Entrevista > Antonio Berto / Odontólogo (Madrid, 7-agosto-1982)
Estados Unidos, como nos remarcará Antonio Berto, es un país de oportunidades, en el que si trabajas con honestidad y talento puedes llegar a cumplir todos los sueños que desees. Afincado en Dallas desde 2006, posee ya la doble nacionalidad y es uno de los odontólogos más prestigiosos del estado, sino del país.
Fueron muchos los valores que aprendió de sus padres, “orden, disciplina y cuidado de la familia” principalmente. Esos mismos principios también los empleó en el deporte -fue un notable futbolista en categorías inferiores, siguiendo los pasos de su hermano Juan- y se los transmite a sus tres hijos: Antonio (2013), Ana (2015) y Rafael (2018).
Reconoce que ahora, tras casi dos décadas en Texas, piensa muchas veces en inglés, “cada vez más”, siendo una obligación en casa hablar castellano. “Ahí ayuda mucho mi esposa Michelle, nacida en Guatemala, la roca que mantiene unida a la familia”, indica.
Gran estima por Orihuela
Berto, con fuertes orígenes oriolanos, asegura mantener muchos recuerdos de nuestra localidad, “principalmente los de mis abuelos maternos”. La Semana Santa era como “ir a misa los domingos, y nos encantaba salir de nazarenos, sobre todo con mis primos, Álvaro, Antonio y José María”.
“Tengo ganas de llevar a mis hijos, para que conozcan esa festividad, aunque por fechas es complicado”, avanza. Se siente, asimismo, muy orgulloso del reconocimiento que ha recibido su madre, María Botella, Dama de la Orden de San Antón, “no me sorprende para nada, con todos los méritos que ha logrado y lo mucho que ama Orihuela, la lleva en la sangre”.
¿Qué recuerdas de tu infancia entre médicos?
Mi padre, siendo pediatra, estaba siempre a disposición de sus pacientes, y el teléfono de casa sonaba ¡las veinticuatro horas del día! Mi madre igual, sacrificando una parte de su carrera cuando éramos más pequeños, pero luego siendo protagonista en sucesos tan trágicos como el 11-M.
¿Te impactó ver a tu madre en ese episodio?
Muchísimo, porque además para ir a la universidad -cursaba cuarto de carrera- pasaba todos los días por Atocha. Ese día mi madre llegó a casa casi a las doce y esa misma noche hicimos algo que he trasladado aquí, a Dallas, que es no cenar hasta que llegue el último miembro de la familia. Es un momento en el que hablamos y comentamos cómo ha ido el día.
¿Por qué te hiciste dentista?
Todos en casa hemos acabado orientados hacia la sanidad: mi hermana María es una leyenda de la psicología infantil y mi hermano uno de los mejores neumólogos de España. Veíamos a nuestros padres, grandes referentes, y la medicina me llamaba mucho la atención, pero no deseaba sacrificar tanto por una carrera.
Lo comenté con mi madre, que tiene una visión mucho más global, y me dijo que me encantaba ir al dentista, que pasara unos días con Mª Carmen Navarro, pediatra dentista muy amiga de la familia. Resultó ser una de mis mentoras, me abrió la clínica como si fuera su hijo y acabó siendo clave para que acabara en Dallas.
«Tengo ganas de que mis hijos conozcan la Semana Santa de Orihuela, aunque es complicado por fechas»
¿Cuáles fueron tus primeros trabajos?
Ya antes de finalizar la carrera hice sobre todo profilaxis dental en la clínica de la doctora Navarro, intentando aprender lo máximo, al no tener aún el título. Ella me insistió entonces que visitara a Rafael Miñana Laliga, una eminencia mundial en todo lo relacionado con la endodoncia (fue el primer endodoncista exclusivo en Europa), una disciplina que no me llamaba mucho la atención por lo difícil que era.
Entré en su clínica y, pese a que no le agradaba contar con estudiantes, me dio la oportunidad y acabamos teniendo una relación casi padre-hijo. Me cambió la vida, porque durante los años 2004 y 2005 me llevó a diferentes congresos y en uno de esos me presentó al doctor Jerry Glickman.
¿La persona que te conduce a Dallas?
Es el ‘chairman’ del Programa de la Universidad de Baylor y por aquel entonces el presidente de la Asociación Americana de Endodoncia. A lo largo de esos días en España me convertí en una persona fundamental para Jerry, realizándole numerosas funciones, entre ellas traducir.
Seguidamente me ofreció la posibilidad de estudiar un año en Dallas, pero mi idea era continuar con Miñana. Fueron mis padres y el propio doctor los que me hicieron ver que era una oportunidad única, por el alto nivel endodóntico que existía ya en Estados Unidos (ahora en España mucho más evolucionado).
Así, el 2 de enero de 2006, con apenas veintitrés años, marché a Texas, en un principio para volver.
«Rafael Miñana, mi mentor, me dio la oportunidad y fue clave para que acabara llegando a Dallas»
Pero no lo has hecho, pese al inicial choque cultural.
Fui a Dallas pensando que iba al Lejano Oeste, ¡no sabía nada!, y me encontré con una ciudad supercosmopolita, con numerosas opciones lúdicas y de entretenimiento, un aeropuerto enorme, que hace infinidad de conexiones, al ubicarse en el centro del país.
Por primera vez debía tener un control exhaustivo de mis finanzas, estar lejos de los míos -familia y amigos, que mantengo-, a casi ocho mil kilómetros de distancia de Madrid… Había una parte de shock, por todo lo que estaba experimentado, pero también de ilusión por una nueva vida.
El apoyo incondicional de mis padres siempre estuvo ahí, y una de las virtudes que me enseñaron fue la resiliencia.
A nivel laboral ¿qué diferencias apreciaste?
La cultura americana es muy distinta, pero a la vez, si ven que eres trabajador y lo das todo, te valoran mucho más, te acogen enseguida, muy diferente a España, donde a veces florecen demasiado las envidias y los celos.
Si tienes la capacidad, desean que seas exitoso, el sueño americano del que tanto se habla, ¡es real, yo lo he vivido! Pero no es fácil.
«Mi padre, orgulloso, me dijo que tenía claro que, una vez marchara a Estados Unidos, no regresaría»
¿Qué sucedió tras graduarte, en 2008?
El plan era retornar a España, con Rafa Miñana, eventualmente comprar la clínica, que él estuviera los años que quisiera y seguir mi camino en solitario. Pero llegó la crisis mundial, ampliamente drástica en nuestro país, Jerry quería que diera clases -dos o tres por semana- y tanto mi mentor como mis padres me aconsejaron no volver, que continuara en Texas.
Además, ya había conocido a Michelle, mi futura mujer, abogada, que había venido a Dallas a hacer un máster en Derecho. Se habían alineado de nuevo los astros.
¿Cuándo fundaste tu primera clínica?
Tras pasar varios exámenes, sumamente estresantes -con pacientes en vivo- y costosos, empecé a trabajar en una clínica de endodoncia, al tiempo que Rafa me recalcaba que la situación en España no mejoraba.
Vi claro que mi futuro pasaba por Dallas, junto a Michelle, y mi padre me confesó -orgulloso de mí- en una llamada que, al verme marchar, sabía que no volvería. Decidí entonces adquirir con un socio mi primera clínica, en Highland Park, una zona muy bonita de la ciudad.
«Los tejanos son muy suyos, pero por encima de todo son americanos, ¡jamás verás silbar el himno!»
¿Tan bien os fue?
Sí, tanto que nos aventuramos con otra y otra, y acabamos teniendo nueve, llegando a ser el grupo de endodoncia más grande de Estados Unidos. Nos hicieron una muy buena oferta, una firma privada, y ya cansado de la dirección y el papeleo, decidimos vender, con la condición de quedarme una.
Una curiosidad, ¿en qué idioma hablas con tus hijos?
¡Siempre en castellano!, mezclado eso sí con el español de Guatemala, que varía sobre todo la c y la s. Ellos piensan en inglés, como yo, pero en casa tenemos el hábito que hablen en castellano y contamos con la ventaja de tener muchos amigos latinos, de México, Colombia o Perú.
Muchas veces me fijo en esos padres y les hablan a sus hijos en inglés, perdiendo una esencia que no quiero hacer yo.
«Extraño mucho mi país, amigos, familia y al Real Madrid, aunque la vida en Dallas es tan cómoda…»
Dinos cómo son los tejanos.
Debemos tener en cuenta la variedad cultural y étnica que hay en Estados Unidos, incomparable con cualquier otro país. No existe división como en España, sino que todos se sienten muy americanos, como se ve en cada una de las retransmisiones deportivas, ¡lo primero que hacen es cantar el himno, espectacular!, y jamás verás a nadie silbándolo, es impensable.
Sí es cierto que nos sentimos muy tejanos, orgullosos, y el nuestro es el único estado de todo el país al que se le permite izar al mismo nivel la bandera local que la nacional.
¿Dallas es una urbe turística?
Realmente no mucho. Con un amigo de la carrera, Miguel Alejo, que ha venido muchas veces a verme, tenemos ya hasta un chiste, porque siempre me dice “¡no me lleves más a ver al Kennedy!” (ríe). Recordemos que el presidente John Fitzgerald murió asesinado en el centro de Dallas el 22 de noviembre de 1963.
Se visita el lugar donde falleció, un zoo que está muy chulo, malls enormes -perfectos para ir de compras- y el Fort Worth, donde hacen representaciones del Oeste. Allí van los cowboys, con sus vacas, es divertido, como los rodeos, todos con el sombrero, que por otro lado es carísimo.
¿Cuánto puede costar?
Lo que quieras, pero uno bueno puede valer sobre mil quinientos dólares, hecho a medida. Igualmente costosas son las botas y los cinturones, con el bucle de plata de ley.
«Junto a mi socio llegamos a tener nueve clínicas de endodoncia, el grupo más importante del país»
¿Eres de los Cowboys o los Mavericks?
Son dos deportes muy diferentes. Los Dallas Cowboys son casi como el Real Madrid, con tantas Super Bowl, aunque hace muchos años que no la ganan. A mi llegada no le hacía mucho caso al fútbol americano, pero ahora sí me gusta, es un deporte muy táctico.
Con mis socios tuvimos unos asientos en primera fila del American Air Center, la cancha de baloncesto. Los aficionados ahora están tristes, en shock, por el traspaso de Luka Doncic por Lakers.
¿Qué echas de menos de España?
¡Hay tantas cosas!, desde el clima hasta la paella de los domingos, pasando por la Semana Santa de Orihuela, mis amigos de Madrid y de la universidad. Pero sobre todo a mi familia: me mata no poder ver crecer a mis sobrinos o que mis hijos no pasen más tiempo con su abuela.
No hay ni un solo día que no me despierte con el deseo de estar allí. Si pudiera volver, ¡regresaba ayer!, pero la vida en Dallas para la familia es muy cómoda, con excelentes colegios, muchos espacios, seguridad.