¡Llegaba el circo a la ciudad de Alicante! ¡Un año más! Por ejemplo el de los Hermanos Tonetti (los santanderinos José y Manolo Villa del Río, 1920-2004 y 1928-1982, respectivamente), que gozaban de mucho predicamento en la ciudad. Y allí que se desplazaba la mayor parte de la población, e incluso la de localidades colindantes, hasta el descampado donde se había montado la lona. Inmensa, que de pequeño todo parece gigante.
El lugar, aquel páramo urbano y artificial, en plena ciudad de Alicante, tan recurrente para coliseos circenses y hasta tenderetes de feria, si tocaba, asentaba en realidad sobre lo que había sido un barranco, el de ‘Benalúa’, uno más de las varias torrenteras, ramblas y quebradas que trufaron la urbe antaño. Al cabo, la hoy metrópoli no deja de ser un inmenso desagüe de montañas, como el Maigmó.
Los desaguaderos
En realidad, lo que hoy conocemos, en artículos periodísticos y crónicas varias, como barranco de Benalúa podemos encontrarlo en otras referencias como, según épocas, barranco de San Blas o de San Agustín. También aparece consignado como el ‘rihuet’ (río pequeñito). No existe ninguna contradicción al respecto: este barranco formaba en realidad parte de un sistema de grandes y pequeños cauces y rehoyos que desembocaban en el mar.
Básicamente, ocupa la actual avenida de Óscar Esplá, pero sus riberas y cárcavas alcanzaban por igual las paralelas calles Isabel la Católica, al sur, y Arquitecto Morell, al norte. Incluso hay quienes le añaden la avenida de Doctor Gadea, que no deja de ser otra cercana rambla. La ciudad, crecida como muchas otras en el Levante español un tanto a espaldas del Mediterráneo, al que orillan, presentaba una fachada marítima plena de desaguaderos.
La hoy metrópoli no deja de ser un desagüe de montañas, como el Maigmó
El primer extrarradio
Interconectado, por los septentrional, lo meridional y lo occidental (que al este se encontraba y encuentra el mar), con otras barrancas, el de Benalúa (llamémosle ya así por pura convención, y claridad) iba, en el fondo a generar ciudad, ampliando el extrarradio, los arrabales, los suburbios, o como queramos denominar a los callejeros extramuros, más allá de lo entonces tenido como tal.
Tengamos en cuenta, para situarnos, que hasta que el 13 de julio de 1858 se obtiene el permiso real, de Isabel II (1830-1904), para el derribo de las murallas (como se refleja en el pleno municipal), cuya obra de desmonte comienza en 1860, comprende lugares que hoy conocemos directamente como ‘el centro’, o sea, la amplia Ensanche Diputación, que abarca zonas como Sèneca, el Puerto o Plaza Galicia, que eran entonces extrarradio.
Formaba parte de un sistema de grandes y pequeños cauces y rehoyos
Se crea un barrio
Cuando a la sociedad ‘Los Diez Amigos’ se le ocurre plantear, en 1883, la creación de una barriada más al sur, destinada a la clase media trabajadora y fiel a las ideas higienistas de la época, con agua y mucho vegetal, en flores y arboleda, el barranco supone un tachón que separa literalmente a la ciudad y sus extrarradios de la secana huerta sur.
Según las referencias, un puente unía entonces las actuales avenidas de Maisonnave y Aguilera. Escaso para la citada asociación filantrópica, a cuyo frente, por cierto, se halla José Carlos de Aguilera (1848-1900), cuarto marqués de Benalúa, quien dará nombre a la barriada y, de rebote, el ya definitivo con el que iba a jubilarse del callejero alicantino el barranco. Algo que, de todas formas, iba a resultar largo.
Eusebio Sempere diseñaba el pavimento de Óscar Esplá
Malos olores
El complejo de hendiduras suponía un enorme quebradero de cabeza, especialmente cuando comenzaba a desaguar chaparrones, con lo que ya en 1772 se concretó el re-encauzamiento del futuro barranco de Benalúa. De hecho, allí fue donde se unieron un buen ramillete de cauces con al menos los dos principales, logrando lo que hoy conocemos como un solo accidente geográfico. Hubo varios proyectos más, algunos de ellos proponiendo incluso un soterramiento, pero sin concretarse.
Aunque, además de las torrenteras, el barranco soportaba un extra: los residuos que desembocaban allí, incluido los deshechos petrolíferos, aceitosos, de la estación de Madrid, surgida en 1858. El fondo de la quebrada se transformó en un hola bastante oloroso para los viajeros que arribaban a la ciudad vía ferrocarril. Por otro lado, las paredes se llenaron de viviendas precarias (vamos, cuevas).
Pavimento artístico
Este último aspecto, el de los habitáculos orillando el barranco de Benalúa, aportaba además un plus de peligrosidad, en especial para los habitantes de estas madrigueras, cuando llovía como bien saben hacerlo los cielos alicantinos cuando toca gota fría. No pocas veces hubo que actuar para salvar vidas. Finalmente, el 12 de Diciembre de 1965 se apuesta municipalmente, ya en firme, por soterrar y recanalizar, mediante alcantarillado, el tajón al mapa urbano.
Eso sí, durante mucho tiempo el lugar fue ese descampado con el que comenzábamos, auténtico barrizal a la que caían cuatro gotas. Sería entre los sesenta y setenta, según donde consultes, cuando por fin alquitrán, losas (en 1978 se aplicaba, en el parque central, el pavimento diseñado un año antes por el colivenco Eusebio Sempere, 1923-1985), árboles y palmeras sembrasen sobre el espíritu del barranco de Benalúa.