Ríanse del Caminito del Rey malagueño. Aquí, entre finales de los sesenta y comienzos de los setenta, a las familias usuarias de los primerizos autocares domingueros, jóvenes parejas con retoños, que comenzaban a participar del sueño de la clase media en la España desarrollista, les esperaba un recorrido ciertamente aventurero. Inopinado desde aquí en Altea, junto a la desembocadura del río Algar, a veces primera parada de dichos autobuses.
Allá arriba, por Callosa d’en Sarrià, también en la Marina Baixa, pero a 247 metros sobre el nivel del mar, en realidad un poco más arriba, las Fonts o fuentes del Algar nos preparaban para recorrer kilómetro y medio acompañando al río y sus ‘tolls’ (pozas), así como los saltos de agua entre una y otra. Lo suyo era llegar hasta la espectacular cascada de diez metros de altura. No resultaba fácil.
Naturaleza tematizada
Sorprende hoy, cuando todo el entorno, Zona Húmeda Protegida desde el 10 de septiembre de 2002, se ha tematizado tanto. Hasta se paga entrada: para adultos (cuatro euros en temporada baja, y cinco en alta); jubilados o mayores de 65 (tres y cuatro euros); niños hasta diez años (dos euros siempre); estudiantes y grupos de adultos (tres y cuatro euros ambos, según temporada); o niños (1,50 euros), discapacitados o niños hasta tres años (gratis).
Entonces las familias se convertían en escaladores, siguiendo acequias y otras construcciones para regular el agua que se iban o no abandonando. No poseía ni mucho menos la dificultad del famoso sendero malagueño antes de domesticarlo, pero ciertamente no era el paseo que supone en nuestros días. Para llegar allá arriba había que sudárselo.
Antaño las familias tenían que escalar para acceder a sus fuentes
Progresiva urbanización
Poco a poco, el asunto fue urbanizándose, allanando un camino cada vez más multitudinario. Aún no había barandillas, ni papeleras. No le plantaban puertas al campo. Ya existía la acequia que acompaña al camino, donde (anécdota real) algunos visitantes usaban su fría agua para ‘hacerse un Cantabria’, aprovechando sus frías aguas, hasta que descubrían una veta cálida y más tarde se topaban con gente que usaba la canalización para otros menesteres.
La empinada subida al principio entre chalets, restaurantes y tiendas (donde hacerse con ‘souvenirs’ o buenos nísperos) y luego entre más chalets, no era entonces siempre accesible. Al menos hasta que se terminó de construir el puente sobre el río Algar. Y es que si en ocasiones daba para cruzarlo a pie enjuto, cuanto menos descalzo, este es un típico cauce estacional (aunque permanente), reposado hasta que se enrabieta.
En 2022 llegó a verter hasta 128 metros cúbicos por segundo
Aumentos de caudal
El río Algar, después de todo, no es tema baladí, de poca importancia. En marzo del pasado 2022, cuando el azud de aquí, de Altea, llegó a manejar hasta 128 metros cúbicos (128.000 litros) por segundo, pudimos comprobar la potencia de un cauce de 17,8 kilómetros de longitud y una superficie de cuenca de 94,6 kilómetros. No era la primera vez, ni la quinta, y resulta obvio que habrá más.
La Confederación Hidrográfica del Júcar le adjudicaba en 2020 un caudal medio de 1.058 metros cúbicos (1.058.000 litros) por segundo, pero dejando bien claro precisamente ese carácter estacional. Eso no quita para que la paciencia del agua haya labrado, desde su nacimiento, explicitado en el nombre (‘algar’ es una palabra árabe que significa ‘cueva’), hasta desembocar en la costa alteana, un sinuoso camino que también bebe de afluentes como el Guadalest o el Bolulla.
Hasta un centenar de especies avícolas alberga el delta
Caudales menguantes
Pero del Algar nos llega cada vez menos agua. El pantano de Guadalest, por ejemplo, con sus 86 hectáreas (0,86 kilómetros cuadrados) y 13 hectómetros cúbicos (13.000.000.000 litros) de capacidad, aboca buena parte al sediento turismo benidormense. De aquel torrente nacido en la sierra del Ferrer, esponja caliza con formaciones subterráneas kársticas (por descomposición de la roca, aquí gracias al agua), poco llega.
Y eso sin contar con su sobreutilización. Asusta pensar en un desequilibrio que pudiera agostar el importante humedal que el Algar siembra a su paso, y sobre todo el que crea en su misma desembocadura, que da cobijo, durante buena parte del año, a más de un centenar de especies avícolas, en especial las más variadas anátidas (patos, ocas, tarros), aparte de cigüeñuelas varias, tortugas como el galápago leproso…
En la desembocadura
También lugar de paso para golondrinas o carriceros, hábitat fijo para culebras y pulgas de agua, libélulas. Entorno de promisión para moscas, mosquitos, abejas y avispas. Y abundantes mariposas. De vez en cuando, algún ejemplar de las anguilas que antes fueron presencia normal y hoy caminan hacia el mito y la leyenda. Y los invasores jacintos de agua de tanto en cuando ahogándolo todo.
Un río no solo es su nacimiento y recorrido hasta el mar. La desembocadura también resulta importante. Existe un sendero (no como el de las fuentes antaño) de unos tres kilómetros y medio, bien señalizado, tematizado, con la correspondiente cartelería, familiar prácticamente en todo su itinerario, que nos permite comprobar lo dicho. Entre eneas (espadañas o totoras) y juncos, bajo las sombras de álamos y sauces, cabría meditar sobre ello.