La tortuga boba, también conocida como cabezona, caguama o cayume, nos mirará, cuando la pandemia nos permita que le devolvamos de nuevo la mirada, con su indiferencia de reptil. Comparte urbanización, nueve acuarios (202 m² alimentados por agua de mar) agrupados bajo el nombre común de Acuario Municipal (operativo desde 1983), con caballitos de mar, meros, morenas, pulpos, lubinas… Y no sabe que conforma uno de los elementos que patentizan la estrecha relación de Santa Pola con el Mediterráneo.
Una de las calles que bordean el Acuario (la otra es García Braceli) se llama precisamente Astilleros, como donde construyen y reparan embarcaciones. Esto nos da otra clave. Santa Pola marinera nace como ciudad moderna a partir de barracas de junco y esparto construidas para uso de pescadores que arriban desde Elche, municipio del que se ha segregado en 1835. Los límites territoriales santapoleros no se establecen hasta 1944, y la fundacional Elche, Elx, Ílice, se guarda un cartucho en la recámara: al norte y al sur habrá territorio ilicitano.
Cuestiones salinas
La barriada más meridional de Santa Pola, carne de pareados y apartamentos, está cruzada por viales que, aparte de Elda o, por ejemplo, Ávila, poseen significativos bautismos, como calles Venida de la Virgen, Cadafal (cadalso o tarima), del Araceli y Misteri d’Elx, incluso una avenida del Tamarit, el nombre de la playa santapolera a la que, según la tradición, llegó la madrugada del 28 de diciembre de 1370 la Virgen de la Asunción, alma del Misteri.
Pero lo que nos importa ahora es lo que se ve al fondo: montañas de sal. Constituyen muy visibles enseñas de una importante parte de la industria santapolera, que incluye sector primario (extracción del cloruro sódico de las salinas llenas con agua del mar), secundario (refinado, elaboración de las diferentes clases de sales, empaquetado) y hasta terciario (la gestión de todo ello). Pero esta industria se inserta también en otra muy visible enseña, el Parque Natural de las Salinas de Santa Pola.
La ciudad moderna nace a partir de barracas de pescadores
Bancales de sal
Si la agricultura santapolera, con frutales y hortalizas, surge de bancales, la sal no había de ser menos: especialmente desde finales del XIX, el arranque de la explotación con enfoque moderno, la industria salinera ha sembrado un paraje natural, nada menos que 2.470 hectáreas distribuidas en los municipio de Santa Pola y Elche que proporcionan cobijo, en diferentes épocas del año, a una muy variada fauna capitaneada por aves como las cercetas pardillas o las cigüeñuelas, las avocetas o el flamenco común.
En realidad, quienes crearon esta manufactura salinera fueron los romanos tras haber denominado a la zona, que empezaba a colmatar, Sinus Ilicitanus (golfo de Ílice). Tan impresionante accidente geográfico, al que orillaban localidades como Albatera, Benejúzar, Cox o Rojales, y que dejaría hoy bajo el agua a poblaciones como Almoradí, Catral, Daya Nueva o Dolores, se había originado allá en el 2400 a.C. al inundarse todo el Bajo Segura. Y la Santa Pola actual también era puerto (el Portus Ilicitanus), pero sobre isla en la misma desembocadura de la rada.
Fue puerto incluso cuando el Sinus Ilicitanus llegaba hasta Albatera
Vigías de piedra
Quedaron las 2.430 hectáreas de El Hondo, compartido por Santa Pola con Elche y con Catral, Dolores y San Fulgencio; el santapolero-ilicitano Clot de Galvany (hoyo de Galvañ), 366,3 hectáreas que antaño formaron parte de la circunvalación marina a la isla de Santa Pola; y las salinas. Allí, los rellanos de tierra agrícolas son ahora acuosos, agua de mar presidida por la recuperada altivez de la torre Tamarit, cuya obra de mampostería reforzada con sillares recibía en 2008 un ‘lifting’ que nos transporta visualmente a otros tiempos.
Pero el vigía de piedra, sembrado en 1552, estaba allí para complementar la función, como mensajero a otras torres de huerta, de lo que contemplase la atalaya entonces contemporánea de Escaletes. Seguimos en esos otros tiempos, pero nos volvemos ahora al meollo urbano de la ciudad, en concreto a la fortaleza diseñada por Juan Bautista Antonelli (1527-1588), autor también del embalse de Tibi, la torre vigía de la Santa Faz o el castillo de Bernia.
La industria salinera ha forjado un paisaje singular
Trabajadores oceánicos
Nos encontramos en una de las tres sedes (las otras son el barco ‘Esteban González’ y el yacimiento Portus Ilicitanus) del Museo del Mar. Esta se construyó en 1557, como fortín, para defender la plaza de piratas berberiscos y corsarios varios, los que se oteaban desde Escaletes. Pero nos interesa el ánima museada, un recorrido por la vida marinera santapolera, su historia, su día a día, en lo comercial o en lo humano, hasta en lo festivo, lo musical.
Santa Pola muestra aquí su alma marinera, que labora a través de 36 barcos de arrastre y 90 de artes menores, según los datos aportados por la cofradía de pescadores. De trabajadores oceánicos, en una ciudad donde hasta el turismo ve, come, bebe y disfruta mar, que participaron activamente en la creación del Acuario Municipal. Justo desde donde nos mirará, quizá ya no tan indiferente, la tortuga del comienzo.