La llamada “expedición masái”, capitaneada por el cartógrafo, etnógrafo y explorador vienés Oscar Baumann (1864-1899), había dado no pocos frutos, recorriéndose la aún virgen, a ojos europeos, Tanzania. Pero aquel marzo de 1892, tras coronar uno de los bordes del apagado campo volcánico de Ngorongoro (‘cencerros’ en maa, la lengua masái), formado por ocho volcanes en escudo, y atravesar un espeso matorral, aparecía ante él un milagro.
A sus pies, la que iba a ser una de las mayores reservas animales del mundo. Como tal, por cierto, con la teórica protección, iba a ser declarada en 1959, y por consiguiente una de las más visitadas, sobre todo por ‘intrépidas’ familias europeas. Y esto plantea ya un problema. Aunque solo se puede acceder (y pernoctar) con guía, la presión turística, con todo lo que conlleva, es cada vez mayor. ¿Turismo sostenible? Resbaladizo término.
Orígenes madrileños
El concepto de turismo sostenible, es decir, respetuoso con el medio ambiente visitado, ya tiene una edad. Lo imaginaba la Organización Mundial del Turismo (OMT), transformada el pasado año en ONU Turismo, con ciento sesenta países miembros y sembrada en Madrid (donde se encuentra su sede central) en mayo de 1975.
Pero no arrancaba en serio hasta la década de los 90 del pasado siglo. Fue con la firma de la llamada ‘Carta de Aalborg’ (‘Carta de las ciudades europeas hacia la sostenibilidad’), aprobada el 27 de mayo de 1994 en la ciudad danesa de Aalborg según las directrices del llamado ‘Proyecto 21’ de la ONU para promover el desarrollo sostenible, germinado en la Cumbre de Río de Janeiro (del 3 al 14 de junio) de 1992.
Una organización sembrada en Madrid en 1975 imaginaba el concepto
De obligado cumplimiento
Se diseñaron, incluso, una serie de puntos que debía cumplir este turismo sostenible, y que podríamos resumir así: “Los viajes y el turismo deberían ayudar a conseguir una vida sana y productiva en armonía con la naturaleza”, “contribuir a la conservación, protección y restauración de los ecosistemas de la Tierra” y “deberían basarse en modelos de producción y consumo sostenible”.
Además, “las naciones deberían cooperar en promocionar un sistema económico abierto” para que exista “una base sostenible”, eliminando o reduciendo el proteccionismo en el turismo. “Los viajes y el turismo, la paz, el desarrollo y la protección medioambiental son interdependientes” y la “protección medioambiental debería constituir una parte integral de proceso de desarrollo turístico”, “con la participación de los ciudadanos involucrados, y las decisiones de planificación tomadas a nivel local”.
Debería ayudar a conseguir una vida sana y armoniosa con la naturaleza
Los buenos propósitos
Aquello es así porque el “desarrollo turístico debería reconocer y apoyar la identidad, la cultura y los intereses de las poblaciones locales”, además de “crear empleo para las mujeres y pobladores locales”. Aparte, el “sector de los viajes y el turismo debería respetar la legislación internacional relativa a la protección del medio ambiente”, y las “naciones deberían advertirse mutuamente en caso de catástrofe natural susceptible de afectar a turistas o regiones turísticas”.
Bueno, todo este cúmulo de buenos propósitos, que constituyen para la ONU la médula del turismo sostenible, quedaba recogido en 2003 en el ‘Manual del Turismo Sostenible’, publicado en 2003, aunque de hecho redactado en 1996 y complementado en 1999, por parte de la OMT, con un ‘Código Ético Mundial para el Turismo’. Incluso la ONU designó un Año Internacional del Ecoturismo, el 2002, pistoletazo de salida de muchos proyectos actuales.
Benidorm es un temprano ejemplo de aprovechamiento hídrico
Una ciudad pionera
Ahora bien, ¿cuál es la situación por estos pagos? En una Comunitat Valenciana cuyo PIB (Producto Interior Bruto) turístico de 2023 se situó en torno al dieciséis por cien, según datos del Instituto Valenciano de Tecnologías Turísticas (Invat·tur), y con una buena parte de sus municipios adscritos a la ‘Carta de Aalborg’, cabe inferir que podemos encontrarnos con abundancia de ejemplos. Más cuando muchas voces le adjudican a Benidorm (Marina Baixa) una pincelada pionera al respecto.
Así, el proyecto de Pedro Zaragoza (1922-2008), alcalde benidormense desde 1950 a 1966, de construir rascacielos para dejar más o menos intactos los derredores, también visitables pero con otros intereses, lo señalaban como avanzado del turismo sostenible. Bien es verdad que el propio Zaragoza denunciaba que la ciudad se había “vendido al becerro de oro”. ¿Pero se cumplen hoy los planes?
Ejemplos institucionales
Al abrir el portal digital de Turisme de la Generalitat Valenciana y buscar la palabra ‘sostenible’, nos aparecían cuatro entradas: ‘Enoturismo Sostenible’ (se trata de jornadas de catas en Viver, Alto Palancia) y ‘La Comunitat Valenciana se erige como destino turístico sostenible’ (València fue “la primera ciudad del mundo en calcular la huella hídrica del turismo” y “ha sido designada oficialmente como Capital Verde Europea 2024”; aparte, Benidorm es un temprano ejemplo de aprovechamiento hídrico).
También: ‘La Comunitat Valenciana trabaja en la implementación de prácticas turísticas responsables’ y ‘Benidorm, turismo sostenible en una ciudad vibrante’. Prácticamente, no hay web municipal que no incluya tal concepto. No obstante, la masificación turística plantea retos al menos desde dos frentes: dificultar la sostenibilidad pero, al tiempo, si se desmasifica, dejarnos sin nada que ‘turistear’. Los mismos de Ngorongoro.