Entrevista > Pedro Navarro López / Presidente AARU (Minglanilla, Cuenca, 8-noviembre-1957)
La Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Utiel (AARU) lleva años realizando una labor silenciosa pero vital en la comarca. Su presidente, Pedro Navarro, conoce el infierno de la adicción en primera persona y, desde su experiencia, guía a quienes buscan una salida.
¿Cuál es el origen de AARU y cómo fueron esos primeros pasos en Utiel?
Surgió de una necesidad real. Todo comenzó a raíz de una chica cuyo marido tenía problemas y de dos o tres mujeres más, con maridos que también sufrían adicción. Ellas vieron que había que hacer algo, empezaron a moverse y fundaron la asociación para buscar soluciones conjuntas.
¿Cómo se detecta esa primera señal de alarma antes de pedir ayuda?
En mi caso, y es similar al de muchos, fue gastar el dinero que no tenía. Pero lo decisivo fue cuando mi mujer me puso las maletas en la puerta y me dio un ultimátum “O la bebida o yo”. Ahí, cuando le vemos las orejas al lobo, es cuando empezamos a reconocer el problema.
Muchos se niegan a aceptar esa etiqueta de alcohólico.
Cuesta mucho. Yo mismo nunca reconocía mi problema con esa palabra. Pero la realidad era que iba borracho o mareado a diario, me acostaba a las siete de la tarde sin cenar y mi mujer iba al banco y no había dinero. En el trabajo intentaba escaquearme, aunque tuve la suerte de que mi empresa me ayudó mucho.
Una vez se da el paso, ¿en qué consiste el proceso de rehabilitación?
Lo fundamental es la convicción de querer dejarlo. Yo estuve un año asistiendo cada semana a la asociación. Luego pasé a ir cada dos semanas, siguiendo unas pautas. Es un proceso de deshabituación progresivo, similar a cuando te retiran una medicación poco a poco.
«Estas terapias se basan en el compromiso delante de personas que tienen tu mismo problema»
¿Existe el riesgo de recaída si uno se confía demasiado pronto?
Totalmente. Hay personas que van tres meses, lo dejan pensando que lo controlan y acaban cayendo. El alcohólico nunca va a controlar la bebida. Yo no puedo beber ni una cerveza cero-cero, ni fumar. Tengo que vivir con esa precaución de por vida.
Describe el alcoholismo como una carrera de fondo, no como un sprint.
Es para toda la vida. Si me bebo una copa, caigo. Suelo decir que ya me he bebido mi propia destilería y me he fumado mi plantación en veinte años. Otros se lo beben en ochenta años de vida, en mi caso fue todo en 20. Ahora me toca vivir sabiendo que no puedo volver a probarlo.
¿De qué manera trabajan en la asociación cuando llega un nuevo usuario?
Generalmente vienen derivados de la Unidad de Conductas Adictivas (UCA). Funcionamos como espejos. Cuando llega alguien nuevo le cuento mi historia, mis problemas con el dinero y la familia. Otro compañero cuenta la suya. Al final, aunque sean diez vidas distintas, todos morimos en lo mismo. Al escucharnos, el nuevo usuario se ve reflejado y empieza a abrirse.
«Lo fundamental es la convicción de querer dejarlo»
Esos primeros días sin probar gota deben ser física y mentalmente agotadores.
Son muy duros. Tienes unos hábitos arraigados: la copa de la mañana, la cerveza de mediodía… Romper con eso cuesta muchísimo. Además, la familia al principio no te cree cuando dices que no has bebido, y eso duele. Hay que cambiar rutinas, salir a andar, distraerse.
¿Qué papel juega el grupo en esos momentos de debilidad?
Es vital. Las terapias se basan en el compromiso delante de personas que tienen tu mismo problema. Si digo allí que voy a estar una semana sin beber, me comprometo con ellos. Es como un secreto de confesión. Si alguien te ve en un bar, te lo dirá en la reunión. Esa presión de grupo ayuda a mantenerte firme.
¿Considera entonces el alcoholismo como una enfermedad en sentido estricto?
Sí, es una enfermedad, pero sin una pastilla que la cure en siete días como un resfriado. Aquí el tratamiento es el diálogo.
Respecto a los recursos, ¿cómo se sostiene económicamente AARU?
Contamos con subvenciones del Ayuntamiento de Utiel y la Generalitat. Antes pedíamos una cuota de cinco euros, pero la quitamos porque había gente que no podía pagarla. La asistencia es gratuita. Tenemos una psicóloga que viene semanalmente y, si algún día no puede, los veteranos hacemos de moderadores.
«El alcohólico nunca va a controlar la bebida»
Hacen una labor social inmensa, pero da la sensación de que es un trabajo invisible.
Estamos en el anonimato. Nadie va publicando por ahí que ha dejado de beber gracias a la asociación. Nuestro trabajo es en la sombra. Es una labor callada, pero efectiva, devolviendo a la gente a una vida normal.
¿Cree que la sociedad es demasiado permisiva con el consumo de alcohol?
No se hace nada real. El alcohol es una droga autorizada. Se prohíbe la venta a menores de dieciocho, pero los mayores se lo compran a los pequeños. Los botellones están ahí. La sociedad podría implicarse mucho más.
Para finalizar, ¿qué le diría a un familiar que ve cómo alguien querido se está destruyendo?
Que no tengan miedo. A menudo impone mucho respeto entrar solo en una asociación de este tipo. Les aconsejo que vengan, que pidan ayuda. Nosotros acompañamos al paciente, hablamos con él en su casa o en un punto neutro para convencerle. Lo principal es romper esa barrera del miedo y dar el primer paso.




















