En tiempos en los que los debates identitarios parecen haberse convertido en una más de las muchas -y casi siempre absurdas- armas arrojadizas del discurso político, una de las mejores ‘vacunas’ para, al menos, tener una opinión bien formada sobre los orígenes y el devenir de los pueblos, entendidos tanto como sociedad como por el terreno que ocupan, lo encontramos en los libros de Historia y, por supuesto, también en las palabras.
La propia toponimia de los municipios, también en el caso de Altea, nos dan una primera y muy importante pista de cómo se originaron los mismos, algo que, apoyado en el conocimiento de las muchas y variadas vicisitudes que un país como España ha vivido a lo largo de los siglos, nos permiten comprender cómo y por qué hemos llegado a ser lo que somos hoy en día.
Origen griego o árabe
Sobre el origen del nombre de Altea existen dos teorías principales. La primera apunta a que podría provenir del término griego ‘althaia’, que haría referencia a la capacidad de ciertas personas (los sanitarios de la época) de sanar y que fue el nombre que los marineros de aquel imperio dieron al río Algar por las supuestas propiedades de curación de sus aguas. Otra, más extendida, sitúa el nacimiento del término en el árabe y en la palabra ‘attalaya’, que apenas ha cambiado en su traducción al español y significa atalaya.
Esta opción, dada la historia de la mayor parte de los pueblos mediterráneos, forjados a base de incursiones marítimas y, por lo tanto, por la necesidad de vigilar sus costas, es ahora la que cuenta con un mayor apoyo entre los historiadores. En cualquier caso, es difícil datar y afirmar cualquiera de las dos opciones, ya que en el su término municipal la Villa Blanca cuenta con restos de épocas íberas, romanas y, por supuesto, musulmanas.
La principal teoría sitúa el origen del nombre de Altea en el término musulmán con el que se designaban las atalayas
Poca presencia griega
En ese mismo sentido, la pista griega pierde fuerza ante la evidencia histórica de que la presencia griega en esta parte de la costa del Mediterráneo fue más bien escasa y el interés de los inventores de la democracia apenas se mostraba en ella para actividades comerciales, algo que se sustenta en que ni en Dénia ni en Jávea, pese a las muchas sospechas existentes en sentido contrario, se han encontrado restos de ocupación por parte de los griegos.
Así las cosas, sí está bien documentado que no fue hasta el siglo XIII, en plena Reconquista, cuando la Villa Blanca pasó a denominarse Altea. Jaume I fue ganando territorio para los cristianos, lo que, en cualquier caso, no evitó que la ya oficialmente Altea siguiera bajo dominio musulmán durante algún tiempo más por aquello de los tratados de vasallaje que se firmaban en las guerras de entonces -y que permitían seguir adelante con las campañas sin preocuparse en exceso de la retaguardia- y por el empecinamiento de Al-Azraq, que con sus revueltas se convirtió en uno de los principales dolores de cabeza de Jaume I.
Algunos expertos consideran que la toponimia de la Villa Blanca tiene sus raíces en el griego
Abandono de Altea La Vella
Estabilizada la situación, la Reconquista militar dio paso a la transformación cultural -eufemismo para una conquista religiosa, que es de lo que se trataba la cultura entonces- y la conversión de los musulmanes al cristianismo, que junto a la expulsión definitiva de los moriscos provocaron un importante despoblamiento de la Villa Blanca que, en última instancia, supuso el abandono completo de lo que hoy es Altea La Vella.
Y así, sobre aquella colina, se fueron levantando casas y edificios conformando el actual casco histórico en el que se erigió la Iglesia de Nuestra Señora del Consuelo cuya cúpula azul, rodeada de las tan tradicionales casas blancas, conforman hoy en día una de las estampas más fotografiadas de un nuevo tiempo en el que las incursiones ya no vienen del mar, sino por aire, y con fines mucho más pacíficos que las de entonces.
Tras la Reconquista, el emplazamiento original del municipio se abandonó por completo
Retorno al emplazamiento original
Sin embargo, y de forma paralela, en la zona de Bellaguarda se había creado una suerte de núcleo de población, presidido por un caserío al que en el silgo XVII se concedió su carta puebla, lo que marcó el momento fundacional de la actual Altea.
Fue posteriormente cuando el emplazamiento original, hoy conocido como Altea la Vella, inició su proceso de repoblamiento de la mano, por un lado, de unos tiempos mucho menos convulsos y, por otro -y no menos importante-, de la revolución que para la agricultura de la zona supuso la Séquia Mare, que comenzó a construirse siglo y medio antes.