‘antorchas’), comenzaron en el siglo dieciocho? ¿O, como sostienen otros estudiosos, en realidad se gestaron en el siglo dieciséis, ya que la devoción a Sant Josep la tenemos documentada en la capital del Turia al menos desde el siglo quince? ¿Qué tal si nos vamos un poquito más atrás?
Nada, unas cuantas centurias: a tiempos de los romanos. A las saturnales romanas, de las que se tiene constancia al menos desde el 217 a.C. Del diecisiete al veintitrés de diciembre, originalmente en Roma, la capital, y luego extendidas a todas las colonias, tocaban tiempos de carnalidad, de igualdad, donde todo el mundo cruzaba el umbral de lo cotidiano y disfrutaba en libertad.
La revista ‘La Traca’ promovió los primeros premios conocidos
A lo largo de todo el año
¡Ah, Carnaval! Pues sí, una de las fiestas que generó, pero lo del jaraneo en las calles con sello romano iba a dejar muchos más posos de los que nos imaginamos. Por si fuera poco, mezclado con cultos, festejos o conmemoraciones de colonias más septentrionales. Quizá llegaban desde allí los ritos del fuego, muy comunes en la Europa Central, herederos de sacrificios que en muchos casos se concretaban en metáforas: se quemaban muñecos.
Esta peculiar semilla romana, combinada con lo exótero, arraigó especialmente en el hoy Levante español, quizá cuestión de clima: sobre todo en verano, como las noches de Sant Joan, en torno al solsticio estival, pero también las Carnestolendas, que celebrábamos el mes pasado. En el fondo, servía cualquier estación. Como las Festes dels Folls o dels Bojos, con sus ‘tapats’, casi a lo largo de todo el año.
Hay indicios de que se gestaran en el siglo XVI
Fuera de la Comunitat
O las fallas, que en diferentes formatos se extendieron prácticamente por toda la hoy Comunitat Valenciana. La cosa iba de fuego purificador. En la no tan distante Cádiz, la Gades romana, la tierra natal de Lacroix y cuna del carnaval por estos pagos (y, gracias a la colonización de América, también de otros más lejanos), hay un antiquísimo resabio de las charangas, fogueadas por el siglo dieciséis, que nos puede resultar muy familiar.
Por la noche de festividad de San Juan allí, toca noche de Juanillos, unos muñecos de trapo que, a modo de fallas, inflaman politiqueos a los que se les practica el vudú de la ironía. Aquí, para cuando los vecinos cabreados se lanzaron a mandar cartas, la realidad es que el espíritu de las fiestas de Sant Josep, al principio un solo día, el de la ‘vespra de Sant Josep’, ya había encarnado.
Corazón festero
Por supuesto, no existen legajos que anoten directamente el eslabón perdido de las Falles de València. Sí de la importante participación de los carpinteros en su origen, o de que en 1683 existe la primera anotación con la palabra ‘falla’ para referirse a la Fiesta. O también de que, a pesar de los parones, como en la Guerra Civil o el arranque de la pandemia, el caso es que siguen en pie.
València se convirtió en un corazón festero que iba a ir bombeando (aún lo hace) las venas dionisíacas de la Comunitat Valenciana. Se han ido extendiendo, oficialmente, a una semana laboral, la semana completa en realidad. Pero quizá esto se deba a un enraizamiento que quién sabe cuándo empezó en verdad.