Entrevista > Joan Such / Guía turístico (Saint Étienne, Francia, 13-diciembre-1972)
Cuando se aborda el eterno debate sobre el modelo turístico de la Costa Blanca, centrado hoy y siempre en el sol y playa, es frecuente encontrar una interpretación maniquea e interesada tildando ese producto como de poca calidad y de escaso valor añadido. Son ambas afirmaciones que sólo denotan dos cosas: el desconocimiento (o interés) de quien las formula y la ignorancia del enorme peso específico que esa industria tiene en la economía local y regional.
El sol y playa lleva décadas transformándose y adaptándose a lo que el viajero busca y demanda y, por lo tanto, no es más que una tipología turística que ofrece a su clientela lo que esta pide. Lejos quedaron los tiempos en los que una tumbona, una sombrilla y un chiringuito eran atractivo suficiente para engatusar a los centroeuropeos ávidos de sol.
Calidad como principal valor
Bien lo sabe Joan Such, guía turístico oficial en Altea y con una larga experiencia nacional e internacional en el sector. Él, como muchos otros actores de la principal industria de la Comunitat Valenciana, saben que nada se puede conseguir hoy en día sin la calidad. Que sólo la excelencia puede llevar a diferenciar el destino de la Villa Blanca respecto a otros, tanto en España como en el resto del mundo, en el que, por lo demás, el turista va a encontrar ofertas muy similares.
Su búsqueda de esa calidad le ha llevado a ser reconocido con el sello del Sistema Integral de Calidad Turística Española en Destinos (Sicted), un logro que no es, ni mucho menos, una meta, sino sólo un nuevo punto de partida que, como las estrellas Michelin en la gastronomía, obliga a su orgulloso beneficiario a redoblar los esfuerzos por mantener y mejorar los indicadores que le han hecho merecedor de ese reconocimiento.
«Ahora mismo manejo un catálogo de 26 rutas diferentes en Altea»
Usted comenzó su andadura como guía turístico en Altea en 2018. ¿Por qué toma esa decisión?
En 2003 me fui a Francia porque quería tener una experiencia en el extranjero. Me fui para un año, pero finalmente esa estancia se alargó durante once años porque las cosas me fueron muy bien y me dejé llevar por el río de la vida, hasta que llegó el momento en el que decidí que quería hacer cosas diferentes. Estaba cansado de lo que estaba haciendo en París y fue entonces cuando regresé a Altea con la intención de montar mi propio negocio.
Después de darme dos o tres batacazos volví a mi vocación turística e hice un ciclo superior de Guía Turístico en Benidorm. En cuanto terminé esa formación, salió la habilitación de guía y la aprobé y, como dices, desde 2018 ejerzo como guía oficial.
¿Ejerce únicamente en Altea?
Empecé en Altea y poco a poco fui desarrollando otros destinos. Lo que he querido hacer es diferenciarme de muchos de mis compañeros trabajando sobre producto. Así, ahora mismo manejo un catálogo de 26 rutas diferentes en Altea.
¿Qué quiere decir con el término ‘producto’?
Salirme del sota, caballo y rey de hacer una ruta por el casco antiguo. Lo que yo he hecho son 26 rutas con diferentes recorridos, temáticas, etcétera. Eso me permite adaptarme mejor a las necesidades de cada cliente.
Acaba de apuntar que usted se ha formado y se ha habilitado para ejercer su labor. ¿El intrusismo es un problema importante en su profesión?
Es correcto. El intrusismo nos hace mucho daño porque los precios que manejan estos trabajadores no son, ni mucho menos, las tarifas que se tendrían que pagar. Eso provoca una gran incertidumbre.
Un ejemplo lo tenemos en los free-tours. No son todos, pero algunos trabajan por la voluntad y yo me encuentro con mucha gente que, cuando vienen a contratar una ruta guiada, no están de acuerdo con el precio que les planteo porque tienen la posibilidad de esa otra opción en la que pagas lo que te da la gana.
«El intrusismo nos hace mucho daño porque los precios que manejan estos trabajadores no son, ni mucho menos, las tarifas que se tendrían que pagar»
¿Tanto cuesta hacer entender que esa no es forma de encontrar un producto serio?
Yo siempre hago la misma analogía y pregunto si se irían a un dentista, un especialista o un arquitecto y tratarían de pagar la voluntad. Entonces, ¿por qué yo tendría que cobrar la voluntad por hacer mi trabajo? Yo tengo una tarifa y se tiene que respetar.
En su caso concreto, ¿cómo le afecta principalmente ese problema de intrusismo?
Son personas que, en muchos casos, no están habilitadas como guías oficiales y, por lo tanto, no pueden ejercer esa profesión. Otros no están dados de alta como autónomos y trabajan de manera ilegal. Y todo, por un precio menor del que cobramos los guías oficiales.
Desde mi punto de vista, creo que nos perjudica, sobre todo, a nivel de precios. La gente, en realidad, no sabe lo que cuesta esa experiencia turística.
«Un guía oficial no sólo te cuenta la historia de un lugar, sino que te habla de otros muchos temas»
Al fin y al cabo, su condición de guía oficial ya le otorga una presunción de calidad y de que su producto está bien trabajado.
Como te he dicho antes, tengo 26 rutas diferentes. Cada una de ellas me cuesta un mes de preparación. Un mes de muchas horas en la biblioteca, de hablar con la gente mayor para que me cuenten cosas… Es una enorme inversión de tiempo para poder sacar una ruta que amortizo, como pronto, cuando la he hecho 50 o 60 veces.
Para que la gente lo entienda mejor. ¿Cómo es ese proceso de preparación?
Durante un mes estoy yendo ocho o nueve horas a la biblioteca, consiguiendo bibliografía, hablando con la gente para recopilar sus historias, haciendo búsquedas por Internet… es un proceso que requiere mucho tiempo y, al final, el tiempo es oro.
Me he dado cuenta de que, muchas veces, esos trabajadores no profesionales incluso llegan a decir cosas que no son ciertas durante sus explicaciones. No tienen el rigor que sí tenemos los guías oficiales.
«La preparación de cada una de mis rutas me cuesta un mes de trabajo de preparación»
Por la seriedad con la que usted y sus compañeros profesionales preparan sus productos, me lleva a reflexionar que se convierten, además de en ‘comerciales’ del destino, en protectores del patrimonio material y cultural del mismo.
¡Me encanta esa perspectiva! Hay que saber que uno de los factores negativos del turismo es lo que se denomina la aculturalización, que significa que debido a la actividad turística la cultura local se queda en segundo lugar. En Altea no se ha llegado a perder todo, pero en lugares como Benidorm, que tiene todas las fiestas habidas y por haber, acabas perdiendo tu folklore para poder dar cabida a otras celebraciones de, por ejemplo, otras comunidades autónomas o países.
Nosotros lo que hacemos es poner en valor el patrimonio histórico, cultural y natural del destino así como su folklore. Un guía oficial no sólo te cuenta la historia de un lugar, sino que te habla de otros muchos temas como su geografía, biología, valores medioambientales…
La Costa Blanca siempre ha estado y estará muy relacionado con el turismo de sol y playa. Siendo esa una realidad indiscutible, ¿cree que el propio destino ha ido cambiando su aproximación al turista durante las últimas décadas?
Sí, porque el turista actual busca más cosas. El sol y playa es una de las muchísimas tipologías de turismo que tenemos. Es nuestro producto típico, tradicional y clásico. En invierno siempre ha habido residentes extranjeros y en verano tenemos la llegada de los turistas. Aquí, en Altea, siempre hemos tenido muchos franceses, británicos, alemanes y neerlandeses.
Antiguamente el modelo era el más típico del sol y playa. La gente venía a disfrutar del ocio y del buen tiempo. Ahora, desde hace unos años, eso ha evolucinado.
¿Cómo y por qué se produce esa evolución?
Viene de la mano de la propia evolución de Internet y de las Redes Sociales. Todo eso ha hecho que el turista evolucione y tenga más necesidades que hace unos años no tenía y ahora ya buscan algo más que complemente a la playa. Son experiencias que pueden ser gastronómicas, culturales, medioambientales, familiares…
«Uno de los factores negativos del turismo es lo que se denomina la aculturalización»
Dentro de todo ese proceso de calidad, usted ha recibido este año el reconocimiento Sicted a su labor.
Nos podemos distinguir por muchas cosas, pero la mejor manera de hacerlo es con la calidad del producto que le ofreces al cliente. Sicted es una plataforma en la que se trabaja, desde distintas aproximaciones, la calidad en los establecimientos de índole turística y lo que busca el compromiso por parte de esos establecimientos a seguir una serie de indicadores para garantizar la máxima satisfacción al cliente.
¿En qué se traduce para el cliente?
En que la persona que me va a contratar va a tener una garantía que su servicio va a cumplir con todos los estándares de calidad que se nos exigen para desempeñar esta profesión.
De ese extenso catálogo de 26 rutas que usted maneja, ¿qué recomendación haría para ese turista de ‘escapada’ de fin de semana que en apenas 48 horas quiera tratar de abarcar todo lo que Altea tiene que ofrecer?
¡Eso es complicado! Yo tengo que tener muy en cuenta distintos factores como, por ejemplo, la movilidad que tienen esas personas. No es lo mismo una unidad familiar que un grupo de jubilados. En este último caso, lo que propondría es una visita por la parte alta del Casco Antiguo visitando los cuatro miradores y que tiene una duración de apenas una hora.
«Nos podemos distinguir por muchas cosas, pero la mejor manera de hacerlo es con la calidad del producto que le ofreces al cliente»
¿Y para esa tipología familiar que ha dicho?
Les recomendaría una ruta más folclórica en el sentido de que vamos a recrear el recorrido que hacían los marineros en el siglo XVII para vender el pescado en la plaza del mercado. Es una ruta que arranca en la zona marinera y vamos subiendo recreando el antiguo camino, con explicaciones adaptadas a un público con niños para que ellos lo puedan entender, y se culmina en la plaza de la Iglesia.
¿Trabaja en el ámbito educativo?
Sí. Estoy haciendo rutas para los colegios. Los niños son un público muy exigente.