Como diminutas miríadas de alfileres. Y te falta el aire. Así de fría saludaba aquel mediodía de agosto, en el día más caluroso del año, el agua de la piscina del por ahora cerrado hotel del Xorret de Catí. Antigua residencia vacacional para los trabajadores de Radio Televisión Española, construida en los setenta sobre la finca del Xorret, con hórreo traído a piezas desde Asturias, las gentes de aquello llamado Ente Público prefirieron entonces playa a montaña. RTVE se lo pasó a la Diputación y esta externalizó su gestión; tras el tirón inicial, cerraba en 2012.
Se quiere conservar, pero cómo: ¿retorno como hotel con restaurante, piscina e instalaciones deportivas o transformación en albergue-aula de la naturaleza? Se llega a él por la carretera de Petrer a Castalla, que desemboca en la CV-817, vial de muy esforzado ascenso (notoriamente empinado y con abundancia de curvas) más vertiginoso y revientafrenos descenso. Sobre este camino asfaltado han derrapado automóviles (así, en el Rally Mil Curvas) y biciclos (los de la Vuelta a España).
Montañas y mesetas
La zona, plena sierra de Castalla, recoge aguas del nacimiento del mismo nombre (‘chorrito de la sierra del Fraile o de Catí’) en tierras de Petrer, compartido con el municipio titular de la Hoya o Foia de Castalla (con Ibi, Onil y Tibi, y según algunas guías también Biar), subcomarca de la Foia alcoyana. Territorio montañoso con mesetas preñadas de almendros, olivos o vides (más cereales), descansillos verdes para la escalera natural de la sierra de Castalla y con tildes como el Puig Maigmó (1.296 metros de altitud), Despenyador (1.260), Replana (1.228) o Vinya (653).
Hay zonas de acampada, refugios y ‘pous de la neu’ (pozos de nieve), además de una vía ferrata oficialmente K2 (poco difícil) aunque tirando a K3 (algo difícil), por donde alternan fragancias arbustivas de la aliaga, la salvia o el tomillo, más la casi endémica pebrella (pebrerola), con fragores al viento de pinos y carrascas (encinas o chaparras). Por allí triscan o corretean arruís (muflones del Atlas), conejos, gatos monteses, jabalíes, jinetas, perdices, tejones, zorros; sobrevolados por búhos reales, estorninos, mochuelos, petirrojos, urracas.
Decorado con montaña y alcazaba
El muro montañoso aparece como telón de fondo para el industrioso municipio, si se viene desde la variante de la A-7 hasta Castalla (inaugurada en 2000). La salida que nos conecta con la carretera CV-815, que la une con Onil, nos permite atisbar cómo aún es confluencia de caminos, limitando al norte con Onil e Ibi, al este con Xixona y Tibi, al oeste con Biar y Sax, y al sur con Agost, Petrer y Tibi. También resalta, sobre la ciudad, la figura del visitable castillo, agrandado siglo a siglo desde su origen muslime en el XI hasta su última construcción (1579), la Torre Grossa (‘gorda’). El patio de armas nos repasa las edades de la ciudadela, desde la etapa taifal hasta la moderna (el XVI), pasando por la almohade (XII-XIII) o la medieval cristiana (XIII-XV).
Bajo su atenta mirada, sobre restos que nos retrotraen al neolítico (entre el 6000 y el 4000 a.C), en Castalla despegó a partir del siglo XX una industria de proyección internacional, la juguetera, que hoy abarca prácticamente a toda la comarca, además de la manufactura auxiliar del plástico expandido. El empuje de su economía le llevó a ser incluido en el proyecto del trazado de la línea de ferrocarril Alicante-Alcoy, lanzado por vez primera en 1870, hasta su definitivo abandono en 1989.
Paseando por la urbe
Castalla se presenta abarcable (11.097 habitantes censados en 2022), con casas de pocas alturas (cinco pisos y bajos; a veces fuera de tiesto, con nueve más entresuelo y bajos), para no perder la visión del castillo nominal. Salpimientan su casco histórico casonas señoriales, algunas despellejándose ante la historia, como la Vermella (Roja), palacete levantado entre 1878 y 1882 que espera pacientemente recuperación museística quizá dedicada al escritor local Enric Valor (1911-2000), uno de los padres de la normalización lingüística del valenciano.
También en la plaza Mayor, casa consistorial de cuidada fachada renacentista en un edificio erigido a mediados del XVII. A pie de calle, tras las rejas de las arcadas, aún flota el espíritu de la lonja que aquí despachó. A unos cuantos pasos, siguiendo la calle Mayor, la iglesia de la Asunción, austera en su exterior pero con el preciosista gótico catalán de su interior. Canteros castallenses (o castelludos) la ultimaban en 1572. Posee capilla de la Virgen de estilo renacentista. Más a las faldas del castillo (no muy lejos: si vamos andando podemos acortar por calles escalonadas), la ermita de la Sang (sangre), del XIII, consagrada tras la Reconquista por el propio Jaume I el Conqueridor (1208-1276), viste de gótico valenciano, sobrio. Acoge una imagen de la Virgen de la Soledad, patrona de la villa y objeto, en septiembre, de fiestas mayores con Moros y Cristianos.
Son una de las muchas celebraciones castelludas, donde también hay ‘fogueres’ (hogueras, la segunda semana tras la pascua), ferias o, igualmente en septiembre, danzas con ‘tapats’ (tapados) procedentes de las fiestas dels Folls o dels Bojos (de los locos), herederas de las saturnales romanas. Hasta la chavalería posee sus diversiones específicas, como el parque Playmobil, inaugurado en 2016.
Y para todos, diversión gastronómica, como en el publicitado El Vizcayo, mixtura de antiguos negocios de restauración y de carnicería que ofrece embutido (a cortarte tú mismo), gazpacho y tomarse un ‘chichiriuiqui’ al final (“aparato que no funciona, el chichiriuiqui lo soluciona”). Alimento, humor, juegos de magia: pórtico a una ciudad de grandes citas gastronómicas. En tierra de arroces de montaña, ‘suquet de peix’ (suquillo de pescado) y mucho más, el gazpacho enraizó. Un posible origen: labriegos y pastores le destapaba a una buena hogaza la parte superior: bien aceitada, abría apetitos para la gazpachada del mediodía, en el interior del pan, que luego, untado en miel, constituía un postre excepcional.
Pero toda diversión acaba. El río Verd cruza el municipio de noroeste a sureste, alimentado por un manar, desde las montañas, que también genera barrancos como el Bodegueta, Carrión, la Fusta, la Jinosa, Pellicer o Solsides. El Verd será Monnegre o Montnegre y, finalmente, Sec o Seco. Por aquí, aún corretea despreocupadamente.