Que el nombre no confunda. Se llama Cofradía de la Virgen del Rosario y San Luis Gonzaga, pero a Nuestra Señora del Rosario se la festeja el siete de octubre: la batalla de Lepanto, en 1571, aunque se le apareció a Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), con la correspondiente sarta o corona de rezos, en julio de 1200, iniciando la devoción.
En cuanto al jesuita italiano (1568-1591), se conmemora el veintiuno de junio, fecha de su fallecimiento, infectado por la peste mientras cuidaba enfermos. Pero la cofradía bajo cuya advocación se celebra desde hace siglos l’Entrà de la Flor en Torrent lleva a gala ambas veneraciones, que arrancan tradiciones en las edades Media (siglos quinto al décimo quinto o quince) y la moderna (desde el mismo quince al dieciocho).
Época de transición
Porque los orígenes de esta celebración, que tiene al primer día de febrero como epicentro tanto religioso como lúdico, provienen de muy atrás. El calendario anota el dos de febrero de 1606 como fecha fundacional de la cofradía, y las reseñas dan por válido tal momento como el arranque de la veneración, pero lo cierto es que crónicas hay que bucean al respecto en el siglo quince.
La centuria iniciada el uno de enero de 1401 y ultimada el treinta y uno de diciembre de 1500 fue época de transición, de feudalismo transformándose en sociedad comercial. Nacía y se consolidaba la clase burguesa. Las ferias mandaban el trueque a segundo plano, rescatando la moneda (según la RAE, “instrumento aceptado como unidad de cuenta, medida de valor y medio de pago”).
Su inicio se fecha oficialmente cuando se funda la Cofradía, en 1606
Luces y sombras
Cien años con luces que destellaron mucho, como los viajes transoceánicos del que será conocido como “siglo de los descubrimientos”, pero donde también abundaron sombras como la caza de supuestas brujas desatada desde Europa (aquí vía Inquisición, fundada en 1184 en el sur francés e implantada por la Corona de Castilla a partir de 1478 y ‘exportada’ en 1520 a México). Se extendió, por ambas orillas del Atlántico, hasta el diecisiete.
Por tierras españolas, toca aún sociedad de Antiguo Régimen, basada en la agricultura, aterrada ante los vaivenes atmosféricos, maltratada por epidemias y pandemias. Una sociedad que antaño rezó a dioses y lares y que ahora acudía a los templos a pedir, implorar o dar gracias. Sin embargo, el panorama en el actual cap i casal, y por proximidad la zona metropolitana, es bien otro.
Se cree que comienza a celebrarse en el siglo XV
Tierras de secano
La época entre el catorce y el quince será conocida, estirando el concepto de centuria, como Siglo de Oro valenciano, tanto en cultura (el poeta y caballero valenciano Ausiàs March, 1397-1459; la poetisa y religiosa Isabel de Villena, 1430-1490) como en arte, comercio o arquitectura (el Palau de la Generalitat, el Micalet, la Lonja de la Seda o de los Mercaderes). Corría el dinero y la calidad media de vida aumentaba. Pero, ¿y en el campo?
Torrent, hasta el siglo veinte, al masificarse otros cultivos tras el acceso al agua, practicó una agricultura principalmente de secano, cuando solo un porcentaje de tierras, pertenecientes a señores que las arrendaban, bañaba en el líquido elemento. ¿Qué cultivaban las gentes torrentinas en secano? Además de hortalizas o cereales, son árboles secanos el algarrobo, el almendro, el cerezo, el olivo. Volvamos a la fiesta, con una rama de almendro en mano.
Hasta el XX, la agricultura torrentina fue fundamentalmente de secano
Ofrenda y sacrificio
El ánima de la celebración se basa precisamente en esa rama, en flor, de almendro, que habrá de ofrecerse a la Virgen para que bendiga la cosecha y soplen las mejores brisas. Y este árbol de la familia de las rosáceas florece, cuanto menos por tierras levantinas, entre finales de enero y febrero (en ocasiones, hasta marzo). Buena época si llueve o nieva, mala si hiela.
La importancia de tal ofrenda, con su correspondiente carga de sacrificio (para el agricultor, que pierde almendras; para el árbol, que extravía brazo vegetal), resulta fundamental para rastrear en la antigüedad del festejo. Apreciable si se sigue el resto de un programa que, siguiendo las crónicas, ha permanecido, en esencia, casi inalterado desde su creación, fuera cuando fuese esta.
Cohetes y gastronomía
La ‘cordà’ con que se rubrica la fiesta, donde los participantes se lanzan cohetes en un recinto vallado, nos ofrece ancestrales ritos mediterráneos, fuegos artificiales. Antes ya se había jugado con pólvora durante el traslado de la rama de almendro desde la iglesia San Luis Beltrán, del diecinueve (sobre ánima de un templo de 1634), hasta la iglesia parroquial de la Asunción de Nuestra Señora de Torrent, fundada en 1238 por el propio Jaume I El Conqueridor (1208-1276).
¿Y qué decir del aspecto gastronómico, con comida en comunidad para clavarios, amigos y autoridades? La carta macerada por el tiempo, añaden los cronicones, ha ido agregando paella, alioli o ‘allioli’, ‘pa de l’horta’ o ‘vi de Torrent’, es decir, lo que pueden ofrecer las tierras del lugar o, por extensión, del área metropolitana de València capital. Y todo ello, dicen, empezó en el siglo quince.