Para el constructor gandiense de fallas y hogueras José Gallego Gallego, “estamos en un momento clave en el que tendrían que tomar medidas tanto las comisiones, los propios artistas, como nuestras administraciones. Tenemos que hacer de esto algo más sostenible y equilibrado, para entendernos entre todos y adecuar la fiesta a los nuevos tiempos”.
Y remacha: “Siempre habrá gente que quiera plantar hogueras o fallas, aunque dudo de si podrán hacerlo de manera profesional y acabe imperando el autor amateur”. Desde su taller en Beniarjó, municipio de la Huerta de Gandía, su reflexión se suma a otras bastante semejantes desde un oficio que sobrevive en plena concatenación de crisis, pandemia y guerra en Europa Oriental.
«Siempre habrá gente que quiera plantar hogueras o fallas, aunque dudo de si podrán hacerlo de manera profesional» J. Gallego
Optimismo y vocación
En mayor o menor grado, el colectivo sufre debido a ese parón de dos años que afectó a toda fiesta que se celebrara no solo por estos lares, sino en hasta el último rincón del planeta. Una enfermedad de la que aún se debate de si, hasta el momento, se ha llevado por delante a 6,5 o quince, puede que hasta dieciocho, millones de personas, y que ha dejado a la economía mundial temblando.
Pero Gallego, en el fondo, es optimista; como, desde Alicante, José Francisco Gómez Fonseca, hijo del también constructor Mauricio Gómez Martínez, fallecido en 2012. ¿Se puede continuar trabajando para estas fiestas tan levantinas? “Hombre, el oficio es vocacional, al mil por mil. La cosa está fastidiada, con la subida del precio de los materiales y tal. Pero se puede vivir dignamente”.
Savia nueva
“Cuesta mucho, pero se puede. Lo que le cuesta sobrevivir hoy a cualquier autónomo”, remacha Gómez Fonseca. Para José Gallego, “la situación actual de las fallas y las hogueras, como del conjunto de la sociedad actual, es incierto, ante un panorama en el que todo cambia cada vez a una velocidad mayor”. Como señala Gómez: “Cada día se actualiza más todo. La gente se encuentra cosas cada vez mejores. Creo que eso pasa en cualquier oficio”.
Además de que ahora hay savia nueva. Sigue Gómez Fonseca: “¿Futuro? Ahora está garantizado por los ciclos de FP de Artistas Falleros y Construcción de Escenografías. Los grados superiores se hacen en Alicante, València y Burriana. Los artistas salen hoy de ahí, porque tienen dónde aprender, que antes había que hacerlo solo en talleres. Pero sigue tratándose de un oficio muy vocacional”. Y bastante curtido ya.
«El oficio es vocacional, al mil por mil» J. Gómez Fonseca
Nacimientos festeros
Puede decirse que los talleres fueron ya algo necesario desde los mismísimos y correspondientes arranques de las fiestas con arte efímero destinado a arder en pro de celebraciones. Si nos atenemos a las capitales provinciales València y Alicante, por ser las más famosas, incluso allende nuestras fronteras, la historia nos dice que estas se crearon respectivamente en el siglo dieciocho y 1928.
Las valencianas por Sant Josep, llamadas así por la palabra latina ‘facula’ (diminutivo de ‘faxcis’, ‘antorchas’), y las alicantinas a finales de junio, gestadas por el gaditano José María Py (1881-1932), quien llegó a trabajar en las fallas de València y, aparte, quiso unir el jaraneo callejero de los carnavales de su tierra natal al asunto; en ambas se ha espejado un centenar bien largo de festejos en toda la Comunitat Valenciana.
Arquitecturas efímeras
Desde poblaciones alicantinas como Elda o Aspe, o Benidorm, Calp o Dénia, y hasta valencianas como Torrent o Gandia, o Alzira, Sagunt o Xàtiva, sin olvidarnos, por ejemplo, de Alfafar, el campo de trabajo para el colectivo resulta muy amplio. Y con veteranía: en la hoy Comunitat existía la costumbre, al menos desde el siglo diecisiete, de construir arquitecturas y esculturas pasajeras para grandes fastos.
Estas imitaciones de materiales nobles con cartón duro saludaban efemérides como visitas reales, por ejemplo la de Carlos III (1716-1788) en 1759 a Orihuela, por su proclamación como rey. Muchas de tales creaciones efímeras ardieron después para diversión popular. Fallas y hogueras inventándose antes de inventarse. La fiesta iba a convertir en oficio esta mezcla de arquitectura, escultura y pintura.
«Al final, nos jugamos el patrimonio y la salud» J. Cortell
Cuestión de precios
En la actualidad, el oficio necesita del pluriempleo para subsistir en muchos casos, cuando la media de ingresos de un taller, según cálculos recientes desde el colectivo, son de poco más de tres mil euros mensuales. Si descontamos cuanto menos el sueldo del artista y gastos de mantenimiento, y la temida electricidad, poco margen queda para crear una industria lo suficientemente estable.
Tomando Falles y Fogueres, tenemos que en València los baremos de los monumentos estaban entre los 77.000 euros del de Reino de Valencia-Duque de la Calabria y los 230.000 del de Convento Jerusalén-Matemático Marzal, mientras que en Alicante, más opaca para estos datos, el mínimo para plantar en máxima categoría, la Especial, es de 82.500 euros.
Pluriempleo
“Es que un ninot, al menos de un monumento de los caros, vale casi lo que cuesta pintar un piso”, te señala Juane Cortell Dasca, desde la también fallera Carcaixent. “Al final, nos jugamos el patrimonio y la salud. Y la gente no ve el sufrimiento. A veces me dicen: ‘Ja estàs ací en el taller? Ven-ho tot ja i crema-ho! Sempre estàs ací!’ (‘¿Ya estás ahí en el taller? ¡Véndelo todo ya y quémalo! ¡Siempre estás ahí!’)”
Pero: “no puedo. Sufres, pero lo disfrutas. Mi padre y mi tío hacían fallas”. Y sigue, aunque ahora nos encontremos con que la cola, “que antes valía cincuenta céntimos, ahora la compras por setenta y cinco, que puede parecer poco, ¿pero tú sabes la cola que nos hace falta para montar un monumento?”. Juane también se pluriemplea: pintura y decoración.
No hay fiesta, no hay gasto, pero tampoco beneficios
Quienes se fueron
Ocurre con muchos festeros fallecidos. Al respecto, la muerte de Manuel Algarra, este año, supuso un terrible sobresalto para el colectivo. Pero la triste nómina de decesos ha alcanzado a más nombres: Pascual Carrasquer, Fernando Urios… por citar solo algunos de los grandes desaparecidos este mismo año.
2022 supuso también el momento para que otros artistas formalizaran una retirada anunciada. Así, Óscar Villada, quien desde Alfafar se había especializado en fallas y hogueras infantiles, vocación que compartía con otro trabajo, en las artes gráficas. Como una metáfora, el bar que hacía esquina casi junto a su taller transmutó tras la pandemia en inmobiliaria.
De crisis en crisis
Lo malo empezó mucho antes. La crisis de las hipotecas desencadenada por las medidas tomadas tras los atentados del once de septiembre de 2001, a las que se sumaron apuestas desde distintos países por el ladrillo (“pan para hoy”, se avisaba incluso desde sesudos artículos) puso ya en un brete a los profesionales de los monumentos festeros en la Comunitat Valenciana. El verano de 2007 abría las puertas a la recesión.
Desde la calle, los murmullos anunciaban unas fallas y hogueras más pequeñas, menos coloridas. Había más bien poca verdad en dichas apreciaciones, pero desde los recortes de prensa se observa que las comisiones festeras de toda la Comunitat, o recortaban presupuestos, o había menos.
2022 supuso que otros artistas formalizaran una retirada anunciada
Entre gripe y covid
Los constructores aguantaron el envite pese al menor trabajo y al encarecimiento de los materiales. O las condiciones salariales, en un sector de autónomos. Remontaron, con la crisis enquistada mediáticamente. Hubo que apencar, que apechugar. Entre medias, de todo, incluidos los primeros avances, tráileres, de lo que se advertía desde el mundo de la ciencia ya a finales del pasado siglo.
La gripe porcina, la A o H1N1, en 2009, fue nuestra primera pandemia: una epidemia extendida por toda la orografía terrestre. ‘Solo’ mató a 19.274 personas. No supuso mucho quebranto económico, salvo bajas laborales, pero dio que pensar en qué pasaría con una pandemia realmente ponzoñosa. Eso sí, pese al encarecimiento de materias primas y productos transformados, nos recuperábamos, ya nada podía pararnos.
El gran parón
A punto de celebrar las fallas de 2020, llegaba la pandemia de la covid-19, cuyos primeros casos aparecían en diciembre del año anterior en la ciudad china de Wuhan. El tres de marzo se confirmaba el primer fallecimiento en España, en València, sucedido el trece de febrero. Ese marzo ya no iba a ser fallero.
La enfermedad se extendía ya tan deprisa que el catorce, cuando debía comenzar la fiesta, se decretaba en España el estado de alarma, al igual que ya había sucedido, o iba a hacerlo, en otros países del mundo. Desde los ayuntamientos se recurrió a mil y un invento que permitieron, por ejemplo, plantar monumentos singulares, pero las correspondientes comisiones festeras iniciaban un parón que en la mayor parte de los casos iba a durar dos años.
«Fallas y hogueras son algo nuestro. Hay que cuidarlo» J. Cortell
La burbuja energética
No hay fiesta, no hay gasto, tampoco beneficios: se corta el circuito, no hay nada. Mientras, la burbuja energética, que ya había larvado antes de la pandemia, solo necesitaba un alfiler: el veinticuatro de febrero de este año Rusia, tras negarlo, invadía Ucrania, amenazaba con cortarle el gas a quienes apoyasen al país invadido y, al tiempo, Estados Unidos desplegaba ofertas energéticas un tanto caras (incluían hasta espectaculares aumentos en gasto militar).
Este es el panorama en el que, como muchos otros sectores, ha tenido que bregar el colectivo de constructores de fallas y hogueras de la Comunitat Valenciana. Con el freno aún renqueante tras un año de parón total y otro apenas en marcha, y ni mucho menos en todos los talleres. Mientras, eso sí, los impuestos, directos o indirectos, han seguido diluviando. En general, hay cansancio, intranquilidad, incluso entre los más optimistas.
La ayuda institucional
“La madera, el tablero, la cola…”, reseña José Francisco Gómez Fonseca. “Ahora lo que hay que hacer, por nuestra parte, por las comisiones, es adecuar esto al monumento”. Considera que las instituciones, al menos desde la esquina alicantina, “han estado ayudando en la pandemia. Con decoraciones y demás cosas. La Diputación, ayuntamientos”. Pero aún queda trabajo, “dignificando” la profesión “un poquito más”. Y remata: “Pero también es algo que tenemos que hacer entre todos: comisiones y artistas”.
“Se podría ayudar”, aporta José Gallego Gallego, “abriendo nuevos caminos para la financiación de las comisiones y protegiendo el oficio con ayudas específicas. El inmovilismo creo que nos perjudica: se necesitan cambios para que la estructura de la fiesta siga”. ¿Es el fin? “No soy tan catastrofista: creo que la fiesta seguirá, con más o menos fuelle, pero seguirá, aunque puede que algún día no se parezca nada a lo que es hoy”.
Para cuidar entre todos
Para Gallego, la Administración, ayuntamientos y comisiones han de creer “de verdad” en lo que los constructores hacen, “porque es algo único. Somos cultura y diversión. Lo que plantamos no es una excusa: creamos en la hoguera, creamos en la falla, todos juntos”.
Juane Cortell, a pesar de que considera injustas las ayudas a título particular, no deja de reflexionar en que sí tendría que existir ese apoyo para el colectivo: “Esto solo se hace en la Comunitat Valenciana. Fallas y hogueras son algo nuestro. Se le debería dar más valor desde la Generalitat. Esto hay que cuidarlo”.