El Mediterráneo parece calmo, confiado, instigador de transacciones comerciales, pura balsa de aceite. Pero en ocasiones trae sorpresas. Dos, en concreto, relacionadas con tallas marianas, acontecieron en el litoral santapolero. Centrémonos en una, tan querida aquí, cada 10 de diciembre, desde que sucedió: demuestra los malos humores que se gasta en ocasiones este mar de faz apacible pero, a la que te descuides, con poderosos dientes y garras de agua y espuma.
Uno de estos temporales anotará con fuerza sobre el calendario la llegada de la Virgen del Loreto a Santa Pola. Ocurría en 1643, un año tan convulso como cualquier otro en tan agitada época. La intrahistoria, la de los ‘pequeños hechos’, le plantará una sucesión de aconteceres a la vida hasta conseguir que la ciudad disfrute de una talla venida desde las tierras más meridionales de la Península.
Revueltas y tormentas
Historia y leyenda se entrelazan en un relato que, crónicas mediante, posee un notable poso realista. No nos será ajeno que en la vecina Francia 1643 sea el año en que fallece Luis XIII, ‘El Justo’, nacido en 1601, y todo su no pequeño imperio sea legado a su hijo, Luis XIV, el ‘Rey Sol’ o ‘Luis el Grande’ (1638-1715), quien heredará títulos como los de monarca de Francia y de Navarra, copríncipe de Andorra y conde rival de Barcelona.
Al ejército español, ese año, lo derrota el francés un 19 de mayo en la batalla de Rocroi y el 3 de septiembre en la de Cartagena. Nos encontramos en plena Guerra de los Treinta Años, que, aunque implicó a toda Europa, se centró especialmente entre un ya maltrecho Imperio español (‘donde nunca se pone el sol’) y el Sacro Imperio Romano Germánico, sajón pero en realidad nacido en 962 desde la antigua Francia Oriental. Aquí gobierna Felipe IV de España, ‘El Grande’, el ‘Rey Planeta’ (1605-1665), pero las riendas las tiene otro.
Historia y leyenda se entrelazan con un notable poso realista
La crispación nacional
España entera se ha convertido en el juego del ‘Monopoly’ de un curioso personaje, Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, conde-duque de Olivares (1587-1645), gran malo de las aventuras del capitán Alatriste. Con un monarca más aficionado a la juerga que al gobierno, y un ruedo nacional puro patio de monipodio (lugar de reunión de eternos estudiantes, falsos mutilados, ladrones, mendigos y prostitutas), el conde-duque quizá no fuera ese pérfido Richelieu español que pintan, pero lo cierto es que asumió todo el poder.
Protector de artes y letras (Siglo de Oro, corralas para popularizar el teatro, pintores de corte…), no pudo evitar que campase una peligrosa combinación de indolencia y violencia sociales. Las innumerables guerras secarán las arcas españolas, el favoritismo llenaba de recomendados puestos de interés, y las revueltas se suceden: Cataluña, Portugal, Andalucía, Aragón, Nápoles, Sicilia. A la nación donde el sol hacía horas extraordinarias le cerraban las persianas. Y en una de estas retomamos precisamente el hilo de nuestra intrahistoria.
En Cádiz se sucede una serie de ataques a templos y hay que salvar las imágenes
Desde la tacita de plata
La interconexión provincial Cádiz-Alicante, cordillera bética y Vía Augusta mediante, ha dado muchos frutos: la salsa garo, Jorge Juan, Emilio Castelar, las Fogueres de Sant Joan alicantinas. Anotemos una más: de allí habrá de llegar la Virgen del Loreto. Quieren las crónicas que una revuelta de los moriscos (musulmanes forzosamente convertidos al cristianismo) o los flecos de la batalla de Cartagena sumieron al gaditano Puerto de Santa María en una sucesión de ataques a templos, por lo que toca salvar cuanto menos las imágenes.
La advocación mariana de Nuestra Señora del Loreto, iniciada en el XIII y extendida por todo el Mediterráneo y costas adyacentes desde la localidad italiana de Loreto (llega a esa tierra ‘lauretum’, o sea, poblada de laureles, el 10 de diciembre de 1294), dejará en tierras gaditanas una importante figura de la Virgen. La devota María Guadalupe se la da a un pescador, de origen vilero, para que la deposite en un oratorio del primer puerto al que arribe. Pero el marino, prendado de la imagen, decidió no parar hasta la Vila Joisa o Villajoyosa, su tierra.
Hasta tres veces intentó irse el pescador sin éxito y decidió que la Virgen quería quedarse
Los humores oceánicos
El litoral peninsular de la época, por lo dicho, no anuncia puerto seguro, así que es de comprender la actitud del navegante. Pero he aquí que la mar, enfrascada en una de sus airadas turbulencias, cambió los planes, y el pescador habrá de recalar en la dársena santapolera. Hasta tres veces intentó marchar, y otras tantas las embravecidas aguas lo devolvieron al fondeadero. Rendido, decidió que la Virgen quería quedarse en la ciudad de la sal, y aquí la depositó.
El castillo-fortaleza, de 1557, la acogió en el Baluarte del Rey. En la capilla (como se lee en la fachada) o, en algunas guías, ermita Virgen de Loreto, de una sola nave con cubierta en arco de medio punto, puede escuchar, a sus espaldas, el rumor del oleaje que una vez, hace ya mucho, en agitados tiempos, la trajo hasta tierras santapoleras.