Una de las sociedades antiguas más avanzadas de la historia, el Antiguo Egipto, sentía un especial respeto por los felinos. Eran venerados, adorados y consentidos por todo el pueblo. Hacerle daño a un gato era penalizado con la muerte, pero ¿por qué los adoraban tanto? ¿Qué tienen de especiales los gatos? Aquí te contamos todo.
Egipto acogía una fauna muy diversa. Los alrededores del Nilo eran propicios para la supervivencia de múltiples especies, desde aves exóticas hasta venados. El desierto resguardaba leones, lobos, antílopes, toros salvajes, liebres, hienas, entre otros.
Desde el inicio la comunidad egipcia sintió interés por estas criaturas y las incluyó en su cultura y en su rutina. Las mujeres adineradas solían tener gacelas de mascotas y los faraones podían decidir qué animales los acompañarían en sus hogares.
La gran mayoría de las deidades egipcias eran zoomorfas –tenían forma de animales-. Los animales no solo eran un símbolo viviente de los dioses, sino que representaban un fragmento de su alma, eran una encarnación de la deidad.
Los animales eran respetados y valorados enormemente, pues eran considerados vehículos en los cuales los dioses habían decidido transitar en la tierra. Con el propósito de honrar a los dioses y garantizar el bienestar del animal –hasta en el “más allá”-, los rituales fúnebres –de embalsamamiento, momificación e incluso, ofrendas sagradas-, eran practicadas también en los animales.
Los egipcios respetaban a todos los animales, pero los felinos tenían una especial atención. El amor por los gatos lo inició la diosa Mafdet, la deidad de la justicia, que era una mujer con cabeza de león.
El respeto por los gatos domésticos, comenzó con la diosa mitológica Bastet, una deidad encargada de proteger el hogar, simbolizaba la alegría, la armonía, la paz y la felicidad. La representación de la diosa, era un cuerpo humano con una cabeza de gato.
La historia explica que los egipcios fueron la primera comunidad en domesticar a los gatos, como forma de honrar a la diosa Bastet. Su porte, su elegancia y su personalidad los hacían compañías perfectas y sus habilidades de caza los hacían aliados perfectos, pues protegían los cultivos de trigo de las ratas y roedores pequeños.
Además de proteger la comida, eran considerados animales de buena suerte, porque al eliminar los roedores, disminuían las probabilidades de contraer enfermedades -como la peste- y de ser envenenados por serpientes.