Entrevista > Ariel Martins / Profesor de parapente (Buenos Aires, Argentina, 1-julio-1974)
Son muchos los que, por desconocimiento, consideran el parapente como algo arriesgado. Por ello, nos disponemos a charlar con Ariel Martins, profesor de ‘Parapente Santa Pola’ con cerca de veinte años de experiencia. “Es una actividad sumamente tranquila, en la que únicamente hay nervios en el despegue”, asegura.
“Después es muy cómodo, suave y versátil. No dejas de disfrutar porque es espectacular”, matiza. Te sientes como un pájaro, con unas vistas increíbles de Santa Pola y alrededores. “También es sumamente gratificante ver cómo disfruta el pasajero”.
Reside en nuestra localidad desde 2001, “el último año de la peseta”, le gusta indicar, y poco después se formó como profesor. “En Argentina sí había volado, como piloto privado de avión, pero el parapente era nuevo para mí”, confiesa. Ahora es su vida.
«Únicamente hay nervios en el despegue; después es un vuelo suave en el que no dejas de disfrutar»
¿Tienes uno de los mejores trabajos del mundo?
Realmente no lo considero un trabajo, que implica sacrificios, sino más bien un hobby, una afición remunerada. Es algo que me gusta hacer, es una pasión que además se puede transmitir y brindar a otros. Sí tengo bastante suerte en ese sentido.
Haces felices a los demás.
En muchos empleos aprecias que la gente no está contenta. En cambio, cuando vas a un despegue acuden alegres, contentos, tanto el deportista -en ese caso, nosotros- como el pasajero, que va a probar esta experiencia por primera vez.
¿Cómo se hace uno profesor de parapente?
Antes de llegar a España jamás me había llamado la atención. De repente lo vi un día y me resultó curioso, pero en mi mente era algo ‘mediocre’, porque pensaba que únicamente iría hacia abajo, al no tener motor; mi ignorancia era total. Mi sorpresa fue verlos subir, era como ver levitar a una persona. A partir de ahí decidí hacer el curso.
«He hecho miles de vuelos y me sigue encantando, porque tienes la misma visión que un pájaro»
¿En qué consisten vuestros cursos?
Los hacemos hasta que el alumno aprende. No hay una cantidad exacta de días o clases, aunque lógicamente cuánto más hábil sea, aprenderá más rápido. Lo que no se puede es dejar al alumno ‘abandonado’, que no esté del todo seguro.
La manera es que vaya mejorando poco a poco. Comenzamos en tierra, sin volar, haciendo inflados en el suelo -normalmente en una playa- para controlar la vela. Es lo que precisas para despegar. Remarcar, además, que en Santa Pola solo se puede volar si el viento viene del este.
Un vuelo normal, ¿cómo es?
Los vuelos biplaza, otra de las actividades que ofrecemos, son una maravilla. Disponemos de dos zonas de vuelo: Santa Pola -saliendo desde Gran Alacant- y Palomaret, entre el pico del Maigmó y la sierra del Cid, frente al Xorret de Catí. Elegimos dónde realizarlo según la dirección del viento.
Suelen durar unos veinte-veinticinco minutos en el aire, aunque la actividad es algo más. Debemos prepararnos, equipar al pasajero, montar la cámara y dar una pequeña charla prevuelo, muy sencilla, pero necesaria.
¿Qué se siente en el aire?
Llevo volando casi veinte años y me sigue encantando. De hecho, cuando tenemos un parón -por mal tiempo, por ejemplo- enseguida lo echo de menos. A mí me transmite mucho el pasajero, al ver cómo disfruta o te dice cosas del tipo: “estoy flipando, es el mejor regalo que me hicieron en la vida”. ¡Eso es tan gratificante!
«No debemos probarlo todo; aconsejo que se vuele en parapente si realmente te hace ilusión»
¿El momento más complicado es el aterrizaje?
Y el despegue, que son los dos instantes más técnicos. Después, volar es muy sencillo; en Santa Pola, que es un vuelo tan laminar y relajado, dejo muchas veces que el pasajero tome los mandos. Le doy cuatro instrucciones básicas, para ir guiando el parapente y ahí es cuando alucinan de verdad, al comprobar que es tan sencillo.
Anécdotas te habrán pasado muchas.
¡Claro, muchísimas! Porque he llevado a niños de cinco años y, una vez, a una señora de 97 años. Volaba en principio la hija, la madre venía solo a ver y después me dijo: “¿yo no puedo volar?”. Le contesté: “por supuesto”.
Asimismo, he volado con ciegos, tetrapléjicos, paralíticos… Recuerdo un día que le dejé el control a una chica, la iba guiando y de repente no me hacía caso. Cogí entonces los mandos, ella estaba paralizada y seguidamente me explicó que sufría de ataques de epilepsia. Sin duda, en esta actividad debo ser muy psicólogo y empático.
Para los que tengan dudas, ¿lo aconsejas?
Ahora está de moda que debemos probarlo todo, puenting es un ejemplo clarísimo. Pero no debe ser así; el miedo es bueno vencerlo, siempre que te haga ilusión. Es decir, si deseas volar en parapente, hazlo. Si no, no.