Tras el golpe de estado de julio de 1936, las tropas sublevadas iniciaron un proceso sistemático de represión, una “amplia limpieza de indeseables”, como la definió el entonces comandante de la Guardia Civil de Cáceres. Los asesinatos extrajudiciales fueron la norma en los primeros meses de la contienda y se extendieron hasta la posguerra, pero a partir de marzo de 1937 los juicios sumarísimos, regidos por el Código de Justicia Militar, se convirtieron en el principal mecanismo del franquismo para reprimir al enemigo vencido. Así lo explica el antropólogo Alfonso Villalta Luna en Tragedia en tres actos, un libro publicado por Editorial CSIC en el que reconstruye la dinámica de estos procesos.
En palabras del historiador Jorge Marco, los juicios sumarísimos se caracterizaron “por su brevedad, la ausencia de derechos y el predominio de la fiscalía sobre la defensa”. Villalta Luna explica en el libro que las personas procesadas no contaban con garantías procesales: la mayoría entraban en prisión al abrirse la causa, sufrían malos tratos y torturas durante los interrogatorios y no eran informadas de qué se las acusaba hasta la celebración del consejo de guerra. Además, el abogado defensor era un militar que se les asignaba concluida la fase de investigación y que solía limitarse a pedir una rebaja mínima a la pena solicitada por el fiscal.
Aún se desconoce el número de juicios sumarísimos celebrados durante la guerra civil y el franquismo, pero, al ser preguntado al respecto, el investigador del UNED señala que “podríamos hablar como cifras iniciales de más de un millón de consejos de guerra”. Precisar la cantidad de personas que fueron ejecutadas tras ser condenadas en ellos se hace aún más difícil porque “no todos los consejos de guerra tenían como resultado la pena de muerte (muchos deparaban condenas de varios años en prisión) y algunos presos condenados a la pena capital lograron redimirla o que se revisara su sentencia”, matiza.
Una investigación entre la historia y la antropología
En Tragedia en tres actos, una investigación a medio camino entre la historia y la antropología, el autor sigue el rastro de los protagonistas de estos juicios y de sus acciones: los presos que desde el interior de la cárcel intentan escapar de la muerte, los militares que sobre el estrado buscan una condena en el consejo de guerra y los familiares y amigos, que realizan viajes y gestiones, “repletos de incertidumbres y adversidades”, con el fin de salvar la vida de sus seres queridos. Lo hace analizando centenares de expedientes de juicios sumarísimos conservados en el Archivo General e Histórico de Defensa, pero también archivos privados, fotografías, recortes de prensa, correspondencias y testimonios orales sobre procesos que tuvieron lugar en las provincias de Ciudad Real, Cáceres, Badajoz, Toledo y Madrid.
Entre las decenas de represaliados que Villalta Luna rescata del olvido, “con la esperanza de que volver a nombrarlos los devuelva a la vida”, figura el maestro nacional Pedro Rivera, sentenciado a muerte el 27 de febrero de 1937 y asesinado el 12 de julio de ese mismo año en Cáceres por su militancia socialista. El investigador constata que, como en otros muchos casos, Rivera fue condenado por “rebelión” sin que se le imputara ningún hecho concreto aparte de difundir sus ideas políticas. Para el tribunal, el maestro era una “persona de cultura que sabía que las predicas y las ideas por él difundidas eran utopías que no podían llegar a una realidad práctica y sí por el contrario a desencadenar la sangrienta revolución que estamos padeciendo”.
Juicios con un guion definido
El procedimiento sumarísimo, señala el autor, “se ajustó a las necesidades del nuevo régimen para juzgar de manera acelerada al enemigo republicano y sentenciarlo, convirtiéndose en una especie de trámite para dictar sentencias de escaso valor, aun cuando la mayoría de ellas eran condenas a muerte”. En este sentido, los juicios ocultaban la violencia explícita: “eran farsas que no tenían nada que probar porque ya estaba todo demostrado desde el inicio: que los acusados eran simpatizantes de partidos de izquierdas, eran rojos y, por lo tanto, culpables”, añade.
Sin embargo, el investigador considera que definir los juicios sumarísimos únicamente como farsas no refleja su complejidad ni su sentido “poliédrico”. En estos procedimientos, a veces emergían voces que se salían del guion establecido y no siempre el desenlace estaba escrito, como prueba la enorme disparidad de penas que los tribunales podrían asignar a un mismo delito.
Una de esas voces inesperadas fue el alférez de infantería Fernando Pineda, que durante la inmediata posguerra ejerció como abogado defensor de oficio en varios procedimientos que tuvieron lugar en la provincia de Ciudad Real. Villalta Luna destaca lo “excepcional” de su actuación: en los procesos en los que intervino, Pineda solicitó una rebaja considerable de la pena que pedía el fiscal. Lo hizo argumentando que, aunque sus defendidos eran izquierdistas, no existían pruebas de los delitos de los que se les acusaba. El alférez no siempre logró salvar la vida de los defendidos, pero en varios juicios consiguió una importante reducción de las penas.
Este comportamiento fuera del guion tuvo sus consecuencias. Pineda se vio enfrascado en un enfrentamiento judicial con líderes locales de Falange, con un desenlace que en esos momentos era incierto, aunque finalmente logró salir airoso.
Tragedias de personas anónimas
A tenor de hechos como este, el autor considera más apropiado hablar de tragedia que de farsa: “a la manera de las tragedias griegas, en las que se relata un viaje irreversible hacia la muerte, los juicios parecen ocultar esta misma estructura”. Por ello el libro sigue el orden de una obra de teatro.
El primer acto desmenuza el origen del proceso sumario, que normalmente se iniciaba por una denuncia o por la actuación de oficio de las autoridades. El segundo acto se ocupa de la investigación asociada al proceso judicial y de la celebración del consejo de guerra, que supone la representación pública del juicio. Y el tercero es el desenlace, donde se relatan todas las acciones que se producen tras finalizar el consejo de guerra y se dictara sentencia.
El libro, admite el autor, es un intento de “rescatar de la abrasión del olvido algunos rostros desconocidos” y de escribir sus “contrabiografías”, es decir, las historias de vida que la documentación oficial oculta o deforma. Por eso está poblado de nombres propios de personas anónimas que sufrieron la represión franquista, como Carmen García, vecina de Abenójar (Ciudad Real), que a la edad de catorce años se hizo pasar por la novia de su cuñado para poder visitarle en prisión mientras su hermana también estaba encarcelada. O Carlos Blanco, un oficial del ejército republicano que durante su cautiverio fue obligado a mecanografiar juicios sumarísimos y comenzó a instruir a sus compañeros presos sobre como responder ante el tribunal para salvar la vida. O las hermanas María y Asunción Gómez-Lobo, de 16 y 13 años respectivamente, quienes tras el asesinato de su padre, dirigente de Izquierda Republicana, fueron encarceladas durante semanas por la denuncia de una vecina que las acusó de haberle requisado lanas.
Tragedia en tres actos es el número 25 de la colección ‘De acá y de allá. Fuentes etnográficas’, publicada por Editorial CSIC. El texto está basado en la tesis del autor, que obtuvo el Premio Extraordinario de Doctorado y el Premio a la Investigación para la Tesis con Mayor Impacto Social de la UNED. Para solicitar entrevistas con el autor o más información, contactar con: comunicacion@csic.es (91 568 14 77).
Sobre el autor
Alfonso M. Villalta Luna (Membrilla, Ciudad Real, 1988) es profesor en el Departamento de Antropología Social y Cultural de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Doctor en antropología social y cultural y licenciado en Historia, es miembro del Centro Internacional de Estudios de Memoria y Derechos Humanos (CIEMEDH) de la UNED, del proyecto de investigación ‘Mapas de memoria’ y del grupo de investigación Memoria Social y Derechos Humanos en Europa y América Latina. Ha formado parte del proyecto ‘El pasado bajo tierra: exhumaciones y políticas de la memoria en la España contemporánea en perspectiva transnacional y comparada’ (CSIC) y ‘Subtierro: exhumaciones de fosas comunes y derechos humanos en perspectiva histórica, transnacional y comparada’ (CSIC). Ha sido investigador posdoctoral del Instituto de História Contemporânea (IHC) en la Universidade NOVA de Lisboa e investigador visitante en la Universidad de Buenos Aires, El Colegio de México (Ciudad de México) o la New York University, entre otros centros. Es autor de la monografía Demonios de papel: diarios desde un archivo de la represión franquista (Comares, 2022).