Benidorm nunca fue, tampoco en el Guerra Civil española, una ciudad que pudiera ser calificada como un claro objetivo militar o estratégico. No tenía industria ni instalaciones militares, por lo que nada tenía que ofrecer a los bandos enfrentados. Sin embargo, la actual capital del turismo de la Comunitat Valenciana tiene el dudoso honor de haber sido el escenario en el que se produjeron las últimas muertes por bombardeo aéreo de la contienda.
El profesor Paco Amillo explica que “en 1937 la aviación italiana, que tenía su base en Baleares y que había venido a luchar con el bando de Franco, fotografió todo el litoral para poder bombardearlo haciendo una colección de fotografías que todavía se conservan”.
Fotografiados por los italianos
Es gracias a esas imágenes por las que “sabemos que también el pequeño pueblo de Benidorm, de 3.000 habitantes y que carecía de industrias, tropas o cualquier otro elemento que desde el punto de vista militar pudiera ser interesante; también fue fotografiado”.
En el informe que se redactó en base a aquellas fotografías, explica Amillo, “se indicaba que la ciudad estaba indefensa porque no tenía artillería antiaérea y que, por lo tanto, lo único que se podía hacer es avistar de lejos a los aviones si estos venían por el mar y buscar refugio”.
El ataque de la aviación italiana ocurrió cuando ya no se estaban produciendo enfrentamientos
Dos puntos de vigilancia
Para ello, “había dos observatorios. Uno de ellos, era el campanario de la iglesia y allí el sacristán tenía la obligación de vigilar el cielo y avisar por teléfono al puesto de mando, que estaba en Canfali, si veía algo. El otro observatorio estaba en el promontorio que separa las calas de la Almadraba y Tío Ximo”, añade el profesor benidormense.
En vista de ese peligro, “en Benidorm se creó el Comité de Defensa Pasiva contra ataques aéreos, que se encargaba de indicar los lugares en los que esconderse en caso de bombardeo y, sobre todo, de apagar las luces nocturnas. Estaba prohibido tenerlas encendidas para evitar que se vieran desde el exterior, porque eso podía ser una referencia para los aviones enemigos”.
En Benidorm se cree que el objetivo de las bombas era un puente situado en el barranco de Foietes
Tres bombardeos
Pese a que pudieran parecer muy rudimentarias, Amillo asegura que “todas estas precauciones eran útiles porque, aunque Benidorm no era un objetivo militar, sufrió tres bombardeos por parte de la aviación italiana. Dos de ellos fueron en 1938 con un ataque en junio y otro en agosto aunque, afortunadamente, en ninguno de los casos se produjeron víctimas porque las bombas cayeron al agua”.
En relación a esas dos primeras incursiones, “se supone que querían atacar algo que estuviese en el puerto o la emisora de radio que estaba en Canfali, pero no le dieron y todas las bombas cayeron en el agua con el único destrozo de una roca. Eso es lo único que se sabe del primer bombardeo. Del segundo sí sabemos que fueron cinco trimotores y que las bombas cayeron cerca del hospital militar, que estaba cerca de lo que hoy es el hotel Canfali, pero fallaron y también cayeron en el mar sin víctimas”.
Las víctimas mortales de ese último ataque fueron una mujer de 80 años y una niña de sólo siete
Muertos con la guerra acabada
Sin embargo, el momento más duro llegó con “el tercer bombardeo, que se produjo de noche, concretamente a las 00:15 horas del día 29 de marzo de 1939. Aunque la guerra acabaría oficialmente el día 1 de abril, en la práctica ya no se estaba combatiendo. Simplemente, se estaba produciendo una rendición en masa del ejército republicano y una huida hacia Alicante de gente de València. Muchas de estas personas circulaban por la carretera de València a Alicante y como esa carretera pasaba por Benidorm, ese tráfico afectó a Benidorm”.
En medio de esas horas finales de la Guerra Civil, “cayó una bomba en Benidorm, en un puente en el barranco de Foietes que, en aquella época, estaba a las afueras del pueblo y en Benidorm se piensa que ese era el objetivo del bombardeo, pero la bomba cayó al principio del pueblo, a la altura de la actual calle de los Almendros”.
Víctimas inocentes
Paco Amillo confiesa que “tengo dudas de si fue un fallo porque, a pesar de que en aquella época la precisión no era muy grande, la distancia entre los dos puntos es de 400 metros, que son bastantes y, por lo tanto, opino que lo hicieron adrede para provocar el derrumbe de casas y cortar la carretera”.
En cualquier caso, el resultado de aquellas bombas fue que “destrozaron por completo una casa y otra la dejaron maltrecha, aunque luego se pudo reconstruir. La primera casa era propiedad de Ana María Roig Llorca, una señora de 80 años y soltera. Al ser una casa tan grande, porque tenía tres plantas, ella vivía en la de en medio y alquilaba la de arriba y la de abajo a dos familias”.
Con todo, “vivían allí ocho personas y hubo cinco heridos leves, uno grave y dos fallecidos: la propietaria y María Sivera Orozco, una niña de siete años. La otra casa pertenecía al abogado Francisco Agulló Orts. Él resultó ileso, pero su mujer y su hija resultaron heridas”. Aquellas dos fueron “las últimas víctimas por bombardeo aéreo de la Guerra Civil”.