Lejos de leyendas, en ocasiones contradictorias, anhelamos saber qué le sucedió realmente a Florencio Pla, conocido popularmente como ‘La Pastora’. Aprovechando que se acaba de rodar una película sobre su vida, contactamos con Elena Solanas, su sobrina, para que nos desvele lo que ha ido descubriendo los últimos veinte años.
“De pequeña nadie me contaba la historia del hermano de mi abuela Vicenta”, confiesa, “pese a mi insistencia”. Sin embargo, la joven Elena fue vislumbrando conversaciones ocultas, las que le llevarían a conocer la verdad de un maqui en la época franquista.
Fue entonces cuando hizo un clic, “porque nunca antes había oído la palabra maqui y mis primeras pesquisas hablaban de un ser peligroso, lo contrario a cómo era”. Nacido con una condición intersexual, La Pastora fue perseguido/a durante años, traicionado, condenado a muerte y encerrado en prisión.
Sus primeros años
Elena reconoce que inicialmente no sabía dónde buscar, aunque en un libro halló un listado de personas represaliadas por el franquismo, “entre ellas mi abuela”. Siempre se dijo que las hermanas se avergonzaban de Florencio, que no quisieron saber nada tras su salida de prisión, “cuando simplemente buscaba el anonimato para no provocarles problemas”.
Florencio llegó al mundo en Vallibona (Castellón) el 1 de febrero de 1917 y “no tuvo una infancia tan mala como se argumenta”. Ejerció de pastor/a, porque era lo habitual, pero paulatinamente se fue ganando una fama injusta, “de crímenes incluso, cuando ni siquiera era guerrillero, sino colaborador”.
“Lo acusaron de todo”, remarca, y “mis abuelos pasaron más de dos años en prisión al chivarse, el hijo del alcalde, de que eran familiares directos de La Pastora”.
Durante muchos años fue perseguido, traicionado, condenado a muerte y encerrado en prisión
Intersexual
Florencio nació con una malformación genital congénita, y sus padres, sin saber definir si era niño o niña, le pusieron el nombre de Teresa, “para evitar humillaciones, que fuera al larguísimo servicio militar o a la guerra, pues no había pasado mucho de la de Cuba”.
Solanas insiste que la adolescencia de su tío no fue mala del todo, “aunque eran varios los que le llamaban ‘Teresot’ o le preguntaban qué tenía entre las piernas”. Con el paso del tiempo, se fue sintiendo plenamente un hombre y al entrar en los maquis adquirió ese rol.
Poco a poco se fue ganando una fama injusta, de crímenes incluso, cuando ni siquiera era guerrillero
Los maquis
En la última masía que trabajó como pastor/a, en La Pobla de Benifassà, los maquis empezaron a acudir y Francesc Gisbert, su propietario, se afianzó como punto de soporte, “pero era Teresa (Florencio) la que les llevaba los suministros”.
“Seguía vistiendo falda en aquellos años, aunque era fuerte y alta, y después se tomaba un vino con los vecinos del pueblo”, apunta su sobrina. Por entonces, los guardias civiles, sabedores de las complicaciones de ‘cazar’ a los maquis, se disfrazaban como ellos.
A Gisbert le capturaron y torturaron hasta morir. Carlos el Català, destacado maqui, avisó a Teresa del destino que había corrido su amo y huyeron juntos a La Sénia. Al día siguiente se cortó el pelo, tomó indumentaria de hombre y se convirtió en Durruti.
Desertó de los maquis con el Rubio y, tras la muerte de éste, permaneció dos años oculto en una cueva
Perseguido
En total estuvo unos veinte meses entre los guerrilleros, muchos sin estar activo: “permanecía en la retaguardia, para avisarle, y les ayudaba a buscar lugares para esconderse, o amagar comida y armas”.
Más tarde, Francisco Serrano el Rubio -viendo el mal momento del grupo, denominado AGLA (Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón) – le propuso desertar. “Fueron considerados traidores y perseguidos tanto por la Guardia Civil como por los maquis”, asevera Elena.
Así estuvieron unos meses, llevando a cabo algún robo, porque el objetivo era llegar a Francia, vía Andorra. En el Principado trabajaron, hicieron contrabando y consiguieron dinero, pero el Rubio deseaba regresar junto a su familia.
Prisión
En el camino de retorno, el Rubio perdió la vida en un cruel tiroteo y Florencio se quedó solo; tuvo que vivir dos años en una cueva, cerca de Xert, “comiendo de lo poco que podía recolectar, sin que se notara, pasando frío y sin hablar con nadie”.
Volvió a Andorra en 1956, para trabajar -ya como Florencio- en una masía. Pocos años más tarde hizo amistad con un señor, le dejó dinero y en 1960 se lo pidió de vuelta. “Esta persona no tenía intención de dárselo y, además, le delató a la policía de Andorra”. “Todos sabían quién era La Pastora, el monstruo, el hermafrodita, el peor terrorista…”, indica, con pena. Le acusaron de veintinueve asesinatos, “todos falsos”, y le condenaron a pena de muerte, que le conmutaron por treinta años de cárcel.
La amnistía de 1977, con Franco ya muerto, le otorgó la libertad y pasó sus últimos lustros, “posiblemente los más felices, sin tener que huir”, en Olocau, muriendo a los 86 años.