A la entrada de 2022 queremos recordar a una gran figura del cine español, dado que este año se cumple el 25 aniversario de su fallecimiento. Un hombre nacido en Cataluña, pero de orígenes muy crevillentinos.
Hablamos de Vicente Sempere Pastor, cuya familia fue una de tantas que emigró desde nuestra tierra en búsqueda de mayor fortuna. Poco podían esperar sus padres que allí engendrarían a todo un grande del séptimo arte.
Familia crevillentina
El comienzo de esta historia se sitúa en Crevillent a finales del siglo XIX. Cinco hermanos se quedaron de pronto huérfanos, por lo que no tuvieron más remedio que ponerse a trabajar desde niños. Los dos más pequeños, Vicente y Antonio Sempere Mas, encontraron empleos en la industria alfombrera. Cuando se hicieron mayores ambos quisieron dar el salto de regentar su propio negocio.
Antonio fue el primero en emigrar a Barcelona, donde abrió una tienda de productos textiles crevillentinos con su hermano Vicente como proveedor. Este último también acabaría mudándose poco después a la ciudad condal, junto con su esposa Teresa Pastor Fernández, para trabajar en el Hotel Ritz como encargado de mantenimiento de sus alfombras y moquetas.
La empresa de los Sempere Mas prosperó hasta el punto de que incluso pasaron una temporada en Buenos Aires para exportar sus productos.
Participó en la primera película de la historia rodada en catalán
El joven cinéfilo
Una vez asentados en Cataluña, y aprovechando su buena bonanza económica, el matrimonio Sempere Pastor concibió hasta cuatro hijos. El tercero en discordia fue nuestro protagonista Vicente, quien vino al mundo el 8 de febrero de 1914.
Aquella era la época de los inicios del cine, cuando las salas proyectaban cortos o largometrajes mudos como una parte más de un espectáculo que incluía también otras actuaciones como sainetes, malabaristas, bailadores, etc. Fue hacia finales de los años 20 cuando comenzaron a surgir los primeros cines especializados, sobre todo a raíz de la aparición de las películas sonoras.
Precisamente en Barcelona se creó la Orphea Film, los primeros estudios de España equipados para producir películas con sonido. Fascinado por este nuevo mundo que germinaba, el adolescente Vicente pidió a su cuñado Ricardo Rodríguez Quintana, quien trabajaba aquí como secretario técnico, que le colara en los rodajes.
Sin posibilidad de estudiar en una escuela cinematográfica, sencillamente porque no existían, en la Orphea recibió una auténtica educación de primera mano en la industria cinematográfica. En 1933 consiguió un trabajo en el equipo realizador de la que sería su primera película ‘Odio’, dirigida por el peruano Richard Harlan y rodada en la localidad pontevedresa de Poyo.
Más adelante trabajó en ‘El café de la marina’, considerada la primera película de la historia rodada en catalán.
Trabajó con artistas de la talla de Charlton Heston, Ava Gardner, Sophia Loren o Carmen Sevilla
Parón por la guerra
Ansioso por seguir haciendo carrera, Vicente Sempere se trasladó en 1935 al lugar que ya se había convertido en el nuevo centro neurálgico de cine patrio: Madrid.
En la capital ejerció como ayudante de producción en varias películas, e incluso en ‘La señorita de Trévelez’ apareció como figurante interpretando el papel de un horchatero crevillentino.
Sin embargo, la Guerra Civil paralizó prácticamente toda la industria cinematográfica. De hecho el propietario de la productora donde trabajaba Sempere en ese momento sería ejecutado por motivos políticos. Sin muchas más opciones, encontró un empleo de casquero en el matadero de Vallecas.
No pudo evitar ser reclutado forzosamente para el ejército republicano, pero el saber escribir a máquina le libró de combatir en el frente pues pudo quedarse la mayor parte del tiempo realizando trabajos de oficina.
Regreso a los platós
Una vez terminada la contienda bélica, al igual que muchos cineastas españoles, Sempere sufrió muchas dificultades para regresar a su oficio. Una de sus primeras películas, ‘El crucero Baleares’, nunca vio la luz porque fue censurada por el nuevo régimen franquista.
Por aquella época se casó con su prima Carmen Sempere, en una boda muy discreta al no disponer apenas de recursos económicos. Tuvieron tres hijos: Vicente, Carmen y Maite. Poco a poco le fueron llegando algunos trabajos. Una vez ahorró algo de dinero se animó a fundar su propia empresa productora, Peninsular Films, con la que se hinchó a realizar películas.
A finales de los años 40 Vicente incluso regresó al pueblo de su familia para rodar tres documentales: ‘Crevillente industrial’, ‘Semana Santa en Crevillente’ y ‘Un poeta canta en su tierra’ (este último sobre la figura de José Maciá Abela).
Realizó tres documentales sobre Crevillent a finales de los 40
Las grandes producciones
No obstante sus años dorados en el cine llegaron a raíz de convertirse en accionista de la nueva productora UNINICI, junto con otros grandes de la época como José Antonio Bardem o Luis García Berlanga. Este último le fichó como jefe de producción para la mítica ‘Bienvenido mister Marshall’. Poco después trabajaría en ‘El cebo’, rodada en Suiza.
El prestigio que adquirió gracias a estas exitosas películas le llevó a hacerse un nombre en la industria e incluso a codearse con importantes cineastas extranjeros. A partir de ahí lograría meter cabeza en prácticamente todas las grandes producciones estadounidenses que se rodaron en nuestro país en los años 50 y 60 como ‘Rey de Reyes’, ‘El Cid’, ’55 días en Pekín’ o ‘La caída del Imperio Romano’, trabajando con grandes estrellas del celuloide caso de Charlton Heston, Ava Gardner, Sophia Loren o nuestra Carmen Sevilla.
Créditos finales
Sería interminable citar todas las películas que produjo en aquellos años, hasta que su estela se fuera apagando lentamente debido a problemas de salud y también al fallecimiento de algunos de sus principales socios. El spaghetti-western ‘Caballos Salvajes’ (1977) fue su última película, una coproducción italo-franco-española rodada en Almería.
Finalmente Vicente acabaría abriendo una tienda de alfombras en Madrid, y durante buena parte de su vida mantuvo la costumbre de veranear en la playa de El Pinet junto a otros amigos crevillentinos. La película de su vida llegó a secuencia final en 1997.
Lo bueno que tiene esta industria es que, si bien aquellos que la producen vienen y van, sus películas perduran para siempre.