Conejos, de los de cazar. Unos lepóridos (familia biológica que también acoge a las liebres) que se reproducen a lo bruto, siempre que dispongan de alimento. Como las hierbas y matorrales (el espinar alicantino: esparraguera, espino negro, ginesta borda, palmito, sabina) que suele haber en la paletilla de tierra, la grande, de la isla Tabarca que apunta al mar. Y entonces (estamos en el 1609) había una súper abundancia de conejos allí.
Tantos, que Tabarca se había convertido en el coto de caza del Marqués de Elche, Jorge de Cárdenas y Manrique de Lara (1592-1644), también duque de Maqueda y de Nájera, Grande de España, presidente del reino de Sicilia a los 16 años, después gobernador de Orán y Mazalquivir, entre otros nombramientos y sinecuras. Aficionado a la caza cuando lo suyo era darle al plomo de mosquete, pedreñal (escopeta corta) o arcabuz.
Por culpa de un can
La anécdota, pese a que se le han añadido muchas florituras, se resume casi en unas líneas: el Marqués de Elche, dada su afición a la caza, marchó de nuevo a por sus preciados conejos. Tras regresar a tierra, el noble y su recua cayeron en la cuenta de que faltaba un lebrel (un perro adiestrado especialmente para la caza).
Una partida de hombres marchó a Tabarca para recuperarlo. El resultado no pudo ser más desastroso: veinticuatro personas apresadas por los “moros”, es decir, los piratas bereberes, o sea, de la Berbería (la zona costera del Magreb), puertos berberiscos o costas bereberes o amaziges. Vamos, los habitantes del Norte de África (moros viene del griego ‘máuros’, negros o morenos, de ahí la frase “no hay moros en la costa”).
La rada santapolera también se usó para expulsar a los moriscos
Nobleza y poderío económico
Hijo del noble torrijeño Bernardino de Cárdenas y Portugal (1553-1601), quien ostentó títulos como duque de Maqueda, marqués de Elche y virrey (representante real) de Cataluña y de Sicilia, y de Luisa Manrique de Lara (1558-1627), condesa de Valencia de Don Juan y de Treviño, además de duquesa de Nájera, resulta obvio que Jorge de Cárdenas disfrutaba de una desahogada posición vital y por supuesto económica.
Incluso hay quienes aventuran que la invasión conejil fue obra del mismísimo marqués. Pero aquella se produjo antes de nacer este: el castellonense Rafael Martí de Viciana (1502-1584), cronista oficial del Reino de Valencia, nos aseguraba de Tabarca, al iniciarse la construcción del castillo de Santa Pola (1557): “Hai en la isla muchos conejos i grandes pesqueras de xavegas” (‘xávega’ es una palabra portuguesa: pesca por red de arrastre).
La isla se había convertido en un criadero de conejos
Los gazapos que vienen y van
De gazapos y otros familiares hoy ya no queda ni huella gastronómica (para hacerse un buen arroz y conejo, a valles y serranías), lo que podría hacernos creer que ya no están. José Manuel Pérez Burgos, en su libro ‘Nueva Tabarca, patrimonio integral en el horizonte marítimo’ (2017), nos señala: “Una especie que hace años fue muy abundante en la isla, se extinguió hace aproximadamente cuarenta años, posiblemente por una excesiva acción cinegética”.
Pero, a continuación, nos saca del error: “Hoy día vuelve a aparecer en El Campo de Nueva Tabarca, tal como demuestran las múltiples madrigueras que se pueden observar”. Quién o quiénes los trajeron es cuestión insignificante: alguien les hizo el favor, o no, de cruzarles los ocho kilómetros desde Santa Pola hasta la costa tabarquina. Ahora, ¿la fecha exacta de lo del lebrel? O no figura o se reseñan mil. ¿Y realmente ocurrió aquel año?
Las obras defensivas en esta costa habían comenzado el siglo anterior
Defendiendo la costa
Pensemos que sí, que la partida se dio en 1609. Obviemos día y mes, y hasta hora. ¿Qué más pudo ocurrir en 1609? La obra aludida del castillo había sido iniciada por el padre del marqués, Bernardino de Cárdenas, para defender esta costa, entonces dependiente de Elche, de la piratería berberisca. Pero ni esto ni el sistema de torres defensivas construido por la provincia en 1552 pudieron alejar todos los peligros.
Se toma ese 1609 como referencia para justificar que a partir de entonces iban a reforzar los escudos contra las incursiones desde el mar, pero las obras de la tabarquina torre defensiva de San José o Sant Josep, más la aldea amurallada de Nueva Tabarca, con 125 viviendas previstas, no comenzará a construirse hasta 1768, bajo la dirección del ingeniero militar Fernando Méndez de Ras (1699-1783).
La expulsión de los moriscos
El almanaque histórico asegura que el 22 de septiembre de 1609 tocó, por edicto, expulsión de los moriscos (musulmanes convertidos a la fuerza, pero habitantes autóctonos todos ellos). Más de 130.000 personas partieron desde los puertos de la hoy Comunitat Valenciana (los más concurridos, Alicante, Dénia, València y Vinaroz).
A esta sangría demográfica sumaron la dársena santapolera, en una población que por entonces era poco menos que eso, el puerto ilicitano (se sabe que el marqués usaba en sus partidas a pescadores y labriegos). En todo caso, el noble ilicitano y el conde de Elda (Antonio Coloma de Saá, 1555-1619) proporcionaron víveres en abundancia a los expulsados. No todo era irse de caza.