Las tiendas se llenan. Hasta los supermercados. No hay cifras exactas. Se dice, con la boca de contrastar torcida, que en la Comunitat Valenciana podemos llegar a zamparnos hasta 700.000, un millón ‘o más’ de monas. En todo caso, muchas, muchísimas monas tras la Semana Santa, con familias y, aún, pandillas de jóvenes extendidas por las tardes de nuestra orografía.
Estas toñas o ‘tonyes’, ‘coques’, ‘fogasetas’, ‘fogazas’, ‘panous’, ‘pans socarrats’, ‘panquemaos’ o ‘pinganos’, con huevo duro al centro, cocido en el horno al tiempo que la masa, se han convertido en parte indispensable de la celebración de la Pascua de Resurrección, hasta el martes. Aunque las autoridades se empeñen en eliminar las fiestas del calendario y las gentes de por aquí, por supuesto, no las perdonen.
De Europa al Magreb
La tradición se originaba, según se decía, en Europa central en honor a la diosa Ostara (Eostre), divinidad germana de la primavera, de donde viene lo de los huevos (pintados o con regalo), metáfora agraria de resurrección, de primavera. Más tarde llegó el chocolate, que había sido introducido por los españoles en el Viejo Continente a partir del siglo dieciséis.
Para otros, la mona no es más que una derivación de los regalos comestibles, sobre todo dulces (mucho, los árabes son muy golosos) con base harinera, aportados por la cultura muslime, de ahí ‘munna’ o ‘mouna’ (provisión para o de la boca). Lo más seguro, como veremos, es que las monas actuales en realidad mezclen ambos orígenes. Lo comprobaremos más adelante. Ahora degustémoslas.
El huevo simboliza la llegada de la primavera
Con masas francesas
La mona que se deglute y disfruta actualmente por los andurriales de la Comunitat Valenciana rodea al huevo pascual de ‘pan quemado’ (un dulce brioche). Es decir, lo que originalmente era ‘pan de leche’, producto que elaboraron y extendieron los franceses en especial a partir del siglo XV (la primera referencia escrita es de 1404), presumiblemente tomando en consideración una receta normanda perfeccionada en tahonas galas.
Básicamente, esta creación es prima hermana de la ambrosiana venezolana, el jalá o pan trenzado judío o el ‘panettone’ italiano mixtura, en una masa ‘cristina’ o ‘de rotllo’ (de rollo), harina, levadura fresca (de panadero, no la de sobres), leche, aceite de oliva o mantequilla, azúcar, huevo (aparte del que cuece con cáscara) y hasta, si tercia, una pizca de sal. Luego, toca pintar lo aglutinado con yema de huevo y leche, o tan solo el primer elemento.
Su pasta adapta la del brioche francés
Una receta
Después toca hornear y, ya fría la mona (si la hemos elaborado nosotros; si no, a la panadería antes de que se acaben), embolsar junto a la merienda y, venga, carretera y manta. Cuando llegue el momento, tras zamparse el brioche que rodeaba al huevo, toca quebrar su cáscara en la frente de cualquier acompañante de la merienda.
Lo del huevo tiene su punto: lo de romperlo no se sabe de dónde sale, quizá una broma que cundió. A las orillas valencianohablantes del Vinalopó, entre otras muchas zonas rurales de la Comunitat, se cantaba una cancioncilla en verso del diecinueve a la ‘xica remonona’ (chica rebonita) que, por cierto, aparece recogida en una de sus versiones en el número de marzo-abril (83-84) de ‘Senyera’ (1951-1976), publicada en México D.F. por exiliados de aquí.
En el formato actual comenzaron en la Argelia del XIX
El origen del huevo
Bien, en varias interpretaciones de estas canciones de monas figura esta estrofa: “un ou en el front” (un huevo en la frente). ¿Un huevo? ¿Como los de chocolate que se venden como mona por buena parte de Cataluña? ¿Como los que reparte el conejo de Pascua o ‘Easter’ anglosajón para festejar la llegada de la primavera, de la resurrección vegetal? ¿La Pascua levantina nos viene de allí, como aseguran algunos autores?
Más bien no: si la tradición del huevo, ya lo vimos, nos llega del norte, la de la masa nos vino de norte y del sur. Ya reseñamos el origen etimológico de la palabra. Vayamos hasta Argelia, donde el regalo dulce de los árabes se transformó, con la colonización francesa a partir de 1830, en un brioche muy pero que muy dulce, la ‘muna’, que, curiosamente, también lleva a veces un huevo cocido dentro.
Puente hacia Orán
¿Cómo nos llegó aquí? El puente lo tenemos: la relación entre Argelia y la hoy Comunitat Valenciana se centró especialmente entre Alicante (por mar) y Orán, sobre todo a partir de 1846, cuando una buena masa de campesinos de nuestro Levante, empujados por una pertinaz sequía que desterronó bancales y estómagos, desembarcaba en la ciudad argelina a buscarse el sustento. Se generó así un flujo poblacional continuo, con el consiguiente trasvase mutuo de culturas y costumbres.
Y en pleno siglo XX hubo aún un refuerzo: con la independencia de Argel, el cinco de julio de 1962, casi un millón de ‘pieds-noirs’ (pies negros: europeos nacidos en Argelia desde 1830) volvieron al continente, muchos de ellos establecidos desde entonces por estas tierras. Pero, en cuanto a la mona, venían… eso, a reforzarla, porque para entonces esta ya había arraigado aquí como muy propia.