Villa, casino, palacete, colegio, discoteca… las mutaciones que puede sufrir un inmueble resultan de lo más sorprendente. Así ha transcurrido la vida de Saudí Park, también conocido como el Casino del Americano, que es alguno de los múltiples nombres con los que se ha conocido a este emblemático edificio del barrio de Benicalap.
Visto desde la distancia Saudí Park posee esa solera de segunda residencia que las familias adineradas de València se hacían construir en las afueras de la ciudad. Imponente. Aunque con sensación de haber reinado en otros tiempos y haber perdido parte de su corona, como aquel Gatopardo de Lampedusa. Su historia (su pasado) es legendario y en el barrio de Benicalap es conocida por casi todos sus vecinos.
Desde la Habana
El Casino del Americano fue construido en 1869 por encargo de Joaquín Megía, un militar de origen granadino destinado en Cuba y casado con Mercedes González-Larrinaga, una potentada habanera cuya familia hizo fortuna con el negocio de la caña de azúcar. El matrimonio abandonó Cuba y se afincó en València.
Fue en el ‘cap i casal’ donde Megía compró 30.000 metros cuadrados de huerta a las afueras de la ciudad, para construir una casa de recreo con un gran jardín donde intentó que su mujer se sintiera como en su tierra natal. En la fachada principal todavía se aprecia la marca circular del rosetón donde estaba inscrito el año de construcción: 1869.
En 1869 fue construido el Casino del Americano, encargo del granadino Joaquín Megía
Finca de recreo
La finca se bautizó en su origen como Quinta de Nuestra Señora de las Mercedes, en homenaje a la esposa de Megía. Pero poco tardaría en ser conocida por los lugareños como Casino (del Americano), dado su destino final como finca de recreo. Esta denominación, de hecho, es la que con el paso de los años ha prevalecido incluso en documentos oficiales.
Hay que señalar que con este nombre aparece en el primer catálogo de patrimonio histórico del ayuntamiento, donde se protegió con nivel 2. Una reciente revisión del catálogo rebaja la protección del palacete a ambiental. La propiedad pasó por las manos de distintas familias nobles de València, entre ellos los marqueses de Pescara, hasta que en 1941 fue adquirida por el industrial valenciano Plácido Navarro Pérez, cuya familia fue la última que habitó el palacete.
Pasó por distintas familias nobles de València, entre ellos los marqueses de Pescara
Noches de fiesta
Catalogado finalmente como servicio público en el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), el palacete no se escapó del furor de la movida valenciana. Así, con despegue musical que situó a València como referente de locales y discotecas en toda España, se transformaría en local de ocio: Saudí Park. Todos los vecinos y valencianos de los alrededores que rondan el medio siglo de edad recuerdan las sesiones musicales y el ambiente que allí se vivía.
En los años ochenta había mucha delincuencia en los ambientes de ocio de València y alrededores. “Allí nos robaron la moto por primera vez”, recuerda Elisa Errando. Óscar Campos apunta también con nostalgia: “Menudas fiestas en Saudí Park…”. Soledad Martínez, otra de las que disfrutó de las sesiones del emblemático local también indica: “Recuerdos de una de nuestras mejores etapas de juventud”.
“Qué tiempos aquellos.. qué bien se estaba en el Saudí Park; terracita gigante de verano con mucho encanto y ambiente. Recuerdo sus cócteles de colores, y sus ‘escupefuegos’ y malabares mientras te tomabas algo. En aquel entonces era una terraza de 10, de lo mejor de València”, declara Pedro Costa.
«En aquel entonces era una terraza de 10, de lo mejor de València», declaran sus vecinos
Antiguo corredor de palmeras
Conviene no olvidar que antes de ser local de ocio, el Saudí Park había sido durante unos años centro de enseñanza. Sorprendentemente las estancias del palacete acogieron alumnos que se formaron en un colegio privado que impartió docencia antes de convertirse en discoteca de Benicalap.
Ventanas y puertas se hallan tapiadas y el palacete ha sido ocupado en reiteradas ocasiones. También ha sufrido incendios y robos. La escalera central, dividida en dos tramos laterales y rematada con bolas de bronce, fue uno de los primeros elementos que se expolió. El Casino del Americano estuvo rodeado en su día de espléndidos jardines que hoy son un recuerdo. “Con lo bonito que era y lo bien que se estabas allí. Y hoy es una ruina olvidada…”, se lamenta Carmen Martí.
Frente al colegio Argos
Justo frente al colegio Argos languidece la portentosa finca. En ese final de la avenida Burjassot donde los chicos del barrio en los años cincuenta jugaban. “Los chavales de Primado Reig entrábamos a robar hierro y nos citábamos ahí para hacer guerras, aunque ya entonces vivió épocas de abandono”, recuerda Pascual Palmí, quien vivió su niñez en la misma avenida.
En esa línea también se manifiesta Toni Moral: “No entiendo cómo un edificio tan maravilloso, se puede dejar echar a perder hasta convertirse en una ruina. Debería haber una ley que protegiera patrimonios así. No es el único con ese fatídico final. ¡Una pena!”. Hoy en día ha quedado para limitar un solar de aparcamiento público que separa el parque de Benicalap.