La Font de la Favara ha sido muchas veces reamueblada y sus alrededores mejorados, pero siempre, en el fondo, presenta la misma ánima. La reinvención del lugar que contaba el otro día un amigo, llamémosle Alberto, por ejemplo, ya no la recordaba: “Ten en cuenta que era un crío, así que como crío vi las mesas de piedra. Te subías por los bancos también de piedra y saltabas… y saltabas… hasta que topé con una que se movía…”.
¿Y ahora qué? “Mi madre que vale, que ahora te has metido ahí, sal tú, pero como se rompa y nos toque pagarlo, verás… Bueno, salí”. Alberto se topó con una de las sucesivas remodelaciones de un muy visitado paraje provincial. De hecho, la Font de la Favara, pese a no estar tan publicitada como otros atractivos de la provincia, goza de un flujo anual muy importante de paseantes. Ahora, mesas y bancos son de madera, pero el espacio posiblemente no resulta muy distinto del que vio Alberto.
Un lugar con pasado
La Font, que ya en junio de 2010 era objeto de una mejora del mobiliario urbano, rehabilitación de la jardinería, acondicionamiento de todos los espacios y caminos y nueva señalización en el parque de la Font de la Favara de La Nucía por valor de 6.000 euros, saluda a propios y turistas, en su formato actual, básicamente desde 1913, cuando se plantan los característicos chopos. El parque natural cuenta con unos 13.000 m², donde conviven especies vegetales autóctonas entre áreas de descanso, merendero, columpios y, claro, la Font.
Pero, a poco que se rasque, vemos que la antigüedad del paraje llega mucho más allá. Los estudios señalan 1748 como la fecha del documento más antiguo donde se cita al lugar. No obstante, allí había lavadero y resulta obvio que, antes de que se estableciera el agua corriente, era un punto de aprovisionamiento de líquido elemento para la población nuciera. Posiblemente su antigüedad rasque en los mismos orígenes de las leyendas que acompañan al paraje.
El parque natural comprende unos 13.000 m²
La leyenda celta
El político, médico y escritor alicantino José Amador y Asín (1882-1967), aunque ejerció su magisterio galeno a ambas orillas del Atlántico (falleció, de hecho, en Buenos Aires, aunque sus restos descansan hoy en el cementerio de Polop de la Marina), recogía en su libro ‘Los plantadores de arroz. Cuentos alicantinos’ (1964) la más famosa de ellas, que puede seguirse también en la Font, y que le ha dado alas a multitud de ensoñaciones.
Asegura la fábula, puede que no exenta de veracidad antropológica (aquí hubo cultura celta, y por las hoy costas alicantinas triunfó el culto al celtíbero Endovélico o Enobólico), que la hija del gobernador nuciero, Roxana, iba a ser sacrificada al dios Kent (vale, el de la tribu britona o britana de los cantiacos). La chica, enamorada además de un tal Aituna Ochoa, huyó al barranco de Onosca (La Nucía entonces) y, vía maldición de la sacerdotisa, quedó convertida en piedra de la que manan lágrimas las fuentes.
Existen leyendas parecidas a la del lugar a ambos lados del Atlántico
Huella árabe
Hay que anotar, de todas formas, la existencia de otro mito, esta vez de desarrollo árabe, bastante concomitante, aunque un tanto más siniestro: el de los djins o yins (más propio a la conversión fonética al castellano), generalmente femeninos, castigados por algo, una buena o mala acción, que se agazapan en los oasis u otros lugares acuosos y se vengan en quienes vienen a beber. Sí, como antes las ondinas griegas o luego la Encantá de Rojales y l´Encantà de Planes.
Al otro lado del océano, combinada con las respectivas tradiciones locales, se concretó en resentidos espíritus como la Llorona mexicana, la Sayona colombiana o la venezolana (también hay figuras parecidas en Chile, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras o Panamá) o, dato curioso, al ser personaje en este caso masculino, el Güije cubano, alma en pena que se aparece también en los charcos. Videojuegos como ‘Left 4 Dead’ o ‘Dead Island’ zombificaron al personaje.
En 2018 hubo una nueva serie de mejoras en sus dotaciones
Últimas mejoras
Reconozcamos que la versión nuciera resulta la más amable de todas. Cuando te acercas y bebes las lágrimas de Roxana (de ahí dicen que viene la denominación, pero ‘favara’ es un vocablo de origen árabe que significa precisamente fuente, manantial, como Font), esta no quiere vengarse, al menos no de cruenta forma: se contenta con enamorarte de por vida y grabar en tu cerebro sus lamentos, o sea, el sonido del agua en las fuentes o en la cascada de unos cinco metros de altura.
El sitio posee abundancia de paneles para orientarse en un parque que, además de la antes señalada remodelación del 2010, en 2018 tuvo obras de mejora y mantenimiento con una inversión municipal de 20.000 euros. Entre otras muchas actuaciones, se dotaba al parque de aseo para discapacitados y un cambiador para bebés. Al cabo, toca deleitarse con el fruto de las abundantes lágrimas de Roxana. Y por lo que sea, mejor en familia.