La culpa la tienen nuestros antepasados, seguro. Pasees por donde pasees, sin querer estás pisando sobre la historia, desde pretéritos antediluvianos, cuanto menos. Casi como ocurre en el prebético monte Bolón, 652 metros sobre el nivel del mar que atesoran vivencias que ahondan en los mismos orígenes de Elda. Varias rutas senderistas de las clasificadas como fáciles, de poco kilometraje y generalmente circulares, permiten a los curiosos acercarse hasta este hito coronado, por cierto, con otro jalón, la Cruz de Bolón.
La cruz fue erigida en 1984 por el Centro Excursionista Eldense (CEE) en memoria de los montañeros fallecidos, pero otras muchas huellas jalonan los recorridos (siete oficiales) en torno a este peñón, rocoso en sus penachos, de calizas, areniscas y, a cachos, arcillas verdes del terciario. Ubicado el paraje casi junto a la ciudad, hay que cruzar la vía del tren para alcanzarlo, aunque, por ejemplo, en la rotonda que enlaza la avenida del CEE con la carretera a Monòver tenemos un paso subterráneo para ello.
Un cúmulo de rutas
Las rutas senderistas, mayoritariamente, no son directas; en realidad, ascienden bordeando el monte. Si se emprende cualquiera de ellas en día cálido, conviene avisar de que la vegetación es, salvo algún que otro afloramiento disperso de pino carrasco, básicamente esteparia (efedra, esparto, lentisco, romero, tomillo), repoblada cada cierto tiempo por la propia ciudadanía, lo que garantiza su continuidad. De compañía, aparte de las inclemencias del tiempo, en ocasiones hasta rebaños de cabras.
En la cumbre, roquedal, pero también unas vistas de excepción que acompañan a lo largo de un recorrido que bandeará, contando ida y vuelta, entre unas dos horas. Y hasta más de cinco si ya, con las pilas recargadas allá arriba, se quiere alcanzar también la sierra de Cámara, por ejemplo pasando por el Pocico Alonso, en la partida de las Julianas, un catalogado Bien del Patrimonio Hidráulico eldense del XIX. Pero la de Bolón posee sola, con su carácter iniciático, dada su baja dificultad, los suficientes atractivos.
La Cruz fue erigida por el Centro Excursionista Eldense
Paradas con crimen
La importancia de la ruta, como amalgama de senderos, es tal que, por ejemplo, tan pronto anunció, en julio de 2020, la Concejalía de Turismo una “segunda ruta senderista a la cumbre de Bolón”, para ese agosto, el cupo de inscripciones quedaba completado en tan solo unos diez minutos (el límite, pandemia y medidas de seguridad senderistas mediante, estaba en treinta participantes). Cincuenta personas quedaban entonces a la espera de una nueva convocatoria.
A la expectativa se encontraron, pues, mientras se ilusionaban por tomar allá arriba un buen buche de aire puro sin mascarilla, y disfrutar de otros atractivos de las sendas. Como, ya ampliando recorridos pero dentro de Bolón, la cueva del Capuchino (desde abajo, en el sendero y entre pinos y matorrales, parece una cara), entre el trayecto entre la Cruz de Bolón y la finca Adelina o Casa del Barranco del Capuchino, donde en 1977 un celoso marido, policía jubilado, asesinó a su mujer. La hija, años después, pudo denunciarlo.
Pedro Costa rodó una película sobre la casa del crimen
Paraciencias entre pinos
El productor y director Pedro Costa, antaño periodista especializado en sucesos, estrenaba en 1995 ‘Una casa en las afueras’, cinta libremente inspirada en el caso que tanto atrae ahora a parapsicólogos y estrelleros. Pero dejemos eternamente impresos a Juan Echanove, Emma Suárez y la entonces pequeña Tania Henche en los reinos del celuloide. Y obviemos preguntar sobre quién osó permitir que se construyera allí esa vivienda, cuyas ruinas son hoy pasto de pintadas, como, si no se esfumó, la dedicada al estudioso de lo paranormal Fernando Jiménez del Oso (1941-2005).
Volviendo a la cueva del Capuchino, tras asomarnos con la casa del crimen a una intrahistoria más cercana, digamos más bien cuevas, madrigueras antes que grutas. Constituyen, de todas formas, una formación singular, producto de la acción de los elementos contra esta zona de umbría, y forman parte de un tramo del recorrido cuyas vistas, con la ciudad allá abajo y la silla del Cid allá al fondo (si estamos andando el sendero hacia la Cruz, en cuyo caso nos queda el Capuchino a mano derecha), bastante espectacular.
Conserva restos de un poblado de la Edad del Bronce
El pasado pretérito
Otras historias nos saludan, si nos encaminamos, por nuestra parte, por otros de los paseos senderistas que recorren la serranía. Por ejemplo aquellos que recogen nuestra memoria más ancestral. No hacen falta los contactos psicofónicos para darnos de bruces con la huella prehistórica. Todo consiste en dirigirnos hacia la zona conocida como El Trinitario, con su correspondiente área recreativa debidamente señalizada. Se llama así, por cierto, por el peñón que allí habita y que recuerda, o eso dicen, a la figura de un monje.
Un montón de siglos nos contemplan: nos encontramos ante las ruinas de un poblado y una necrópolis fechados en la Edad de Bronce (entre 3300-1200 a. C.). De hecho, según se nos explica en un panel del lugar, se trata de “un lugar habitado durante miles de años”. Y lo desarrolla brevemente: “El monte Bolón cuenta con restos históricos de diferentes épocas que nos desvelan la presencia del ser humano en este lugar desde hace al menos 3.700 años”.
Se ha propuesto instalar una vía ferrata
A la vera del Capuchino
Llegar al lugar exacto tiene su complicación, sin un sendero directo. Se trata de conservar el legado. En las cercanías, eso sí, se pueden admirar los muros de piedra seca. Según señalaba David Rubio desde estas páginas (‘Desde las montañas hasta el río’, julio de 2021), “los primeros que establecieron poblados fijos en la zona, construyendo casas donde residir, probablemente fueran los argáricos. Esta civilización habitó por el sureste mediterráneo durante la Edad de Bronce, y se les conocía así porque su núcleo principal era El Argar (ubicado en Almería)”.
Las poblaciones argáricas preferían, de hecho, los lugares altos, donde el poblado pudiera defenderse lo mejor posible y, si bien la cultura argárica se fecha habitualmente entre 2200-1500 a. C., esta se desarrolló en diferentes periodos según la zona. En la provincia, aparte de los de Bolón, también se han encontrado restos argáricos en Callosa de Segura, el Cabezo Redondo de Villena y, en fin, en varios puntos del Bajo Segura y el Valle del Vinalopó.
Un niño, un saco y lino
En el fondo, este yacimiento también sirve para seguirle el rastro a los mismísimos orígenes eldenses. Sigue David Rubio: “Parece ser que cuando los argáricos llegaron al valle ubicaron su residencia en las montañas, como en El Monastil o en el Monte Bolón. Luego, con el paso de los siglos, fueron descendiendo hacia el río, eligiendo sobre todo la zona de La Jaud”, área chaletera tan traída y llevada últimamente, situada en las cercanías del Vinalopó.
A los pies de El Capuchino también se halló un vestigio que iba a tener su fama cuanto menos nacional: el llamado `niño de Bolón´. Se trata, en realidad, de los restos óseos de un chiquillo de tres años cuyo cuerpo, y aquí viene lo excepcional, descansaba en la tumba sobre un saco de esparto conservado notablemente bien, desde el 1.700 a. C. Milagros de la climatología y la geologías eldenses, que también protegieron parte del lino usado como sudario.
Hay varias rutas senderistas de las clasificadas como fáciles
Noche de Reyes Magos
El descubrimiento argárico se lo anotan, con razón, desde el CEE, que han acabado por formar parte del alma de la serranía. Incluso a ellos se les debe una de las más singulares conmemoraciones de la provincia, la Bajada de Antorchas de Bolón, la noche del cinco de enero, noche de Reyes Magos. Como señalaba aquí José Miguel Gracia en ‘Bolón, un camino de sentimientos’ (diciembre de 2018), en 1957 montañeros del CEE “ascendieron a Bolón y posteriormente descendieron con antorchas con las cuales poder alumbrarse a ellos y a los Reyes Magos”.
Se celebra ininterrumpidamente desde 1959, aunque a veces ha peligrado tal continuidad. A últimos de febrero de 2019, la Generalitat declaraba el acto Bien de Relevancia Local Inmaterial, con lo que ello conlleva de investigación antropológica o apoyo institucional para preservar esta tradición. Aparte, al tratarse de una actividad con fuego real en un entorno natural protegido, se mantenía esta ajustada al Decreto 148/2018. Esto significa básicamente que la celebración seguirá.
La vía ferrata
Hay que pensar en que en 2015 no se pudo contar con ese fuego real al aplicar la correspondiente normativa a rajatabla, con lo que fue sustituido por frontales de luces de LED (como, debido al viento, sucedió al año siguiente o las mismas navidades pasadas). En 2018, al cumplirse 61 años desde el inicio de la tradición, la conmemoración había vuelto a sus fueros. Y hoy, pese a la pandemia, continúa como señera costumbre que poco a poco va acercándose al siglo.
En 2020, el grupo Cuentamontes (formado por el CEE, el Centro Excursionista de Petrer y el Club Alpino Eldense) proponía instalar una vía ferrata (para escalada) de dificultades K2 y K3 (baja y media), con dos tirolinas con casi doscientos metros en total, más un puente mono de unos diez metros y otro tibetano de unos treinta (básicamente, lo mismo: una pasarela formada por tres cuerdas en forma de triángulo invertido). En total, 850 metros de recorrido. Está claro que Bolón sigue vivo, deseoso de seguir contando historias.